Francisco Zarco

AutorAntonio Albarrán
Páginas483-503
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Francisco Zarco
1829-1869
NACIMIENTO, INFANCIA, PRIMEROS AÑOS
JUVENILES, VIDA BUROCRÁTICA.
Se ha dicho que el periódico es una cátedra o
una tribuna; pero no es ni lo uno ni lo otro.
La cátedra siembra verdades en un cor-
to número de inteligencias, y sus inciertos
frutos sólo pueden recogerse en un lejano
porvenir; la cátedra es, por lo mismo, el ge-
nerador de una fuerza futura, más que una
verdadera fuerza del presente.
La tribuna ejerce su acción sobre un
número de individuos casi tan restringido
como la cátedra, y lleva en su propia na-
turaleza una causa de debilidad que hace
más limitado el poder que en la tribuna se
reconoce. No se dirige por lo general a áni-
mos libres, a los cuales el reconocimiento
de una verdad pueda desviar de una ruta
previamente adoptada. Casi siempre se di-
rige a espíritus preocupados que tienen to-
mada de antemano una tenaz resolución,
y que podrán convencerse algunas veces,
pero casi nunca persuadirse, aunque la tri-
buna fulmine sobre ellos todos los rayos de
la elocuencia.
La cátedra y la tribuna son, pues, fuer-
zas efectivas, pero no siempre eficaces; y
tienen como cualidad peculiar el ejercer su
influencia en una esfera de acción muy li-
mitada.
No sucede lo mismo con el periódico;
esa hoja leve, que puede cambiarse en for-
midable, tiene un auditorio indeterminado;
se dirige lo mismo al grande que al pequeño,
al rico que al pobre, al joven que al viejo, al
sabio que al ignorante; en una palabra, a la
multitud.
He ahí por qué el periódico es algo más
que la cátedra y la tribuna. No tiene el ca-
rácter augusto de la primera, ni el brillante
aparato de la segunda; pero presta mayores
y más inmediatos servicios a la sociedad que
ambas, porque mejor que ellas puede con-
mover el espíritu público y encaminarlo a
una tendencia provechosa.
Además, en la cátedra y en la tribuna
no hablan más que aquellos poquísimos que
hasta ellas han podido llegar; en el periódi-
co, por el contrario, lo mismo puede hacer-
se oír el anciano cargado de ciencia que el
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LIBERA LES ILUST RES MEX ICANOS DE LA R EFORMA Y LA INT ERVENCIÓ N484
joven lleno de ilusiones, siempre que uno u
otro tengan alguna idea que exponer o algu-
na verdad que proclamar.
Esta universalidad de la prensa, así en
quienes llevan la voz en el periódico como
en quienes escuchan esa misma voz, hace
de ella una potencia tan incontestable, que
desde su aparición en las sociedades han
tratado de avasallarla los poderosos, porque
han visto en ella un temible medio de correc-
ción a sus abusos.
Por eso el periodismo ejercido con concien-
cia ha ido siempre acompañado de la per-
secución, pues nunca ha dejado de haber
tiranos de las nobles ideas ni verdugos de los
que han sido sus apóstoles.
Los héroes del periodismo —porque
también los ha tenido— no sólo han ejer-
cido una honrada tarea, no sólo han llena-
do un alto deber, no sólo han cumplido una
noble misión, no sólo han ejercido un sa-
cerdocio; han hecho más que todo eso: han
sufrido un martirio.
De allí proviene la grandeza del esclare-
cido liberal cuya figura tratamos de esbozar
aquí.
Don Francisco Zarco sufrió tantas amar-
guras por defender heroica y perseverante-
mente las ideas liberales, tan oprimidas en
su tiempo, que la historia debe considerarlo,
más que como un sacerdote, como un már-
tir de la libertad.
Algunos rasgos de su vida bastarán para
convencernos de ello.
Nació Francisco Zarco el día 4 de Di-
ciembre de 1829 en Durango. Su padre, el
antiguo insurgente D. Joaquín Zarco, era en
aquel tiempo Secretario de Gobierno del Es-
tado de Durango; pero un tumulto de esos
que tan frecuentes eran entonces, le obligó
a salir precipitadamente de la ciudad de su
residencia, acompañado de su esposa, la Sra.
María Mateos, y de toda la familia, con di-
rección a México. Francisco no tenía más
que unos cuantos meses de edad, y metido
dentro de un cajón hizo su entrada en la Ca-
pital, en que tantas persecuciones y tantos
contratiempos había de sufrir.
Establecida la familia Zarco en México,
no por eso el jefe de ella se apartó de la vida
fatigosa y accidentada del soldado; y esta
circunstancia hizo que cuando el niño Fran-
cisco comenzó a sentir sus primeras impre-
siones, su corazón recibiera en toda su ple-
nitud la influencia del cariño maternal, que
tonto había de contribuir a la formación
definitiva de su carácter.
El coronel Joaquín Zarco era un liberal
intransigente, siempre enérgico, un poco
brusco, casi despótico. Francisco, al parecer,
recibió por herencia fisiológica el temple de
su padre para sostener firmemente sus con-
vicciones a través de cuantos infortunios pu-
dieran acarrearle, pero no heredó su brusque-
dad soldadesca. Si aquel niño hubiera crecido
y se hubiese empezado a formar hombre bajo
la tutela directa de su padre, quizá habría ad-
quirido la misma efervescencia de ideas de él
y su misma rudeza de carácter. Pero la vida
activa del coronel establecía entre él y su
familia un alejamiento involuntario, y esto
hacía que los niños concentraran sus afectos
en su madre, amoldando así poco a poco sus
propensiones al carácter maternal.
De ahí provino sin duda ese doble matiz
del carácter de Francisco Zarco: fue enérgico,

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