La ficción detectivesca. Los más representativos (XIX-XX)

AutorRafael Moreno González
Cargo del AutorInstituto Nacional de Ciencias Penales. Ciudad de México
Páginas20-58
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II. LA FICCIÓN DETECTIVESCA. LOS
MÁS REPRESENTATIVOS XIXXX
E “detective ficción” se basa en su mente analítica y metódica, ade-
más en la habilidad que posee para seleccionar aquello que merece
ser observado. Con los datos significativos formula la hipótesis y de
ella deduce sus consecuencias. Es su gran espíritu de observación,
sobre todo de los pequeños detalles, lo que le caracteriza.
omas De Quincey (1785 - 1859). Nació el 15 de agosto de
1785. Murió el 8 de diciembre de 1859. Escritor, ensayista y crítico
británico. El humor cáustico de Jonathan Swift tuvo su más ilustre
heredero en la persona de omas De Quincey, gracias sobre todo a
su corrosiva obra Del asesinato considerado como una de las bellas artes
(1829). En 1803 ingresó en la Universidad de Oxford, abandonó
sus estudios en 1808. Fue en Oxford donde Quincey tuvo su primer
contacto con el opio, droga a la que sería adicto durante toda su
vida. Sus experiencias como opiómano se vieron reflejadas en la que
sería su obra más célebre, Confesiones de un opiómano inglés. Escrita
en 1820 y publicada un año después en el London Magazine, su
inesperado éxito le procuró una inmediata fama y le ayudó a paliar
su maltrecha situación económica, agravada por la necesidad de
mantener una familia cada vez más numerosa. De su obra escrita
su influjo sobre Edgar Allan Poe, Charles Baudelaire, Jorge Luis
Borges y la estética del Decadentismo en general fue inmenso.
Algunas de sus obras son: Confessions o fan English Opium Eater
(1822), Murder Considered as One of the Fine Arts (1827), e Diary
(1928) y New Essays (1966).
Luis de Loayza, en el prólogo al volumen en comento, anota: Lo
escandaloso en De Quincey es que el humor gira en torno de las obsesio-
nes sin llegar a expresarlas claramente y podría interpretarse como una
adulación al gusto por la violencia…
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22 DETECTIVES REALES E IMAGINARIOS
Lo que ahora leemos como un libro son dos artículos publicados por
primera vez en el Blackwood’s Magazine en los años 1827 y 1829, y un
Post Scriptum que añadió De Quincey en 1854 al recogerlos en la edición
de sus Obras Completas. El primer artículo se presenta como una confe-
rencia sobre el tema leída ante la Sociedad de Conocedores de Asesinatos;
el segundo, como un acta conmemorativa del club; y el Posty Scriptum
es el relato de tres crímenes…
En el Post Scriptum (que es la mitad del libro) al contar los asesinatos
de Williams y los M’Kean en tono ya no humorístico sino trágico, logró
al fin la obra maestra, el definitivo exorcismo de sus fantasmas…
A De Quincey no le interesa el asesinato por su abstracción sino por
su tremenda materialidad; censura expresamente el envenenamiento
novedad lamentable traída sin duda de Italia y elige como modelo
del género las violencias de Williams, que fulminaba a sus víctimas de
un mazazo antes de degollarlas…
En el Post Scriptum intenta algo más que una verdadera recreación
de los asesinatos; antes narraba brevemente los hechos y los juzgaba desde
fuera, ahora el drama se desenvuelve ante nosotros en el teatro de su
imaginación…
Hasta aquí los interesantes comentarios del prologuista.
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Post Scriptum de 1854
Con una crónica de los asesinatos de Williams y M’Kean.
La noche de un sábado de diciembre el Sr. Williams, que sin duda llevó
a cabo su coup d’essai mucho tiempo antes, se abría paso a través de las
calles llenas de gente de este barrio peligroso. Había decidido trabajar.
Decir es hacer, y esta noche se había dicho a sí mismo que ejecutaría un
diseño pergeñado hace tiempo que, una vez compuesto, debía consternar el
poderoso corazón de Londres, desde el centro hasta la circunferencia. Más
tarde recordaría que dejó su alojamiento con tan tenebrosas intenciones a
eso de las once de la noche; no es que pensara empezar tan pronto, sino que
tenía necesidad de efectuar un reconocimiento. Llevaba sus instrumentos
bien sujetos bajo los sueltos pliegues de la chaqueta. Todos convienen que,
en armonía con la sutileza de su carácter y su delicada aversión por la
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LA FICCIÓN DETECTIVESCA. LOS MÁS REPRESENTATIVOS (XIX-XX)
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brutalidad, sus modales eran de una suavidad exquisita: las entrañas del
tigre se ocultaban bajo el insinuante refinamiento de la serpiente. Quienes
lo conocieron afirman que su disimulación era tan rápida y perfecta que
cuando iba por las calles, que en un barrio tan pobre estaban repletas de
gente los sábados por la noche, si acaso tropezaba con alguien, se detenía
en el acto (como a todos constaba) para presentarle las más caballerescas
excusas: su corazón diabólico encerraba deseos infernales y se hubiera de-
tenido a expresar amablemente la esperanza de que el mazo que llevaba
bajo el elegante abrigo para usarlo noventa minutos más tarde en el
pequeño asunto que lo aguardaba no hubiese causado más leve daño
a la otra persona. Creo que el Tiziano, estoy seguro de que Rubens, y
tal vez Van Dyke, solían vestirse de punta en blanco para practicar su
arte y usaban volantes fruncidos, peluca y espada con empuñadura de
diamantes; hay razones para creer que cuando el Sr. Williams salía dis-
puesto a componer una de sus grandes matanzas (y se le podría aplicar, en
otro sentido, la expresión Gran Componedor que usan en Oxford) vestía
siempre medias de seda negra y escarpines, y que en modo alguno hubiese
consentido a degradar su posición de artista con un traje de mañana.
En su segunda gran actuación, el único testigo que (como verá el lector)
tuvo que asistir desde su escondite, temblando con las mortales agonías
del horror, a todas las atrocidades, contó que le había llamado la atención
que el Sr. Williams llevara una levita azul de la mejor tela, ricamente
forrada de seda. Entre las anécdotas que entonces circularon sobre él, se
dijo también que era cliente del mejor dentista y el mejor pedicuro y que
por ningún motivo hubiera empleado los servicios de un práctico de se-
gunda clase. No hay duda que, en la peligrosa especialidad a que él mismo
se dedicó, fue el más aristocrático y exigente de los artistas.
Pero ¿quién es la víctima a cuyo hogar se dirigía? ¿Acaso era tan
imprudente como para navegar sin destino seguro hasta que el azar le
ofreciera una persona que asesinar? No por cierto: ya desde tiempo atrás
tenía señalada su víctima, un viejo e íntimo amigo. Una de sus máximas
parecer haber sido que la mejor persona que puede asesinarse es un amigo,
y a falta de un amigo artículo del que no siempre se dispone un co-
nocido: de esta manera el sujeto no sentirá ninguna sospecha al llegar el
momento, mientras que un desconocido puede alarmarse y leer en la cara
de su asesino electo un aviso que lo ponga en guardia. En esta oportu-
nidad su futura víctima unía ambas condiciones: había sido su amigo
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