El Emperador al egército

AutorFernando Serrano Migallón
Páginas496-496
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EL EMPERADOR AL EGÉRCITO
SOLDADOS: cualquiera que haya sido la suerte á que me destinara la Providen-
cia, hora subalterno, hora gefe; después vuestro caudillo, vuestro general, y
en el dia, por la gracia de Dios, por vuestros esfuerzos, y la voluntad de los
pueblos, emperador de Mégico, el título con que más me honré fuè el de
vuestro compañero, y el que mas me lisonjea hoy, el de primer soldado del
egército Trigarante: os debo esta declaración, ella es el homenage que hago
á vuestras virtudes, á lo que os debiera la nacion, y á lo que os debo yo testigo
de vuesto valor, privaciones y peligros. Sí, compañeros, esta hermosa patria
que os vió nacer á unos, y que alimentó por mucho tiempo á otros, no ta cha-
rá de ingratos á los que en recompensa de los bene cios que les dispen sò,
destrozaron el ominoso yugo, de cuya inmensa pesadumbre estuvo agoviada
por siglos. Pero la obra grande que emprendisteis aún no está perfeccio nada;
á los dignos representantes del pueblo les resta que hacer; su ilustración y
celo infatigable nos prometen, que lo que empezamos lo perfeccionarán: es to
sin embargo no es todo, á vosotros y á mi nos corresponde auxiliarles: nues-
tro deber es ser exactos observadores de las leyes que dicten, respetar su alto
ministerio, sostenerles en paz para que deliberen sobre nuestros intereses,
castigar á los enemigos, y á los genios perturbadores, guardar nosotros mis-
mos disciplina y òrden. Disciplina y òrden son los caracteres del soldado, y
no hay egército cuando entre los que le componen se olvida la subordinación
justa, la escrupulosa honradez, la generosidad de sentimientos, el fraternal
amor á todos los individuos de todas las clases del Estado, la austeridad de
las costumbres, el respeto á las propiedades, la observancia sobre todo de la
religión de nuestros padres. Estoy penetrado de que poseeis todas estas cua-
lidades; pero desgraciadamente uno de los malos efectos de la campaña y de
las alteraciones políticas es sufocarlas, necesitándose en tiempos tranquilos
energía y vigor para restituirlas á su verdadero estado. ¡Ah, mis amigos, có mo
he procurado no llegar este punto! pero es inevitable deciros que seré el pa-
dre de los buenos, y de los malos… no, vosotros me evitareis el ser egecutor
de las leyes penales. El egército miéntras yo empuñe el cetro no consentirá
malvados: lo exige la justicia, vuestro honor y mi deber.— Agustin.

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