Estatua viviente

AutorAlexandra Reyes Haiducovich
Páginas179-180
179
1*
EL “TENNESSEE” fondeó al atardecer junto a San Juan de
Ulúa. A bordo venía Benito Juárez, en unión de sus ministros.
El pueblo veracruzano los aclamaba delirante. El estruendo
de la artillería, el repique de las campanas, el tronar de los
cañones, los vivas a Juárez, a la libertad, a la Constitución y a
México llenaban hasta los bordes la ciudad y puerto.
Un viejo vecino, de la mano el hijo de diez años, se echa
a la calle. Ha caído la noche. Pero el pueblo se ha provisto
de cirios y hachones para seguir la procesión; todas las casas
están iluminadas: Veracruz, en esa hora toda la patria, está
de fiesta.
El indio se conmueve. Sus sacrificios estaban compen-
sados. Bien valían penas, lágrimas y peligros por merecer
aquella manifestación del más puro fervor patriótico.
Juárez, pequeño de cuerpo y de color broncíneo, cami-
naba en medio de los generales Manuel Gutiérrez Zamora
y Ramón Iglesias: corpulento y rubio el uno, alto y blanco el
otro.
*Andrés Henestrosa, Los caminos de Juárez, op. cit., pp. 68-69.

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