S. M. el Emperador, después de haber jurado en el Congreso, pronunció el discurso siguiente

AutorFernando Serrano Migallón
Páginas486-488
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S. M. EL EMPERADOR, DESPUÉS DE HABER JURADO
EN EL CONGRESO, PRONUNCIÓ EL DISCURSO SIGUIENTE
Séame permitido, dignos e ilustres representantes; pueblo amado, séame
permitido empezar protestandoos por el Dios de la verdad, por el honor de
que blasono, por vosotros, que son para mí los juramentos más sagrados, que
cuanto articularon mis labios en este momento, son los sentimientos del
corazón, la efusion más pura de mi alma franca y sensible.
Cuando pronuncié en Iguala la independencia del imperio, cuando re-
sonó en todos los con nes de Anáhuac la encantadora voz de libertad, ade-
más de proponerme romper las cadenas con que un mundo sujetó a otro
mundo, sin otra razón que la violencia y el terror, autorizada en los tiempos
sombríos de la ignorancia, tuve por principal obgeto salvar á la patria de
una horrorosa anarquía, en cuyos bordes ya balanceaba. Yo la ví próxima à
recibir por la divergencia de opiniones, el impulso que iba á precipitarla sin
remedio: con voz tan sentida como magestuosa reclamaba auxilios de sus
hijos; corrí à estenderle una mano protectora. Nada es más natural en ocu-
rrencias estraordinarias, prontas y difíciles, que olvidarlo todo sin pensar
más que en evitar el daño: á mí, sin embargo, quiso la Providencia darme
serenidad bastante para no ser sorprendido por el peligro: creo que poco
olvidé de lo que convenía tener presente: el éxito es el garante de mi aser-
sion; pero sobre todo cuidé de respetar la voluntad de los pueblos, acallada
entonces, sofocada; diré mejor, enmudecida, pues tres siglos de silencio
ominoso, le habían privado hasta de la facultad de espresarse: el estado era
violento, y una vez conseguido reanimar este cuerpo casi examine y robus-
tecerle, tiempo vendría en que por su naturaleza misma recobrase sus dere-
chos y los pusiese en egercicio: es el principal la eleccion de un hombre que
puesto a su cabeza le dirigiese, le amase, le defendiese, éste el príncipe, és-
tas sus virtudes. Era preciso reunir la opinion a un centro, era preciso dejar
à salvo la voluntad general cuando pudiese libremente pronunciarse: espi-
nosa y difícil empresa conciliar en aquel tiempo estremos tan opuestos.
Llamé, no ví otro medio, á reinar a Mégico á la dinastía de la segunda rama
de Hugo Capeto, con tal de que su advenimiento al trono fuese precedido de

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