Enorme casi

AutorAndrés Henestrosa
Páginas130-131
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ANDRÉS HEN ESTROS A
después, con los datos del recuerdo y, sin embargo, por partir los dos de una
realidad, sinceramente observada, dicen de Ángel de Campo cosas parecidas.
Un solo lunar afea estas semblanzas y opiniones literarias de Nervo: las afir-
maciones que lo presentan como un pésimo pensador, contenidas en aquella
respuesta que dio justamente a Salado Álvarez con motivo de una discusión
sobre el Modernismo. “¿Quién ha dicho a usted, amigo y señor, que la literatura
es hija del medio y de él debe proceder como legítimo fruto? Muy al contrario,
vive Dios. La literatura podrá elevar la intelectualidad del medio; mas nunca el
medio creará la literatura.” Así dice Amado Nervo, muy orondo, muy trepado en
su opinión aristocratizante de lo que es y deben ser las letras de un país.
11 de enero de 1953
Enorme casi
Dos recios y hermosos libros leí en los últimos meses del año pasado: La nube
estéril de Antonio Rodríguez y Cu ando Cárdena s nos dio la tierra de Roberto
Blanco Moheno. Del primero ya me ocuparé; ahora quiero detenerme un ins-
tante en esta que su autor considera “casi novela”, siéndolo de modo cumplido
y cabal. Otras cosas había yo leído de Blanco Moheno, pero en verdad ninguna
de ellas anunciaba al autor de esta novela, sorprendente de vigor, sentido so-
cial y savia mexicana. Sus otros libros, con ser mejores que los que uno está
habituado a encontrar entre los escritores noveles, tienen más impulso que
razón, más hoja que raíz; son brotes, larvas, botón que no siempre se resuelve
en flor. Eso era lo que yo conocía de Blanco Moheno. Por eso, al atreverme
por las primeras páginas de Cuando Cárdenas nos dio l a tierra, lo hice titubean-
te, venciendo resistencia, y sólo animado por la viva simpatía que justamente
unas semanas antes había promovido en mí su autor, un joven inquieto y aler-
ta. Y yo, que soy un lector lento, como corresponde a un hombre de tradición
oral, más acostumbrado a oír que a leer, no solté el libro hasta más allá de las
primeras cien páginas, preso en la red de emociones, sorpresas y entusiasmos
que Blanco Moheno sabe tender a sus lectores. La bondad de esta novela, y su
eficacia, quedan manifiestas en la nutrida sucesión de ideas, hallazgos y deci-
sión de trabajo que va poniendo en el ánimo de los lectores, digo, suponiendo
que fuera yo un resumen del lector que es al mismo tiempo un escritor. Así,

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