Edmund Burke. Un reformista pragmático

AutorGerardo Laveaga
CargoZZZZ
Páginas10-11
10 El Mundo del Abogado julio 2012
Grandes legisladores
de la historia
Por donde se mire, Edmund Burke (1729-1797)
es una figura trágica. Trágica en el sentido en
que lo fue Maquiavelo, con quien podría haber
sido comparado por Plutarco en sus Vidas pa-
ralelas. Después de todo, Burke también fue un
político cuya inteligencia y pluma envidiable lo
hicieron ambicionar posiciones relevantes para influir en los
destinos del Imperio británico... Como el florentino, tampo-
co él lo consiguió.
Al igual que a Maquiavelo en la Florencia republicana de
Soderini, las convicciones de Burke lo llevaron a militar en el
partido más incluyente de su época. Escribió para justificar
las posturas de ese partido y para alentar a las fuerzas p olíti-
cas emergentes a que se movieran en la dirección que él juz-
gaba correcta: limitar el poder del rey, ampliar las libertades
en las colonias que el imperio tenía en Norteamérica y opo-
nerse al despojo que se hacía a los súbditos de la India, mo-
derando la voracidad de la East India Company.
Burke no era un ideólogo. Desconfiaba de “sabios”, “ex-
pertos” e ideologías. Detestaba aquello que pudiera ser ca-
lificado de “utópico”, así como toda generalización que pre-
tendiera reducir la realidad a rígidos modelos conceptuales.
Anticipándose a Marx, que creía que si la realidad no cua-
draba con la teoría, “peor para la realidad”, Burke siempre
partió de lo tangible.
Como John Locke, creía que un gobierno debía velar para
que los hombres no se hicieran daño unos a otros, preser-
var la propiedad privada y, sobre todo, llevar a cabo acciones
concretas que permitieran que los integrantes de la sociedad
pudieran vivir mejor. La naturaleza de estas acciones, advir-
tió, dependería de cada momento. Desde su punto de vista,
convenía que su ejecución fuera gradual. Su apuesta era “ins-
titucionalizar el cambio”, reformando aquellas leyes diseña-
das para épocas distintas. “Bad law s —sentenció— are the
worst sort of tyranny.”
Pero estos escritos, que en modo alguno constituyen un
corpus o propuestas paradigmáticas, disgustaron al rey y al
partido monárquico. Para su desgracia, aunque había naci-
do en el seno de una acomodada familia irlandesa y había es-
tudiado Derecho en el Trinity Collage de Dublín, Burke no
pertenecía a la aristocracia, lo cual ocasionó que, al interior
de su propio partido, no se le considerara para un cargo den-
tro del gabinete.
Durante su gestión como primer ministro, el marqués de
Rockingham lo nombró secretario privado y, desde esta po-
sición, Burke logró convertirse en miembro del Parlamento.
Pero no más. Poco dispuesto a la caravana y a la transacción,
disintió de su electorado en Bristol, del que se consideraba
representante y no delegado. Era un político demasiado in-
dependiente. Con dificultades, consiguió saltar a un nuevo
escaño por Malton.
La estructura partidista y política estaba diseñada para
que la ocuparan hombres con credenciales nobiliarias y me-
nos autonomía. El propio partido liberal pugnaba por lle-
var a cabo reformas, sí, pero reformas que beneficiaran a sus
miembros. La alianza entre el dirigente liberal Charles James
Fox y el primer ministro conservador Lord North —“la tre-
gua”, habría que decir— confirmó estas intenciones.
En este contexto estalló la revolución en Francia. Las re-
vueltas, los asesinatos y los ajusticiamientos indignaron al
parlamentario irlandés. Enterarse de que los galos habían
guillotinado al rey, dando pie al desorden y al caos, lo soli-
viantó. “¿No decías que eras un liberal?” —lo increparon sus
críticos—. “¿No predicabas que el rey debía ceñirse a la ley?”
Avalar la debacle no significa ser liberal”, protestó Burke.
Aquella matanza, aquel enfrentamiento de odios y resen-
timientos no tenía nada que ver con el espíritu liberal, acu-
só en la tribuna parlamentaria, valiéndose de su flamígera
oratoria: no era desatando masacres como una sociedad po-
día alcanzar los niveles de civilización a los que debían as-
EdmundBurke
Unreformistapragmático
Gerardo Laveaga
En una época como la nuestra, caracterizada por el riesgo y la incer-
tidumbre, la visión de este político-filósofo nos ayuda a alejarnos de
los rígidos modelos doctrinarios y a promover, con eficiencia, aque-
llos cambios que se van necesitando en nuestro entorno.
Twitter:@GLaveaga
Para Jesús Murillo Karam,
a pesar de que me ha acusado de ser, “a veces”, un conservador.

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