Estudio preliminar

AutorAlexandra Reyes Haiducovich
Páginas5-53
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NINGUNA PRETENSIÓN, porque Andrés Henestrosa no se lo
permite, de hombrear a dos grandes mexicanos, dos oaxa-
queños universales, dos indios zapotecas cuyo prodigio les
valió alcanzar la gloria a muy pocos reservada. Pero sí con
la clara intención de resaltar su ejemplo y su legado; el que
uno heredó al pueblo de México y el que el otro aprendió
de aquél, al que admira y respeta por sobre todos los hé-
roes nacionales, con las coincidencias que van marcando el
camino, mito y leyenda de ambos: Benito Juárez y Andrés
Henestrosa.
Año de 1806 y año de 1906. Un largo siglo los separa,
pero que para el indígena no ha roto la era milenaria de su
condición, de su pobreza, de su desamparo, desde la con-
quista española. Indios los dos de origen zapoteca que nacen
en pueblos humildes abandonados a su suerte; a la de los
encomenderos del virreinato y a la de los latifundistas del
porfirismo, que acaban siendo dos sistemas que ejercen una
y la misma práctica: la de la explotación y el despojo de sus
tierras. Juárez ve la luz en la sierra, en un pueblecito lla-
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mado San Pablo Guelatao; Henestrosa, cerca del istmo de
Tehuantepec, en San Francisco Ixhuatán. Pueblos lejanos,
apartados, desprovistos siquiera de la más remota idea de
progreso, donde la tierra y el río, el mar o la laguna, hacen
fecunda la simiente de donde habrán de alimentarse, crecer
y multiplicarse. Pero sin conocer la grandeza que encierra el
mundo, las grandes civilizaciones, el conocimiento univer-
sal, a menos que abandonen el pueblo y se busquen mejores
horizontes de vida.
La orfandad ensombrece su infancia casi por igual: Juá-
rez pierde a los dos, a sus padres Marcelino Juárez y Brígida
García, a los que ni siquiera llega a conocer, vuelve a padecer
una segunda orfandad cuando los abuelos paternos fallecen,
para quedar finalmente bajo el cuidado de su tío Bernardi-
no Juárez, a quien la leyenda creará un carácter severo y de
maltrato con el sobrino, al que explota en beneficio propio.
Andrés pierde a Arnulfo Morales, su padre, cuando apenas
tiene cinco años de edad. Pero le sobrevivirá la madre, su
adorada Martina Henestrosa, Tina Man, que será el único
par de ojos que guíe su camino. En las humildes condicio-
nes en que ven transcurrir su infancia gris, uno se dedica al
pastoreo de ovejas del pequeño rebaño que tiene el tío; el
otro a trabajar en el rancho, a cuidar de las bestias y vigilar la
ordeña, reducidos los dos al mismo afán cotidiano: sobrevivir
de las labores del campo.
Andrés tiene el privilegio de asistir a la única escuela
primaria que existe en Ixhuatán, precario adelanto que se
atisba en el México rural a 100 años de distancia. Juárez, en
desventaja, se contentará con pedirle al tío Bernardino que le
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enseñe a leer, a escribir y hablar el idioma español, porque en
su pueblo no hay escuela, mucho menos para los indios.
...los ejemplos que se me presentaban de algunos de mis paisa-
nos que sabían leer, escribir y hablar la lengua castellana y de
otros que ejercían el ministerio sacerdotal, despertaron en mí
un deseo vehemente de aprender, en términos de que cuando
mi tío me llamaba para tomarme mi lección yo mismo le lle-
vaba la disciplina para que me castigase, si no la sabía; pero
las ocupaciones de mi tío y mi dedicación al trabajo diario del
campo contrariaban mis deseos y muy poco o nada adelanta-
ba en mis lecciones...,
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rememorará más adelante Juárez en
sus notas autobiográficas, Apuntes para mis hijos.
Benito Juárez tiene siete años de edad. Es la fecha en que
entra José María Morelos y Pavón al estado de Oaxaca ven-
ciendo a los realistas, en una lucha sin tregua por conquistar
la Independencia de España; nombra a Mariano Matamoros
su segundo y lo asciende a mariscal de campo; funda el pe-
riódico El Correo Americano del Sur y continúa su campaña
rumbo a Acapulco, donde se le unirán Hermenegildo Ga-
leana y los hermanos Bravo, para integrar el Congreso de
Chilpancingo y redactar el Acta de Independencia. Nada
de esto entiende el niño Juárez, pero algo llegaría a sus oídos,
tal vez aquella frase que dijera el cura de Carácuaro: “Viva
España. Pero hermana y no dominadora de América”, para
fincarse el deseo de servir a su patria cuando sea hombre. Y
tanto Morelos como Vicente Guerrero –un demócrata y libe-
ral, quien fuera doblemente traicionado: primero por Agus-
1Benito Juárez, Apuntes para mis hijos, México, SEP/Conasupo, 981, pp. 3-4.

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