Estatismo

AutorJosé C. Valadés
Páginas77-154
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Capítulo XXXIV
Estatismo
EL PARTIDO OFICIAL
Desde la fundación del Partido Nacional Revolucionario, bien sabido
fue, puesto que así lo proclamaron sus líderes, y por lo mismo no
hubo ocultación alguna, que era un partido oficial; esto es, que corres-
pondía a los designios del gobierno, y que por tanto era parte de una
función del Estado mexicano —la función popular—. El PNR, consti-
tuyó, pues, en su origen, el lazo con el cual se pretendió de asociar
al pueblo de México con las instituciones constitucionales.
Con tal misión, acrecentada por la irradiante figura de Calles y la
experiencia política de sus adalides y debido a la fuerza que le daba
el ser vehículo poderoso del gobierno, el futuro del partido revolu-
cionario se presentó, desde la fundación de tal agrupamiento, opti-
mismo sonriente.
Nada faltó de esa manera para hacerle respetable, aunque poco
querido; porque si el mundo popular desdeñaba las cuestiones polí-
ticas y electorales, la clase selecta y la partidaria de la Revolución, ya
neutral en las contiendas políticas, vio en la fundación y desarrollo
del PNR una negación de las ideas proclamadas desde 1910 y que
tanto habían conmovido a México.
Tal parcialidad organizada apareció, ante una generación instrui-
da en la libertad y en los privilegios de la libertad, como la más fla-
grante contradicción a los principios esenciales de las primeras dos
décadas revolucionarias; y aunque como ya se ha dicho en libro
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José C. Valadés
anterior, que no fue este el propósito de Calles al nacimiento de PNR,
el país, siempre temeroso de ser engañado, no podía creer en que
aquel partido, al cual se daba mucha preponderancia, tuviesen me-
ras tareas de coordinación y dirección populares.
Así, el vulgo, siempre susceptible y malicioso, aunque en ocasio-
nes maestro en la filosofía de la previsión, no admitió al Nacional
Revolucionario como instrumento democrático.
Además, no sin cierto desconcierto, se advirtió el desdén que los
directores de la agrupación tuvieron para las ideas; pero como la
función que se proponían era más política que doctrinaria, la falta no
tuvo importancia. Y no la tuvo porque sin ideas ni mando expreso,
el partido tomó a poco de su fundación las características de una
vulgar oficina adscrita al Estado, oficina o sección burocrática con la
cual no sólo se ahorraban muchas energías humanas que anterior-
mente eran gastadas inútilmente, sino que se creaba una condición
de seguridad para el Estado; de sosiego al país.
El mismo designio, aunque no de acto renovador, sino como me-
dio de conservación del Estado, que tuvo el general Porfirio Díaz al
autorizar y auspiciar el partido científico, no pudo escaparse de la
mentalidad política de Calles al proyectar el Nacional Revoluciona-
rio; aunque Calles, como ya se ha dicho, contempló la posibilidad de
establecer en México un régimen democrático de partidos, con lo
cual minoró la mera idea autoritaria de don Porfirio, que poco ade-
lante se rehizo entre los políticos burócratas.
Ahora bien, si Calles sufrió un error al pretender instaurar una
vida política y sobre todo electoral a través de un partido que era parte
del gobierno, en cambio no se equivocó al considerar que tal partido
constituiría el complemento para el sistema presidencial y para el
embarnecimiento del Estado; y es que éste, ni antes ni después de la
Revolución podía ser materia distinta de la única que poseía. No fue,
pues, el partido revolucionario en su natividad un retorno a las nor-
mas del porfirismo o del partido científico: fue, eso sí, uno de los
Licenciado Gilberto Valenzuela, candidato a la presidencia por el Partido Nacionalista
Democrático

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