El estancamiento de la Universidad

AutorHugo Aboites
CargoProfesor-investigador, Departamento de Educación y Comunicación, UAM Xochimilco
Páginas193-214

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El neoliberalismo surgió como instrumento cultural y político para simplificar sociedades complejas; para hacer retroceder las grandes organizaciones que dificultaban el funcionamiento de los mercados (sindicatos, grandes empresas y Estados), reduciéndolas a sus mínimos términos (...) Sin embargo, después de una década, la sustancia no ha cambiado.

Ugo Pipitone. "La Piedra"1

En 1990, una dependencia gubernamental otorgó mil millones de viejos pesos para el complejo proyecto de investigación de una profesora universitaria. Casi un año después, tras innumerables esfuerzos, la investigadora no tuvo más remedio que rendirse ante la frustrante evidencia: su institución sencillamente no tenía la capacidad para procesar burocráticamente esos recursos; es decir, recibirlos y entregarlos luego para la investigación. El recorrido por el complicado laberinto de trámites había llegado a un punto muerto y la profesora se veía ahora obligada a declinar el ofrecimiento.2 A pesar del toque de modernidad que este tipo de conveniosPage 194 otorga a las instituciones, una vez más la terca realidad mostraba cómo la mera enunciación de políticas, e incluso la implantación de algunas prácticas, no constituyen una verdadera transformación del más profundo sustrato de la realidad institucional. Por debajo de una delgada y glamorosa corteza se mantiene firme en su puesto un enorme y complejo anudamiento de juegos de poder, de entendidos, prácticas y normas que toman, en este caso, aparatosa venganza de los intentos modernizadores.

No se trata de un hecho aislado sino de una situación que se reitera constantemente:3

La modernización educativa [...] ha encontrado resistencia en instituciones como la UNAM, al grado que los fracasos de las expectativas gubernamentales —algunos propiciados desde el mismo poder— generan dudas sobre la capacidad de esta Casa de Estudios para transformarse y para integrarse al actual proyecto nacional. Esta duda es en realidad una amenaza: si la UNAM es intransformable —entendiéndose por eso incapaz de seguir las actuales pautas del gobierno—, entonces ¿para qué emplear los recursos públicos en su sostenimiento? Sin embargo, esta resistencia no proviene de la mala fe de los universitarios, sino de que la universidad pública es un fenómeno en el que asoman muchos de los rasgos de la sociedad mexicana. Los gobernantes se desesperan porque no entienden el fenómeno que tienen enfrente, acostumbrados a diseñar planes y a esperar que todos los demás simplemente obedezcan.

Los problemas a los que se enfrenta el equipo de reformadores gubernamentales de la educación superior no se comprenden cabalmente si se les etiqueta bajo el término de "resistencias al cambio" o "intereses de grupo". Es algo mucho más complejo. Tómese, por ejemplo, el caso de la productividad de la economía del país. Esta no es un mero fenómeno organizativo o tecnológico, un problema administrativo o de incentivos. Es, en el fondo, una cuestión de cultura política del país. Es decir, hablamos de una percepción colectiva bien arraigada sobre la eficacia —el poder— de las acciones de los individuos para transformar su propia sociedad. Si lo que los ciudadanos manifiestan o votan por un lado, no se traduce, por el otro, en cambios tangibles en su entorno social y económico o en sus gobiernos, la participación y su intensidad sufre, culturalmente hablando, un grado importante de menoscabo. En el caso de México, justamente se ha entendido el autoritarismo rampante durante siglos como un obstáculo a la participación y, de ahí, al desarrollo económico.

Un sistema autoritario propicia el desarrollo de una cultura de sobrevivencia. Es decir, una cultura de defensa, muy poco compatible con proyectos agresivos de modernización, especialmentePage 195 con aquellos de corte neoliberal. En los países con una fuerte tradición autoritaria este tipo de reformas no sólo tiene la tarea de liberalizar la economía, sino que apenas puede hacerlo sin plantearse la necesidad de enfrentarse con toda esa cultura de la que la economía es sólo una expresión.

Precisamente por esta razón, el presente gobierno ha debido embarcarse en un intento de cambio profundo, que no tiene más remedio que transformar drásticamente a la misma Constitución. Es el intento más a fondo por romper el nudo gordiano que está deteniendo las reformas, y es una manera de intentar borrar la historia y cortar de raíz lo que ha crecido desde la Revolución de 1910 hasta la fecha. Es un intento, pero como sólo es una norma, no es extraño que pronto se constate que eso no es suficiente, que permanece un sustrato de relaciones y marcos de valor mucho más profundos. Un sustrato que se vuelve tanto más elusivo cuanta más parece ser la prisa del reformador, sobre todo del reformador autoritario. Así, a pesar de la profundidad aparente de los cambios en la sociedad y la política, al menos en esta última, un analista concluye que "en rigor, la transición mexicana no parece conducir hasta ahora a un sistema político democrático, sino al acomodamiento del viejo sistema a las nuevas circunstancias".4 Esta capacidad de la estructura política de, sin cambiar, adaptarse a las nuevas propuestas —lo que explica en parte la permanencia de la estructura misma— se convierte así en el enemigo más grande del cambio pretendido.

En este escrito sostenemos que la universidad está de lleno colocada en este entrampamiento.5 En las instituciones de educación superior, a pesar de que apenas existe un área de las relaciones institucionales que no haya sido tocada por el movimiento de reforma, la transformación más profunda, y la que realmente cuenta, sencillamente no está ocurriendo. Hay un impasse crónico del que la universidad parece no poder salir.6 Puede incluso decirse que, en algunos casos, antes que cambiar, la universidad se desmantela o se la condena a la desaparición por "inviable". ¿Qué es lo que ocurre? ¿Cuál es ese fondo? ¿Por qué precisamente en el campo educativo, y en la educación superior, se presenta una resistencia tan importante al cambio neoliberal?

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Solidaridad, Estado y competencia

Una primera cuestión que debe señalarse es el carácter crucial que juega la educación en la construcción de la identidad nacional posrevolucionaria. Una y otra vez en el debate sobre la educación en el Congreso Constitucionalista se reitera, sobre todo por la facción Múgica-Obregón, el carácter central de la educación y su relación con los artículos 27 y 123. Las posteriores redefiniciones del papel del Estado —y del Art. 3o. Constitucional— reiteran el papel de responsabilidad que éste tiene ante las grandes masas analfabetas y el papel de la educación en el desarrollo del país. Esta viene a ser parte del sustrato de relaciones eminentemente solidarias con base en las cuales se propone la construcción del Estado y la nación. En ese principio se inspira la distribución de la tierra, la educación y la propuesta de relaciones laborales en el país. Ésta viene a ser parte del sustrato de relaciones eminentemente solidarias con base en las cuales se propone la construcción del Estado y la Nación. En ese principio se inspira la distribución de la tierra, la educación y la propuesta de relaciones laborales en el país. A diferencia del principio de relaciones al interior de la sociedad con que se construye la estadunidense (decía John Rockefeller hace casi 100 años que ésta "le debe a todo individuo la oportunidad de ganarse la vida"7), en nuestro país, en contraposición con la mera oferta de oportunidades, se planteó la construcción de una sociedad en torno a derechos.

Sin embargo, al mismo tiempo que el Estado estableció relaciones de solidaridad basada en derechos, en la legalidad constitucional y en un amplio entendido social, las integró como parte fundamental de la estructura corporativa del nuevo Estado. Los derechos laborales, agrarios y educativos —como luego los de salud y vivienda— se tradujeron en la presencia, en el acuerdo que fundamenta el Estado, de las cúpulas dirigentes de las organizaciones de campesinos, obreros, empleados y, también, de trabajadores de la educación junto con empresarios. Se estableció así una compleja red de relaciones con alianzas, compromisos y pactos de mutuo apoyo y protección que aseguran el ascenso de miembros de las direcciones dentro del Estado a cambio del continuo apoyo en los terrenos electoral, laboral, agrario y educativo. Es decir, relaciones de solidaridad, pero profundamente enraizadas y expresadas a través de las necesidades básicas de supervivencia y fortalecimiento del Estado.

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Es este el experimento que aparatosamente llega a su fin en los 70. El componente político, fuertemente anudado en torno a las relaciones que se establecen en el campo, la fábrica, el taller, la escuela, convierte a cada uno de estos espacios en lugares burocratizados, terriblemente ineficientes y dotados de una creciente mediocridad. Es notoria, en particular, la labor de inmovilismo y estrangulamiento que sobre la educación ejerce la dirigencia perenne del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE). La crisis aparece primero como una caída de la productividad en el campo, pero luego surge en la universidad (1968) como demanda de participación ciudadana y democracia, y después como crisis económica generalizada y progresivo endeudamiento. Los esfuerzos por sostener sin modificar al gigante corporativo provocan un endeudamiento alocado de 100 mil millones de dólares en sólo 10 años. El colapso ocurre en el otoño de 1982.

A partir de 1983 se inicia el intento de desmantelamiento, primero y de redefinición después, de las relaciones globales en la sociedad, y esto quiere decir, fundamentalmente, una redefinición del Estado, la cual adopta la forma de un proceso de...

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