¿Qué es la corrupción para los mexicanos?

AutorAdriana Peralta Ramos
Páginas17-44

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México es un país insultantemente bello y policromático desde todas sus esquinas. En su ramillete de presentación puede esgrimir tanto montañas altas cubiertas de nieve, como sus playas que no se cansan durante todo el año de bañarse de sol, y de arenas tan suaves como la piel más fina; puede brindar rutas inmensas de la época colonial, con santuarios de calibres colosales, como selvas seductoras y desiertos que atrapan. México es un país pletórico de imágenes surrealistas e impactantes, debido tanto a su inequidad como a ese permanente contraste cotidiano en cualquiera de sus localidades.

Nuestro país cuenta con una superficie de 1,973 millones de kilómetros cuadrados, y tiene como vecino muy cercano a uno de los países más poderosos del mundo; ha sucumbido a negociaciones con éste, de tal tamaño que casi una mitad del territorio original ahora corresponde a las “estrellas y las

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barras”; fue, justamente, la corrupción el engrane que fraguó en sus tiempos estos devenires ya tan lejanos en la historia.

La palabra corrupción deriva del verbo latino corrompere: “romper juntos”, y, en virtud de ser un verbo que invita a conjugarse en varias direcciones, también podemos hablar de “putrefacción” (los cadáveres, a corto plazo, entran en descomposición, putrefacción): algo maligno, malicioso, perverso.

En la Edad Media se creía que el cuerpo muerto/cadáver se corrompía porque se desataban los demonios al escapar el alma con la muerte; y que éstos, los demonios, inundaban con olores nauseabundos y desechos pestilentes. En otras palabras, el cuerpo estaba corrompido.

María Amparo Casar en su libro México: anatomía de la corrupción define a la corrupción en forma operacional, como el desvío del criterio que debe orientar la conducta de un tomador de decisiones, a cambio de una recompensa, con relación a sus obligaciones como ciudadano.

Es evidente que el intentar escudriñar esta forma de vida en un país que se ahoga por todos los poros a causa de la corrupción, parecería una tarea bastante fácil; sin embargo, debido a las cadenas de complicidades que campean y atraviesan a todos los espacios se vuelve una faena casi imposible. Son muchos los mexicanos que creen que es la única forma de vida, y que ?de una u otra manera? todos navegamos en la misma balsa; y, por consecuencia, todos somos corruptos.

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El 28 de septiembre de 2016, el presidente de México, Enrique Peña Nieto, al inaugurar la Semana Nacional de Transparencia 2016 dijo, textualmente:

“Si hablamos de corrupción, no hay nadie que pueda aventar la primera piedra, porque este tema que tanto lace-ra, lo está en todos los órdenes de la sociedad y en todos los ámbitos. No hay alguien que pueda atreverse a arrojar la primera piedra, todos somos parte de un modelo que hoy estamos desterrando, y deseando cambiar, para beneficio de una sociedad que es más exigente y que se impone nuevos paradigmas”.

Así las cosas, parece que no existen veredas hacia el cambio, aunque la sociedad ahora exija más.

En un artículo del historiador Carlos Silva publicado en el diario Milenio (en 2009), afirma que la corrupción ha fluido en nuestra patria casi desde el inicio de su existencia, acuñando frases que, de tanto repetirlas, hasta parecen simpáticas:

“Ese gallo quiere maíz”

“Nadie aguanta un cañonazo de cincuenta mil pesos”

“La moral es un árbol que da moras”

“El que se mueve no sale en la foto”

“Vivir fuera del presupuesto es vivir en el error”

“Un político pobre es un pobre político”

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“La corrupción somos todos”

“No quiero que me den, sino que pongan donde hay”

“Ponte la del Puebla”

“Una sor Juanita”

“¿Cómo nos arreglamos?”

“Sólo dame para el chesco

“¿A quién le dan pan que llore?”

“En arcas abiertas, hasta el más justo peca”

“El que no transa, no avanza”

“Ayúdame a ayudarte”

“Con dinero baila el perro”

“No importa que robe, pero que salpique”

“Ponte guapo”

“El año de Hidalgo… ¡que chi#$%& a su madre el que deje algo!”

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¿Es, entonces, que todos somos corruptos? ¿Será, acaso, que “un hijo corrupto en cada hijo te dio”? La respuesta es un no categórico; aunque esto parezca más una ilusión pasajera que la triste realidad. Nadie nace corrupto, aprende a serlo; aunque debemos aceptar que la corrupción del mexicano depende de la propia mexicanidad, como un hecho sociológico aderezado desde la Conquista1y la Colonización.

Antecedentes históricos de la corrupción en México

Desde el descubrimiento de América, cuando el contraste de civilizaciones expresa desventajas inmensas, los pobladores del “nuevo mundo” se convierten en esclavos de los adelantados del tiempo; más allá de la evangelización, ya en la etapa de la Colonia, fluye el ánimo del sometimiento, de marcar las diferencias entre el dueño y el vasallo, del blanco y del indígena. Así, un pueblo esclavizado tiene que aprender a vivir fuera de la ley, a hacer trampa.

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Once años de la Guerra de Independencia remarcaron la corrupción como sello característico de la mexicanidad. Es cierto que la bandera de Independencia, al paso de los años, se ha cifrado con la total convicción de que todos los mexicanos que se lanzaron a la lucha, estaban convencidos de los objetivos y de los alcances, cuando sabemos bien que el analfabetismo era casi total, y que muy pocos sabían en qué dirección estaba España. Sin embargo, fue una época donde el vandalismo y la corrupción afloraron sin par, creando los antecedentes de una mexicanidad aún no bien comprendida.

Samuel Ramos, en su libro El perfil del hombre y la cultura en México ?con una primera edición, en 1934? disecciona, con apoyo psicológico de Adler, la esencia de la mexicanidad. Parte de un pueblo conquistado y atrapado en una cultura que desconoce, que teme y a la que es imbuido con fuerzas desmedidas; el ser mexicano es situarse en total des-ventaja ante los poderosos, los que vienen de otro mundo y que, por ese hecho, son superiores e inalcanzables. Surge, con estos antecedentes sociológicos y psicológicos, el sentimiento de inferioridad, que ?afirma Ramos? será como otra piel para siempre en cada mexicano. Habrá momentos de revancha como la figura del “Peladito”, el que confronta, el que reta y se atreve a decir: “¡yo soy tu padre!”; pero siempre dejando ver su inferioridad plasmada hasta en la sangre.

Octavio Paz publicó (en 1950) El laberinto de la soledad, donde va más allá, acercándose ?posiblemente? a ese espíritu de revancha que todo perdedor expresa. Ya no se trata sólo del mexicano con sentimiento de inferioridad, sino del que ha

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quedado huérfano, con una cultura arrebatada y que ahora, a través de la agresión (el machismo), pretende significarse como el que puede contrarrestar esa orfandad que tanto le ha significado en su vida. De esta manera ?dice Paz? se va tejiendo la mexicanidad que es contradictoria y a veces inesperada. Lo que más ama es su madre, pero también es una palabra que le sirve como verbo y sustantivo. El mexicano sufre por estar des-madrado, tiene miedo a rebasar límites que pudieran ser de triunfo y prefiere lo pequeño, como el decir de mucha gente en México que se reduce para apaciguar el miedo: “¿cómo ha estado, compadrito?”, “¿no quiere descansar un ratito?”, “¿se toma un refresquito?”, y “¿cómo está mi comadrita?”.

Estos son los antecedentes de una mexicanidad que diseña una conducta tramposa, mentirosa y, con frecuencia, perniciosa; sin embargo, es también cuando los sentimientos afloran muy amorosos, y más aún cuando vivimos tragedias ?como los terremotos? donde todos somos solidarios, y ca-paces de dar hasta la fatiga, acuñando frases muy nuestras: “donde comen dos, comen tres o cuatro”, “sólo le pondremos más agua a los frijoles”. Una vez que pasan los días, regresaremos a nuestro día a día, como dijera Juan Manuel Serrat: “vuelve el pobre a su pobreza, vuelve el rico a su riqueza y el señor cura a sus misas”. El terreno está abonado para la corrupción como una forma de vida.

No obstante, ante esta orfandad heredada, el mexicano vive soñando con una revancha, es bravucón, reta ante la menor provocación; y cuando se siente inmerso en las masas

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-como un estadio de futbol- grita y ofende, y qué mejor que haciendo dudar al jugador enemigo de su masculinidad (ser menos macho); y, entonces, como un himno entonado a todas voces le gritan: “¡ehhh, putooo!”. Asimismo, si se siente cubierto por la multitud, roba, y participa ?sin ningún sentimiento de culpa? en actos vandálicos porque, en el fondo, está viviendo su revancha.

Cierto es que las dos referencias a las que hago alusión han sido crisoles significativos en la comprensión de la mexicanidad en el siglo XX; sin embargo, en esta época de las redes sociales como armas inobjetables de vida, el ser mexicano y corrupto se teje en otra esfera: siempre como una compensación que el mexicano cree merecer, el acto corrupto suele verlo como algo justo, como algo equitativo.

Personalidades en la historia

Claudia Lomnitz en su libro Vicios públicos, virtudes privadas. La corrupción en México (2000, CIESAS), entre...

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