Epílogo. La dignidad indivisible

AutorRonald Dworkin
Páginas505-511
505
Epílogo
LA DIGNIDAD INDIVISIBLE
UNA VEZ MÁS: LA VERDAD
El big bang de la revolución galileana hizo que el mundo del valor fuera
seguro para la ciencia. Pero la nueva república de las ideas se convirtió
en un imperio. Los fi lósofos modernos engordaron los métodos de la
física hasta transformarlos en una metafísica totalitaria. Invadieron y
ocuparon todos los términos honorífi cos —realidad, verdad, hecho,
fundamento, signifi cado, conocimiento y ser— y dictaron las condicio-
nes conforme a las cuales otros cuerpos de pensamiento podrían aspi-
rar a ellos. Hoy el interrogante es si y cómo el mundo de la ciencia
puede tornarse seguro para el valor.
La gran variedad de ismos que estudiamos en el capítulo III trataron
de hacer frente a ese desafío. Los fi lósofos se convirtieron en existencialis-
tas, emotivistas, antirrealistas, expresivistas, constructivistas y cualquier
otra cosa que pudieran imaginar. Pero todos esos oasis se secaron, de
modo que cada generación de fi lósofos imaginó y anduvo errante hacia un
nuevo oasis. La fi nalización de ese desfi le no está a la vista. Pero los ismos
son todos insatisfactorios, porque la idea que comparten —que los juicios
de valor no pueden ser realmente verdaderos— pierde todo sentido cuando
se eliminan las inútiles bastardillas. Sean cuales fueren su mecánica o sus
condecoraciones, todos se fundan en un escepticismo supuestamente ex-
terno que de una manera u otra se devora a sí mismo.
Algunos fi lósofos —“realistas”— protestaron contra el supuesto
imperial, al que dieron el nombre de “cientifi cismo”. Pero como hemos
visto, sobre todo en el capítulo IV, su ruptura con la metafísica del esta-
blishment no fue en su mayor parte una ruptura nítida: aún se preocu-
paban por cómo podrían los juicios de valor satisfacer al menos algún
test mínimo que hubiera fi jado la metafísica de la ciencia, algún test de
convergencia o fundamento o la facultad de explicar los hechos de con-
vicción o comportamiento. Sin embargo, tan pronto como tomamos
con la seriedad sufi ciente la profunda independencia de la moral, la

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