La enormidad un 'casi'

AutorAndrés Henestrosa
Páginas234-235
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ANDRÉS HEN ESTROS A
Y ése es el cuadro que con el título de “El ahorcado” has visto, lector, en-
tre las obras maestras de la pintura mexicana de nuestro tiempo.
8 de agosto de 1954
La enormidad un “casi”
No es nuevo en el mundo y desde luego no lo es en México que los escritores
cumplan tareas ajenas a su oficio. No lo es tampoco que sirvan de amanuenses,
cuando no de “negros” a políticos que le hagan a la literatura, o a escritores
verdaderos que alcancen cargos públicos, quienes por el volumen de sus tareas
administrativas no pueden atender a los menesteres de su profesión literaria.
La historia de las letras consigna, para regocijo de lectores, y para desquite
de escritores que prestan, urgidos por la cara de hereje de la necesidad, su
pluma para que otros se luzcan, más de una sangrienta venganza. El delito de
firmar como propia una obra ajena: vengarse el autor verdadero denunciando
el saqueo, son dos cosas que bien pudieran constituir sendos capítulos de la
Historia u niversal de l a infamia que con tan buena sombra y pluma ha escrito
Jorge Luis Borges, el argentino universal.
La tradición oral y escrita de las letras nacionales, recuerda muchos casos de
escritores que han prestado su pluma para que medianos escritores, que el azar
ha llevado a altos cargos, aparezcan autores de escritos que nunca hubieran po-
dido escribir. Andan por allí monografías, ensayos, artículos literarios, hijos del
ingenio de escritores mexicanos que las circunstancias de nuestra vida colectiva,
pusieron al alcance de un político sin escrúpulo. Yo recuerdo uno de Ermilo
Abreu Gómez, uno de Héctor Pérez Martínez y, ¿por qué no decirlo?, uno mío.
Otra cosa son los informes de gobierno, memorias, exposiciones, discursos
que los jefes de Estado encomiendan a los técnicos a su servicio. Este tipo
de literatura no es creación, y en todo caso representan el ideario político del
gobernante, y el estilo literario que se ha convenido imprimir a los textos que
pronuncian y publican. Pero de eso no hablamos. Aquí nos referimos a aque-
llas obras que pueden considerarse obra personal de creación literaria, si el
funcionario es escritor.
Ángel de Campo trabajó en la Secretaría de Hacienda, como escribiente,
como empleado inferior de una de sus tantas oficinas. Allí, sobre una mesita,

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