Francisco Sumichrast, sabio suizo

AutorAndrés Henestrosa
Páginas653-655
co antiguo con el fervor que pudiera hacerlo del griego, el egipcio y el caldeo? La
actual boga, y el favor de que gozan las artes antiguas de México en el mundo,
no puede ser separada del nombre de aquel alemán gigantesco, cuya vida estuvo
consagrada al estudio, sin que ninguna otra pasión lo distrajera.
En 1937, lo encontré en Nueva Orleáns como investigador del Instituto de
Investigaciones de la América Media de la Universidad de Tulane, entonces
bajo la dirección de otro devoto del pasado mexicano, Franz Bloom. Beyer tra-
bajaba entonces acerca de la cronología maya, sin pausas, sin tregua. Y cuando
abandonaba su mesa de trabajo era para hablar de México y de la historia de
México. Los sábados, religiosamente, iba al centro de la ciudad para cenar y
beber cerveza abundantemente. Yo lo acompañaba en esas correrías, dicho-
so de escuchar el relato de sus viajes por las zonas arqueológicas mexicanas.
Alguna vez hablaba de sus amigos, de sus discípulos. Algo, sin embargo, solía
empañar nuestras veladas, y era su odio a las democracias y su cerrada simpa-
tía por el nacionalismo alemán. Yo cometí el error de discutirle sus opiniones,
cuando sólo debía oírlas. Justamente aquel odio y aquella simpatía, expuestas
en todos los tonos, lo llevaron a un campo de concentración de los Estados
Unidos, donde murió pobre y olvidado de todos.
Yo quise ahora recordarlo. Y sugerir a quien pueda hacerlo, que reúna sus
estudios en un volumen para que salgan, una vez más, a librar batallas a favor
de nuestras viejas culturas.
6 de septiembre de 1959
Francisco Sumichrast, sabio suizo
Ya en otras ocasiones hemos hablado de Luciano Biart, aquel viajero y natura-
lista francés que, habiendo llegado a nuestro país, al mediar el siglo pasado, se
quedó entre nosotros hasta el año 64 por lo menos, es decir, hasta que Maxi-
miliano vino a México. Entre sus libros hay uno que debieran leer todos los
niños mexicanos, si no es que también todos los jóvenes mexicanos, Aventuras
de un joven n aturalista en México, publicado en Francia, y más tarde en 1880 en
México por la Librería de la Enseñanza de N. Chávez, traducido por Hilarión
Frías y Soto. Libro de un poeta, de un creador a quien conduce un hombre
de ciencia. Las grandes escenas de la naturaleza mexicana, lo apasionaron y
AÑO 1959
ALACE NA DE MINUC IAS 653

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