El Plan de Iguala, esbozo del primer esquema constitucional o el intento de inventar un imperio

AutorFernando Serrano Migallón
Páginas288-321
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VII. EL PLAN DE IGUALA, ESBOZO DEL PRIMER
ESQUEMA CONSTITUCIONAL O EL INTENTO
DE INVENTAR UN IMPERIO
Es indudable que Iturbide tenía un alma superior y que
su ambición estaba apoyada en aquella noble resolución
que desprecia los peligros y que no se detiene por obstácu-
los de ninguna especie […] Comunicó su proyecto a las
personas que por sus luces podían ayudarle en la direc-
ción política de los negocios y desde entonces no se pensó
en otra cosa que en formar un plan que ofreciese garan-
tías a los ciudadanos y a los monarquistas, alejando al
mismo tiempo todo temor de parte de los españoles.
LORENZO DE ZAVALA, Ensayo histórico
de las revoluciones de México, desde 1808 hasta 1830
Esta nota sólo la pueden dar los que tienen la cabeza lle-
na de ideas grandiosas, y que cuando hablan del Imperio
mexicano siempre le añaden los epítetos de “opulento”,
“soberbio”, etc. […] ¡O loca fantasía (diré con el fabulis-
ta), que palacios fabricas en el viento, modera tu osadía!
La Avispa de Chilpancingo, núm. 8, 1821
1. LOS TRATADOS DE CÓRDOBA. EL ARTE DE DESATAR SIN ROMPER
El 24 de febrero de 1821 Iturbide exclama, dirigiéndose al Ejército Triga-
rante que ha jurado el Plan de Iguala:
No teniendo enemigos que batir, con emos en el Dios de los Ejércitos que lo es
también de la paz, que cuando como hoy se ha formado este cuerpo de fuerzas
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combinadas, de europeos y americanos, de disidentes y realistas, seamos unos
meros protectores de la obra grande que hoy he trazado, la cual retocarán y
perfeccionarán los Padres de la Patria. ¡Asombrad a las Naciones de la culta
Europa: vean que la América Septentrional se emancipó sin derramar una sola
gota de sangre! En el transporte de vuestro júbilo decid: ¡Viva la Religión santa
que profesamos! ¡Viva la América Septentrional e Independiente! De todas las
naciones del Globo. ¡Viva la Unión que hizo nuestra felicidad!1
El Jefe Político, antes virrey de la Nueva España, Juan Ruiz de Apoda-
ca y los conspiradores de la Profesa quedaban desde luego sorprendidos
por el giro de los acontecimientos, cali cados como extraordinarios e
inimagi nables; Apodaca escribía el 7 de marzo al gobierno español: “Un
suceso tan ines perado llenó de asombro y consternación a esta capital
[de la Nueva España] como a mí”,2 pero los diputados novohispanos en
Madrid tal vez no se extrañaban. Conforme el Plan de Iguala gana la adhe-
sión prácticamente total de la Nueva España, en junio, la diputación ame-
ricana lanzaba en las Cortes de Madrid aquel proyecto que se ha co men-
tado sobre el autogobierno dentro del marco constitucional gaditano, que
hace referencia a la nueva revolución, llamándola temible, pero no ines-
perada.
Si las Cortes y el rey desestimaban la amenaza revolucionaria, la Inde-
pendencia del antiguo virreinato novohispano se hacía un hecho incontras-
table, irreversible. Ya no se trata de una amenaza. Los diputados novohis-
panos, amigos de los liberales, algunos vinculados por las reuniones de las
logias masónicas, conseguirán la destitución de las autoridades virreinales
despóticas de la última década, logrando el nombramiento como Capitán
General y Jefe Político Superior de la Nueva España de un liberal compro-
metido, amigo de las reformas en la Monarquía. Don Juan O’Donojú, re-
cientemente nombrado Virrey de la Nueva España será la sexagésima terce-
ra “imagen” del rey de España en México, y la última de la colonia. Había
seguido la carrera de las armas, distinguiéndose en la guerra contra las tro-
pas francesas, ocupó el ministerio de Guerra. El regreso de Fernando VII
signi có para él, como para muchos doceañistas, conocer la prisión en Ma-
llorca, durante cuatro años, y ser condenado a permanecer fuera de la corte
1 “Plan de Independencia de la América Septentrional”, en La Independencia de México.
Textos de su historia, SEP/Instituto Mora, México, 1985, pp. 197-201.
2 Citado por Timothy E. Anna, La caída del gobierno español en la ciudad de México, FCE,
México, 1981, p. 229.
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y los sitios reales durante otros tantos años. Los liberales del Trienio lo pro-
movieron para suceder a Apodaca.
De las instrucciones con que desembarcó en Veracruz,3 la principal se-
ría la relativa al “Gobierno político: Artículo 1° Siendo el primer deber de
V. E. como jefe político el velar sobre la puntual observancia de la Constitu-
ción política de la Monarquía y decretos de las Cortes”. Debía entonces pro-
curar el cumplimiento de las leyes relativas a la formación de los ayunta-
mientos constitucionales y las diputaciones provinciales, procurando siem pre
enderezar su autoridad por la “opinión”, no por las armas. Se trataba de la
nueva política que las Cortes habían imaginado adecuada para lograr la pa-
ci cación de las provincias hispanoamericanas:
9° Siendo en todos tiempos, y más en la presente época, la opinión en el que
manda la principal fuerza y resorte para hacerse obedecer y respetar, no se per-
donará por parte de V. E. medio alguno para adquirirla y sentarla desde el prin-
cipio: y este  n conviene que desde luego dicte providencias que produzcan las
sensaciones más agradables, y que causen un verdadero alivio al pueblo, y sean
más deseadas de todo país, sin causar perjuicio a la unión de ambos hemis-
ferios.
También debía mediar con prudencia los con ictos abiertos en la últi-
ma década: “10° Es objeto de grandísimo interés el extinguir los partidos
encarnizados, si los hubiere, entre europeos y americanos; entre disidentes
y  eles, y entre afectos y desafectos al sistema constitucional”.
Pero al entrar en la Nueva España se encontraría con que las volunta-
des no estaban encontradas. Ya no existía la situación de guerra, el antago-
nismo y oposición amigo/enemigo, sino que los pareceres estaban concilia-
dos en torno al Plan de Iguala. El Ejército Trigarante entraría sin disparar
un solo tiro en las poblaciones de Guanajuato, Valladolid, Guadalajara, San
Juan del Río y Querétaro. De suma importancia sería para tales triunfos, por
una parte, la incertidumbre que mostraron las autoridades españolas una
vez cimbradas por el anuncio de Iguala —el desconcierto de Apodaca que se
ha indicado arriba, y que se hizo extensivo a los militares realistas que queda-
ban bajo su mando—, pero también, por otro lado, la difusión —favorecida
por la libertad de imprenta— de las noticias en torno al Plan de Iguala y los
progresos heroicos del Ejército Trigarante.
3 Este documento puede consultarse en Instrucciones y memorias de los virreyes novohispa-
nos, tomo II, Porrúa, México, 1991, pp. 1489-1499.

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