Falsas opiniones sobre escritores

AutorAndrés Henestrosa
Páginas770-771
770
ANDRÉS HEN ESTROS A
dar la figura de Zorrilla. Eso que quiere olvidar unos amores desgraciados y
para ello se embarca para México, ¿no es un poco él mismo?
Si tal era la atracción que el uno ejercía sobre el otro, nada extraño sería
que buscara su amistad. El carácter de Valle-Inclán, ya manifiesto desde su
juventud, autoriza a creerlo.
14 de mayo de 1961
Falsas opiniones sobre escritores
No hemos sido justos con algunos de nuestros escritores. Preocupados por
las cimas, hemos apartado los ojos de las colinas y los alcores que el sol baña
a menudo con su mejor luz. Por ver el cielo, apartamos los ojos de la tierra.
Recordamos a los artistas y olvidamos a los hombres. La buena gramática, los
primores de estilo privan sobre toda otra consideración, cuando se juzga a un
autor. Y la decisión de escribir un libro, en medio de las circunstancias más
adversas, ¿dónde se queda? Por fortuna, ¿es ajena a la profesión literaria escri-
bir por la sola consideración de dar forma a los sentimientos y pensamientos?
¿Qué en nada cuenta escribir un libro, a sabiendas de que el crítico sólo va a
encontrar faltas a la gramática, erratas de imprenta, descuidos de estilo? Por-
que el mármol tenga lunares, ¿no puede ser hermosa la escultura y la estatua?
Todavía más. ¿Qué las obras frustradas no concurren a que alguno las escriba
alguna vez perfectas?
Pienso todo esto al recordar la manera con que algunos historiadores de
nuestras letras tratan a muchos escritores del pasado y del presente. Esas ton-
terías, y peor que todo falsedades, que se siguen diciendo de José Joaquín
Fernández de Lizardi, de Florencio M. del Castillo, de Guillermo Prieto, ¿no
van a ser nunca superadas? ¿Es fatal que todo aquel que escriba sobre nuestra
literatura siga repitiendo lo que algún crítico, por razón de gusto personal, o
por fobias de partido, dijo de algunos de los autores mexicanos? ¿Nunca vendrá
uno que rebata las opiniones de Joaquín García Icazbalceta, de Marcelino
Menéndez y Pelayo, de Francisco Pimentel, de Carlos González Peña?
No se trata, tampoco, que por razón de amistad, o por entusiasmos de
partido o patrióticos, declaremos modelos y ejemplos a autores bien modestos,
aunque es más constructiva una exaltación extrema que una negación irreflexi-

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