Escolasticismo y libertad

AutorQuentin Skinner
Páginas67-84
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III. ESCOLASTICISMO Y LIBERTAD
EN EL capítulo anterior tratamos de seguir el avance por el cual el tradicio-
nal estudio del Ars dictaminis gradualmente evolucionó en el curso del siglo
XIII, hasta llegar a ser una ideología política capaz de defender a las ciuda-
des-república y sus libertades amenazadas. En este capítulo nos dedicare-
mos a ver la manera en que, poco después, se hizo frente a las mismas
necesi dades ideológicas en un estilo contrastante, pero de no menor in-
uencia, mediante la introducción en Italia de los temas y métodos del pen-
samiento político escolástico.
LA RECEPCIÓN DEL ESCOLASTICISMO
El papel del escolasticismo en el desarrollo de la teoría política renacentista
ha sido extensamente debatido. Hace poco, Ullmann y otros han argüido que
el “escolasticismo anunció el humanismo”, y hasta han afi rmado encontrar
una directa línea de descendencia que va desde las teorías políticas de Marsi-
lio hasta las de Maquiavelo (Ullmann, 1972, p. 268; cf. también Wilks, 1963,
p. 102). Sin embargo, hoy ya es evidente que esto es trazar una ruta engañosa-
mente directa, pues no toma en cuenta la aportación decisiva hecha al surgi-
miento del humanismo por las tempranas tradiciones de la instrucción retóri-
ca que acabamos de examinar. No obstante, esta sugestión constituye un
valioso correctivo a la creencia habitual —expresada, por ejemplo, por Hazel-
tine— de que la fi losofía escolástica jurídica y moral no hizo ninguna aporta-
ción a “el gran despertar intelectual” asociado con los humanistas, ya que sus
practicantes permanecieron enteramente “alejados del espíritu y el propósito
del Renacimiento” (Hazeltine, 1926, p. 739). Como trataré de mostrar en este
capítulo, el tardío pero brillante fl orecimiento de los estudios escolásticos en
las universidades italianas hizo, en realidad, una aportación de importancia
fundamental a la evolución del pensamiento político renacentista.
Los fundamentos del escolasticismo se echaron con el gradual redescubri-
miento del cuerpo principal de las obras fi losófi cas de Aristóteles. Un número
considerable de textos aristotélicos, conservados a menudo en traducciones
árabes, empezó a fi ltrarse en Europa a través del Califato de Córdoba, a prin-
cipios del siglo XII (Haskins, 1927, pp. 284-290). Gracias a los esfuerzos de es-
tudiosos como el obispo Raymundo de Toledo, pronto empezaron a aparecer
en traducciones latinas, proceso que rápidamente condujo a la transforma-
ción de los cursos de artes liberales en la mayoría de las principales universi-
68 LOS ORÍGENES DEL RENACIMIENTO
dades de la Europa septentrional (Knowles, 1962, pp. 188, 191). Los primeros
textos aristotélicos así popularizados fueron las obras de lógica, pero a media-
dos del siglo XIII también se disponía ya de los tratados morales y políticos.
Una traducción parcial de la Ética nicomaquea fue publicada por Hermannus
Alemannus en 1243. Una traducción completa del mismo texto se debió, a fi -
nales de la misma década, al dominico Guillermo de Moerbeke. Y por último
la primera traducción latina de la Política, obra también de Guillermo de
Moerbeke, se completó poco después de 1250 (Knowles, 1962, pp. 191-192).
La teoría moral y política de Aristóteles al principio no sólo pareció aje-
na sino incluso amenazadora a los conceptos agustinianos prevalecientes en
la vida política cristiana.1 San Agustín había pintado la sociedad política
como un orden divinamente gobernado, impuesto a los hombres caídos como
remedio de sus pecados. Pero la Política de Aristóteles trata la polis como crea-
ción puramente humana, destinada a alcanzar fi nes puramente mundanos.
Además, la visión agustiniana de la sociedad política había sido tan sólo au-
xiliar de una escatología en que la vida del peregrino en la Tierra se considera-
ba como poco más que una preparación para la vida futura. Por contraste, en
el libro I de la Política, Aristóteles habla del arte de “vivir y vivir bien” en la
polis como ideal autosufi ciente, sin indicar nunca algún otro propósito ulte-
rior que debiera invocarse para darle un signifi cado más verdadero (pp. 9-13).
Por tanto, es un hecho de abrumadora importancia para el desarrollo de
una visión moderna, naturalista y secular de la vida política el que pronto
se disiparan los iniciales sentimientos de hostilidad —y condenación— con
que se había recibido al redescubrimiento de los escritos morales y políticos
de Aristóteles. En cambio, se hizo un esfuerzo por lograr una reconciliación
entre la visión aristotélica de la autosufi ciencia de la vida cívica, y las preocu-
paciones, más centradas en el otro mundo, características del cristianismo
agustiniano. Este movimiento se originó en la Universidad de París, donde la
cuestión fue acaloradamente debatida por las nuevas órdenes docentes de
la Iglesia. Cierto es que los franciscanos, especialmente San Buenaventura,
siguieron oponiéndose a todas esas tendencias sincréticas, pero sus rivales,
los dominicos, pronto empezaron a dedicarse a la elaboración de todo un
sistema fi losófi co levantado sobre las dos columnas gemelas del pensamien-
to griego y el cristiano (Gilson, 1955, p. 402). El más grande de los iniciado-
res de este desarrollo fue Alberto Magno (c. 1200-1280) quien enseñó en la
Universidad de París durante todo el decenio de 1240 (Gilson, 1955, p. 277).
El más grande exponente del nuevo enfoque fue su discípulo Tomás de Aqui-
no (c. 1225-1274), que empezó a enseñar en París a comienzos del decenio
de 1250, y volvió allí entre 1269 y 1272 (Gilson, 1924, pp. 2-3). A su muerte,
ocurrida dos años después, Santo Tomás había completado todo, salvo la
1 Para un valioso análisis de los contrastes entre los conceptos agustinianos y aristotélicos de
vida política, véase Wilks, 1963, pp. 84-117.

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