1812: La primera experiencia constitucional novohispana

AutorAna María Cárabe
Páginas15-34

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Para 1808 los novohispanos enfrentaban como podían los altibajos de la política europea. Sujetos a los préstamos forzosos y desde 1804 a la consolidación de los vales reales y excluidos del gobierno, los novohispanos no amaban demasiado a Carlos IV. De las inconformidades con su gobierno se culpaba a su ministro Manuel Godoy, pero la idea de obtener la independencia no ocupaba las mentes de los novohispanos1 pese a los agravios que sufrían.

Esta situación se vio trastocada el 14 de julio de 1808 cuando la barca Ventura trajo las gacetas que anunciaban el cautiverio de la familia real y las abdicaciones que hicieron en favor de Napoleón aquellos miembros de la familia con derecho al trono.

La monarquía católica era un mosaico de estados y el rey “lo era de cada uno de los reinos de la monarquía compuesta y daba una ley distinta para cada uno de sus reinos. El rey era quien daba cohesión a los diversos estados.”2 El vacío de poder suponía, de hecho, el desmembramiento de los estados españoles y por lo tanto la independencia de cada uno de ellos.

Los reinos de España se aprestaron a crear juntas conforme a la teoría jurí-dica “del pactismo de la segunda escolástica y signiicativamente de F. Suárez”3 y no tanto como inluencia de la teoría roussoniana, pero en Nueva España no llegó a formarse una junta.

Bajo estas circunstancias se planteó la cuestión de la soberanía y el origen del poder y sobre esta discusión y ante la inminente separación de los reinos, la gran tarea política fue buscar una fórmula que mantuviera unida a la monarquía española en ausencia del elemento que le daba cohesión: el rey.

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La Junta Central fue una primera medida para mantener unidos a los reinos, aunque su creación suscitó el recelo de los españoles americanos.4 Tras el nombramiento de la Regencia y la convocatoria a Cortes la situación no fue más favorable para los americanos y cuando se promulgó la Constitución que emanó de ellas en Nueva España se generó una fuerte polémica.

Pese a todo la Constitución fue jurada en la Ciudad de México el 30 de septiembre de 1812 y todas las disposiciones dictadas por las Cortes se llevaron a cabo en la medida de lo posible.

En este ensayo me propongo revisar las diferentes reacciones que tuvieron los novohispanos primero ante la crisis política y después ante la Constitución de Cádiz que fue consecuencia de aquella. Analizaré por lo tanto las causas del rechazo que la Constitución de 1812 provocó en amplios sectores de la sociedad y de qué maneras se manifestó esa oposición.

Antecedentes

Las reformas que los reyes de la casa de Borbón llevaron a cabo cuando el sistema económico basado en las importaciones americanas se volvió obsoleto afectaron a todos los rubros sociales. Los reyes ilustrados introdujeron ideas y tomaron medidas que daban paso a una revolución desde arriba. El Obispo de Michoacán, Manuel Abad y Queipo se dio cuenta prontamente y advirtió en una representación de 1799 “que las inmunidades del clero español hacen parte esencial de nuestra constitución monárquica, y que reducidas con exceso pueden alterarla.”5

Al tratar de fortalecer la potestad civil, el estado comenzó a socavar el poder de la Iglesia, por lo que los desacuerdos no se hicieron esperar y lo mismo sucedió con otros colectivos que veían afectados sus intereses como los virreyes,6 La Real Audiencia y el Consulado de Comerciantes de México.7

Sin embargo otros sectores novohispanos se beneiciaron con la estrecha apertura económica de las reformas borbónicas y acogieron bien las nuevas ideas. Estos sectores formaban una oligarquía compuesta de comerciantes medios, clérigos medianos, profesionistas y militares de grado medio que en las ideas ilustradas encontraron convenientes argumentos para defender los intereses económi-

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cos, sociales y políticos que habían venido exponiendo al rey por la vía de la representación desde hacía tiempo.8

Pero a la vez que la élite ilustrada tenía acceso a las obras de Montesquieu, Rosseau y Adam Smith9, se fomentaba la aparición de las sociedades económicas de amigos del país y las ideas se difundían en las tertulias y cafés, las reformas borbónicas pusieron de maniiesto la condición subordinada que tenía Nueva Es-paña con respecto de los intereses peninsulares cuando se frenó su desarrollo económico para proteger los productos peninsulares, lo que provocó además la frustración de las expectativas de desarrollo que la clase mediana había concebido.10 De esta manera emergieron los conlictos entre los partidarios del monopolio y quienes pedían la apertura económica y que se identiicaban con las ideas de igualdad y libertad comercial.

De lo anterior quiero destacar dos ideas: En primer lugar el antagonismo que se perilaba entre monopolistas y librecambistas, porque esta circunstancia fue determinante para que en Nueva España no se instalara una junta como sucedió en el resto de los reinos; y en segundo término subrayar también que las ideas ilustradas fueron introducidas por la política borbónica, si bien tímidamente, y a las Cortes de Cádiz se debió la difusión generalizada de las ideas liberales. El lujo de ideas modernas en Nueva España fue menos intenso que en la península por lo que el pensamiento político novohispano era mucho más tradicionalista que el peninsular,11 lo que está refrendado por el hecho de que en Nueva España no hubo afrancesados. El tradicionalismo novohispano fue otro factor que condicionó las reacciones en contra de la Constitución de Cádiz en estas tierras. Y además es necesario recordar que eran los párrocos quienes en sus homilías se encargaban de conservar los valores tradicionales.12

Dado el descontento generado por Carlos IV, cuando su abdicación a la corona española en Fernando fue conocida en Nueva España los ánimos se regocijaron; pero cuando cinco semanas después llegó la noticia del cautiverio de la familia real, las autoridades novohispanas decidieron callar de momento ante la consternación y la incertidumbre que les embargó.

El 18 de julio de 1808, a los tres días de recibida la trascendental noticia, el Cabildo del Ayuntamiento de México encabezado por el síndico Primo de Verdad,

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se presentó ante el virrey José de Iturrigaray con un documento en que se solicitaba el desconocimiento de las abdicaciones de Bayona y planteaba que “al faltar el rey, la soberanía recaía en el pueblo, es decir, en las autoridades constituidas que lo representaban.”13 Este documento se puede considerar como el punto de partida en la formación del estado mexicano.

En medio de la consternación y con el temor de que barcos franceses aparecieran en el horizonte veracruzano, el 28 de julio se recibió en Nueva España la noticia del levantamiento peninsular contra Napoleón.

Lo cierto es que las autoridades novohispanas no supieron como reaccionar ante los hechos y prueba de ello es que el Ayuntamiento solicitó la convocación de una junta y la formación de un gobierno provisional en una representación de fecha 3 de agosto. El virrey convocó a una junta, no del reino, sino de los notables de la capital, que se efectuó el 9 de agosto, cuando ya habían pasado 26 días desde que se recibieran las noticias de la situación vacatio regis que sufría España.

Los 82 notables que asistieron, después de mucha discusión, no se acogieron a la fórmula legal de convocar una junta del reino como lo proponía el síndico Primo de Verdad. ¿Por qué no lo hicieron a pesar de la sólida argumentación jurídica del síndico y de que se conocía por las gacetas que en la península se habían formado juntas regionales? La respuesta es que la formación de la junta ponía en riesgo los intereses de los comerciantes monopolistas a quienes convenía la suje-ción a España. En cambio beneiciaba a la clase mediana, compuesta principal-mente por criollos que conformaban las oligarquías provincianas y que estaban a favor de la liberalización de la economía. Se temía que, de formarse la junta, ésta se declararía soberana y se pronunciaría por la independencia, como sucedió en otros lugares de la América española.

En lo que si estuvieron de acuerdo fue en proclamar a Fernando como rey, medida que era inútil al estar incapacitado para gobernar,14 pero que sirvió para unir las voluntades y reforzar el sentimiento hispano. En la organización de los festejos se fue pasando el tiempo. El virrey no tomó ninguna decisión probable-mente en espera de los acontecimientos peninsulares o por no asumir tan delicada responsabilidad, toda vez que no encontró apoyo en el resto de las autoridades porque “temerosas de cualquier cambio que afectara su posición, decidieron no tomar medida alguna que afectara el orden existente.”15

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Las discusiones en favor y en contra de la convocación de la junta continuó tanto en las esferas políticas como en las tertulias y cafés, mientras los enviados de las Juntas de Sevilla y Oviedo, ambas declaradas soberanas de España y de la Indias, llegaron a Nueva España para poner de maniiesto que en la península reinaba la anarquía, aunque solicitaron recursos económicos para sostener la guerra contra Francia.

Cuando al in el virrey Iturrigaray decidió convocar la junta del reino se encontró con el problema de que no sabía quienes debían concurrir ni cómo convocarla y el Acuerdo se negó a asesorar la convocatoria. Para entonces ya era demasiado tarde porque los europeos del comercio y algunos oidores, aligidos por la inminente reunión de la junta,16 decidieron dar un golpe de estado que se veriicó la noche del 15 de septiembre.

Los habitantes de México al despertar encontraron a Pedro Garibay, un virrey que no había sido nombrado por el rey, ocupando el Real Palacio y los cañones de la plaza...

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