El estudio de Asia entre el Orientalismo y la diversidad cultural.

AutorRomero Castilla, Alfredo

A Teresa Losada Custardoy In memoriam

Introducción

Una mirada retrospectiva sobre la trayectoria seguida por la revista Relaciones Internacionales, a lo largo de 35 años, impone volver a recorrer las estaciones de un itinerario donde han quedado plasmadas las transformaciones de un mundo desigual y complejo, en el que se entrelazan no sólo los vínculos entre los Estados, sino entre regiones, y una pluralidad de actores sociales cuyas acciones parecieran rebasar nuestra capacidad de comprensión.

En el caso de Asia, los procesos de cambio registrados durante la última mitad del siglo xx partieron de los movimientos anticolonialistas y de la formación de nuevos Estados nacionales que coincidieron con una reorganización del poder internacional, marcada por el enfrentamiento de dos superpotencias, situación alterada años después por la desintegración de la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas, que dio pie a una actitud triunfalista entre los propugnadores de las teorías del mercado capitalista.

En este interim surgieron varios fenómenos cuya vertiginosidad parecía rebasarnos, de ahí que por lo general hayan merecido explicaciones fáciles: "milagros", "tigres" y "dragones" aprendices de modelos exitosos, etc., cuando lo que se requiere es un riguroso acopio de información y un profundo esfuerzo de reflexión histórica que permita su entendimiento más allá de los clichés.

Asia es el conglomerado geográfico y humano más vasto que hay en el mundo. Cubre una extensión que va desde Turquía hasta Hokkaido, en Japón, y comprende también a las nuevas repúblicas del Asia Central y a la región oriental de la Unión Rusa. Vista en perspectiva, la historia de Asia se remonta a cuatro mil años, de los cuales aproximadamente 400 estuvieron marcados por el dominio colonial europeo y en su última época también por Estados Unidos y Japón. De estas dos fuentes han emanado las bases de un proceso que en nuestros días suele ser referido como "el Renacimiento asiático".

En el primer número de nuestra revista se abordó la visión mistificada de la Revolución China, como era entendida en el México de 1973. Solía hacerse caso omiso de las bases históricas y demográficas que la habían sustentado y no se lograba comprender el papel de agentes transformadores que estaban desempeñando los comunistas, mismo que, 30 años después, ha operado la transición económica hoy en curso en ese país.

En subsecuentes entregas se trataron cuestiones relativas al problema de la división de Corea, en varios sentidos insoluble, y se apuntaba que el camino tal vez más accesible para su solución debería empezar por un proceso de reconciliación, que luego de tres décadas ha ido tomando forma, aunque con altibajos. El crecimiento económico operado en Corea del Sur ha sido también estudiado en estas páginas.

El número 30, dedicado a Japón y América Latina, inició en 1982 una serie de números monográficos que cubrieron distintas problemáticas en la revista. En aquella ocasión la entrega comprendió temáticas históricas, políticas y sociales que ofrecieron una visión panorámica del proceso japonés de transformación histórica. Asimismo, se esbozaron perspectivas futuras para el desarrollo de las relaciones entre Japón y América Latina. Entre ellas figuró la referencia a un proyecto en ciernes de cooperación en la Cuenca del Pacífico.

Seis años después, 1988, este organismo internacional era ya una realidad y mereció, por tanto, ser el tema de otro número monográfico que cubrió cuestiones relativas al significado histórico de la región, que vista en perspectiva comprende el descubrimiento hispánico de la ruta del Pacífico, la colonización de Filipinas y posteriormente el expansionismo holandés, inglés, ruso y estadounidense, pasando después a la descolonización y a las transformaciones económicas surgidas, en lo que se dio en llamar "los nuevos países industrializados" de Asia, los que junto con Japón, Australia y Estados Unidos han convergido en un nuevo esquema de cooperación y se sugería la pertinencia de la participación de México.

Renglón aparte merecen los trabajos dedicados a la región comúnmente denominada Medio Oriente, sobre la que se han tratado problemas relativos al conflicto árabe-israelí, la crisis libanesa, problemas estratégicos y de la organización internacional y más recientemente la cuestión del Islam, cuya relación con la política ha sido objeto de todo tipo de incomprensiones. Asimismo, se han abordado cuestiones más recientes relativas a las políticas exteriores de China, Japón y la cooperación entre los países del sureste de Asia y algunos temas relativos al Asia Central.

Como puede observarse, ha sido muy variado el contenido que se ha editado en la revista sobre temas asiáticos, y puede afirmarse que en sus páginas han quedado registrados, de muy diversas maneras, algunos de los cambios más importantes acaecidos en la zona en los últimos 50 años.

Finalmente, entre todo este acervo, merecen mencionarse aquellos trabajos dedicados a la discusión de la problemática del estudio de las regiones. La complejidad de Asia, como la del resto de las áreas regionales, ha sido objeto de una rigurosa reflexión, y estos textos han contribuido, desde distintos ángulos, al fortalecimiento de la enseñanza de los estudios regionales, cuyo corolario ha sido su incorporación como materias obligatorias en el Plan de Estudios de la Licenciatura en Relaciones Internacionales, un paso decisivo para la comprensión de la dinámica internacional contemporánea. Las líneas que siguen a continuación aspiran a continuar con este debate.

Las primeras confrontaciones entre el cristianismo y el Islam dieron pie al trazo de las coordenadas ideológicas que fijaron los límites infranqueables entre dos conglomerados humanos asentados en zonas contiguas de una misma región geográfica. A partir de entonces, se acuñaron dos representaciones mentales antagónicas: el Oriente y el Occidente, los que "nunca ambos se encontrarán", según lo asentó Rudyard Kipling en el primer verso de Balad of East and West. A esos primeros tiempos se remonta la actitud asumida por los europeos de presentarse a sí mismos como los dueños de una supuesta superioridad cultural que les permite calificar como primitivos, salvajes, bárbaros e incivilizados a los seres que habitan al este de Europa, básicamente porque sus idiosincrasias no tienen raíces en el cristianismo ni en algunos otros de los elementos formativos de la civilización europea.

De esta manera, se ha fijado una visión dicotómica que establece diferencias tajantes entre estas dos formas de vida, fuente de donde emanan las visiones jactanciosas de un Orientalismo académico fincadas en un aparato cognoscitivo erudito que, en sus inicios, tuvo un carácter lingüístico y literario y después se ha ido revistiendo con nuevos ropajes. Así, durante los años dorados del dominio colonial europeo, la pauta la marcaron las voces de un conjunto variado de individuos con diferentes formaciones intelectuales, quienes moldearon tales convicciones a la par del cumplimiento con sus tareas al servicio de las administraciones coloniales.

De esta forma, continuó su curso la práctica del Orientalismo hasta llegar a la segunda mitad del siglo xx, cuando estas visiones tomaron un nuevo giro al fragor del impulso que tuvo la institucionalización de las Ciencias Sociales en las universidades del mundo. La disciplina de Relaciones Internacionales y su concomitante rubro de los llamados Area Studies no fueron la excepción, y bajo esta óptica ha quedado consignado, en los diversos programas universitarios, el estudio de los procesos internacionales y el del carácter histórico y cultural de la región asiática.

La tradición mexicana del cultivo de las Ciencias Sociales tuvo su génesis durante este mismo periodo, siguiendo las pautas trazadas por la trayectoria del pensamiento social construido en Europa a partir del siglo xviii, basada en el reconocimiento de la existencia de un determinado número de disciplinas susceptibles de abarcar todo el cúmulo del conocimiento social: la Antropología, la Sociología, la Ciencia Política y la Economía. En esta clasificación parecía no haber lugar para la inclusión de nuevos campos de conocimiento, como era el caso del estudio de los procesos internacionales que se estaban produciendo en un momento histórico, marcado por una serie de importantes cambios que ampliaron los horizontes geográficos, políticos y culturales que dieron un nuevo perfil a la faz del mundo.

Esta certeza no tuvo correspondencia a la hora de denominar a esta disciplina en México. El nombre de Ciencias Diplomáticas connotaba a un objeto de estudio cuyos referentes más inmediatos eran las decisiones de política exterior y el papel que en ellas representaban los agentes diplomáticos y las cancillerías, y aunque no dejó de comprender otros aspectos de la realidad internacional, ésta estaba lejos de representar un campo de conocimiento sistemático y comprensivo. La denominación posterior de Relaciones Internacionales abrió la posibilidad de connotar a un objeto de estudio, la realidad internacional, que requiere para su conocimiento de la aplicación de nuevas formas de análisis que permitan interpretar la dinámica de los procesos que se han producido a lo largo de la existencia humana.

La construcción de esta disciplina ha recorrido, por más de seis décadas, un arduo camino en busca de su reconocimiento como una disciplina académica por derecho propio, fundada en "la concepción de un objeto de estudio en términos de realidad internacional de totalidad y de dinámica",1 el cual también comprende al estudio de las regiones internacionales, las que hasta ahora sólo han tenido cabida como un elemento marginal.

Las transformaciones mundiales acaecidas en la última década del siglo xx muestran la relevancia que tiene el estudio de Relaciones Internacionales. Esta es una exigencia impuesta por el carácter que presenta una realidad variada y compleja de procesos y...

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