De emperadores y mundos de este reino

AutorAriel Arnal
CargoMaestro en Historia por la Universidad Iberoamericana. Profesor-investigador de la academia de Historia y Sociedad Contemporánea de la Universidad de la Ciudad de México
Páginas293-297

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La historia suele construirse a partir de la materia de la realidad, pero lo que con frecuencia olvidamos los historiadores es que esa realidad también la constituye ese mundo inasible de los sentimientos, las sensaciones, y sobre todo las ambiciones que tienen que ver mucho más con Freud, Dios y su ejército de ángeles, que con los datos "objetivos" a que estamos acostumbrados.

Hace doscientos años, 1804 abría y cerraba con dos acontecimientos lejanos en el espacio, pero cercanos por la radicalidad de lo que uno y otro significarían para la historia de la humanidad. La independencia de Haití inauguraba el nuevo año con la primera independencia de América Latina así como la primera república negra en el sentido occidental del término. En cambio, en Europa, el dos de diciembre, el papa Pío VII consagraba emperador de Francia al que a partir de entonces sería nombrado como Napoleón I.

Estos dos acontecimientos marcan desde luego la historia objetiva, la tangible y comprobable por medio del contraste de la información documental. Pero signan también dos conceptos que rasgan la historia occidental a lo largo de todo su ser: la explotación y marginación de los más débiles, así como la arrogancia de la tradición política occidental. A nivel conceptual, lo que la independencia de Haití demuestra es cómo una economía, y en consecuencia su sociedad y su cultura, pueden ser marginados bajo el estigma racial. Por otro lado, la coronación de Napoleón

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Bonaparte representa el alto grado de arrogancia a que puede llegar el ser humano y el desprecio por el prójimo.

Más allá de las valoraciones políticas que hoy se puedan hacer de ambos sucesos, lo interesante para el historiador es ver ambos acontecimientos bajo la perspectiva de otras fuentes no tradicionales a su disciplina, tratar de acercarse a la historia desde esos otros aspectos que modelan y constituyen también el quehacer humano. El arte es sin duda un instrumento de esas expresiones que, aparentemente subjetivas, dan muestras de cómo el ser humano siente y comparte con sus semejantes lo que de ello se deriva. La literatura y la pintura se encuentran así en el campo histórico como narradores de acontecimientos sociales, no tan alejados de nuestros padres positivistas, y en cambio muchas veces más certeros en el meollo de las causas de lo que la historia ha denominado arrogantemente "hechos".

Alejo Carpentier, nacido en 1904, publicaba a sus 45 años la pequeña pero exitosa...

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