Fin de la guerra

AutorJosé C. Valadés
Páginas115-242
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Capítulo XXI
Fin de la guerra
LA VICTORIA FINAL
La derrota sufrida en los campos de Trinidad y León, que abrió las
puertas de esta ciudad a las fuerzas del general Álvaro Obregón,
produjo gran desorden y desesperanza en las filas del ejército villista.
Mas esto fue momentáneo. Muy aguerridos, ambiciosos y valientes
eran los lugartenientes del general Francisco Villa, para aceptar la
derrota definitiva; y menos para permitir que sus soldados, aunque
vencidos, abandonaran sus cuerpos de guerra y emprendieran la
fuga; y una fuga que indicara desastre o cobardía.
Así, en medio del caos que causó la retirada del campo de batalla,
la salida violenta del general Villa hacia el norte y la concentración pre-
cipitada de los soldados dentro del casco de León; en medio de todo
eso, que parecía anunciar que había llegado el día final del villismo, los
jefes de la División del Norte, aprovechándose de la desconfianza y
demora con que los carrancistas iban ocupando la plaza, lograron do-
minar el desorden y procedieron a embarcar en trenes su tropa de
infantería, y poner en marcha a las caballerías por el camino de Lagos.
Lo único que quedó inmóvil dentro de la plaza, fueron la artillería, cin-
co secciones de ametralladoras y una preciada suma de vestuario. De-
jaron también los villistas, si no en la plaza sí en el campo de batalla, 6
mil hombres entre muertos y heridos. También innúmeros dispersos.
Sin embargo, los segundos capitanes del general Villa no estaban
hechos para abatirse. De una recia calidad era su arcilla; de muchos
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miles de vatios sus energías; del mejor acero su lealtad a la causa del
villismo. Tanto valer había en tales hombres, que los generales Ca-
lixto Contreras y José Rodríguez, no obstante los peligros que ame-
nazaban a esas horas, quedaron comandando la retaguardia de las
fuerzas derrotadas a las puertas de la propia plaza de León, y cuan-
do ya ésta se hallaba en poder del Ejército Constitucionalista; ahora
que seguramente hacían confianza, para tal desplante, en el estado de
agotamiento que estaban los triunfadores; porque, en efecto, los sol-
dados de uno y otro ejército habían llegado a los extremos de las fati-
gas y con esto, el espíritu de iniciativa no existía más; y ni los carran-
cistas ni los villistas querían saber a esas horas de persecuciones, ni
represalias, ni violencias. Los soldados de ambos bandos habían
dado de sí lo que poseían en el orden físico y moral.
Cubriendo, pues, la retaguardia, Rodríguez y Contreras manda-
ron que las fuerzas de caballería salvadas del desastre tomaran el
camino de Lagos de Moreno, mientras que las de infantería se diri-
gían a bordo de trenes a Aguascalientes.
Este nuevo repliegue del villismo fue llevado a cabo sin precipi-
taciones, con lo cual los lugartenientes de Villa pudieron reorganizar
algunos cuerpos y concentrar a los dispersos; y dos semanas des-
pués, volvían a manifestarse optimistas y desafiantes. Tanto así, que
el general Fierro, a manera de exhibición de su osadía, se acercó a
León con 3 mil jinetes; aunque apenas sintió la presencia de la caba-
llería de Murguía retrocedió precipitadamente a Lagos.
Entre tanto, el general Villa, establecido una vez más en Chihua-
hua, decretó nuevas exacciones para las compañías mineras, se apo-
deró de una conducta de barras de plata; renovó sus agentes para la
compra de armas y municiones en El Paso; ordenó el reclutamiento
de 20 mil hombres; y como creyó que el general Obregón, ora por su
condición física personal, ora porque su ejército, no obstante el
triunfo obtenido, estaba debilitado, no emprendería actividades
guerreras inmediatas para continuar la marcha hacia el norte, dispuso
General Félix Bañuelos

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