El feminismo en México y la obra narrativa de Ángeles Mastretta

AutorCarlos M. Coria Sánchez
Páginas93-132
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El feminismo en México y la obra
narrativa de Ángeles Mastretta
Educación escolar, manipulación y
condicionamiento social de la mujer
La opresión de la mujer se manifiesta de maneras muy
diferentes. Según han destacado los estudios feminis-
tas, la opresión se da de formas distintas, pero bajo una
constante: la mujer es reprimida, condicionada y manipulada
desde pequeña. La educación que reciben las mujeres es un pro-
blema de vital importancia para el discurso feminista de Fem
lo mismo que para Ángeles Mastretta. Alba Guzmán señalaba
en 1978, problematizando esta situación, que “es la escuela
la encargada de legitimizar ciertos aprendizajes establecidos
como válidos para cierto tipo de reconocimiento social”.
María Stoopen, de acuerdo con Guzmán, añade que el tipo
de educación que se imparte a las mujeres es un condicionante
social. A partir del momento en que los niños empiezan a leer,
es a través de “los cuentos infantiles que se transmite el estado
natural de la condición femenina y masculina [...] estos cuentos
sostienen la estructura social masculina dominante. La mujer
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ÁNGELES MASTRETTA Y EL FEMINISMO EN MÉXICO
tiene valor en cuanto a su belleza y nobleza que enciende pa-
sión, pero son tontas e improductivas” (Stoopen, 1978: 12).
Ángeles Mastretta, en su obra, contextualiza y denuncia,
a través de Catalina Ascencio, los efectos de esta educación
enajenante que solamente mantiene a la mujer en una posi-
ción de “lo Otro”, lo invisible: “Para mucha gente yo era parte
de la decoración, alguien a quien se le corren las atenciones
que habría que tener con un mueble [...] la cosa era ser bonita,
dulce, impecable” (1988: 56).
Ya en 1976, Alaide Foppa, en otro artículo en Fem, de-
nunciaba la misma situación: “¿No es explicable y natural
que la mujer acepte ese papel con gusto y hasta lo actúe con
obstinación, cuando se le ha dicho siempre que lo que vale en
ella es su belleza, su atractivo sexual, su juventud, una fugaz
temporada de su cuerpo?” Catalina, en la obra de Mastretta,
es víctima directa de esta falta de educación y condiciona-
miento social a través de Andrés, pues él le decía: “¿Qué ha-
ces ahí pensando como si pensaras?” (Mastretta, 1988: 19);
constantemente “le daban risa mis ignorancias” (1988: 20);
y siempre que tenía oportunidad Andrés le decía: ‘Qué buena
estás” (1988: 26); también, eternamente le recordaba que era
“una pendeja como espía” (1988: 70).
Mastretta recalca repetidas veces en su obra su posición en
contra de este tipo de educación condicionante y enajenante.
Vemos que Diego Sauri le dice a Josefa, su esposa, al hablarle
sobre la escuela a la que asistirá Emilia: “Todo menos meter a
la niña con las monjas. Ahí lo único que le enseñarían son re-
zos y de lo que se trata es de formar una criatura que se entien-
da con las antinomias del mundo moderno” (Mastretta, 1996:
58). Mastretta contextualiza de este modo el pensamiento que
Fem, en su momento, denunció como una manipulación que el
sistema usa para mantener las estructuras opresivas en la mu-
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jer. Pues como señala Alba Guzmán, “será en la casa, escuela,
calle, donde el niño y la niña aprenderán a tener un comporta-
miento de acuerdo al que exige la sociedad”, es decir, “la niña
aprenderá a ser pasiva y el niño activo”. Mastretta prefiere la
experiencia vivida, que en su obra adquiere un marcado tono
irónico: “Total, terminé la escuela con una mediana caligrafía,
algunos conocimientos de gramática, poquísimos de aritmé-
tica, ninguno de historia y varios manteles de punto de cruz”,
dice Catalina” (Mastretta, 1988: 13).
Lo que sucede, como señalaba años antes Elena Urrutia
(1997), es que la mayoría de estos mecanismos funcionan de
manera que muchas veces se les dan, a hombres y mujeres, las
mismas oportunidades “para prepararse y posiblemente para
terminar una profesión pero siempre se le contextualiza a la
mujer en el futuro como una ama de casa [...], se le crea un
destino por anatomía-biológico” (Urrutia, 1997:1-14). El re-
sultado, señala Rossana Rossanda (1986: 25), es que el hom-
bre impide la participación de la mujer en los lugares de poder
donde se administra la vida de la sociedad: las instituciones
son todavía masculinas. La mujer tiene acceso a una institu-
ción creada para ella: el trabajo doméstico.
Lo cierto es que, como lo denuncia el movimiento femi-
nista, la mujer, cuando se le educa, lo es para estudiar carreras
cortas (femeninas) tales como enfermería, secretariado, etc.
En México los hombres asisten, todavía, en porcentajes más
altos a las universidades y a muchas mujeres se les inculca
que no es necesario estudiar si se van a casar y su esposo las
mantendrá. Se les crea así una apatía que no les es natural,
y un sentimiento de culpa si abandonan su destino de espo-
sas y madres. Ángeles Mastretta, en un ensayo para la revista
Nexos en 1987, en el que se declara abiertamente en contra de
la educación enajenante que reciben las mujeres, señalaba so-

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