Editorial

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Vivi mos tiempos hoy con una di námica en la que el mañana se hac e ayer de una ma-
nera más ver tiginosa de la qu e pudiéramos imagin ar. El tráfico jurídi co se multiplica.
Las trans acciones on line, la const atación de pág inas web, disposic iones sobre el pr opio
cuerp o, incluso sobre células ge rminales, y el cadáv er, contratos de los más div ersos tipos,
nacimiento de n uevos derechos real es. Y ni qué decir en el ámbito d el derecho familiar: las
técnicas de r eproducc ión humana asist ida, en sus más di versas variantes, la mate rnidad
subrogada, la p osibilidad de una vid a, aún después de muerto al guno de los progenitores ,
que permi te hablar de hijos superpós tumos, los acuerdos pr enupciales. Y por supu esto, la
necesida d de visualizar un derecho que sea cada vez más flexible, más d úctil, más a tono
con los requerimientos de estos tiempos , en el que el centro de atención s ea la persona, y
los derechos humanos, que permita vi venciar el protagonismo de esas personas, au n con
capacidades dife rentes.
Empero, utilizando tér minos matemátic os, en todas est as instituciones existe un
mínimo común mú ltiplo: el notariado. ¿Qu é sería de ellas si no cons taran con el notariado
como pilast ra que no sólo sost iene la forma o el continente , sino que también l egitima y
da un viso de le galidad a los actos y ne gocios que se c onciertan a d iario y que per miten
la segur idad del dinamismo tanto del derecho privado, como del público?
El derecho n otarial ha sido concebido t radicionalmente c omo un derecho, en esenc ia,
de formas. Com o diría el notario es pañol González Palomino, de form as de ser y de formas
de valer. El notar io actúa como un arquitecto sobre planos supues tos y superpuestos. En
esos planos, lo s actos y negocio s jurídico s adquieren las d imensiones de c ontenido y de
continente . El notario es el forja dor del continente, hace dor de una geometría e n proyección
caballera q ue permite vislumbr ar un negocio o un acto jurí dico, robustecido de legali dad,
autenticidad, legit imidad, veracidad y de una forma solemne que les da un blindaje para
navegar por el t ráfico jurídico, pe ro no deja de influir en la valide z del contenido, a través
de su preve ntivo asesoramiento y de ce rtero cons ejo, cuando así s e le solicita.
Por ello, me parec e justo y razonable que la rev ista Ius dedique uno de s us números al
derecho notar ial, en el que refleje sus a ctuales derrote ros. Esos sendero s por los que transita
acompañando a los hombres y mujere s en su andar por la v ida. Porque, precisamente es
ese su pri ncipal comet ido. Como dijera C arnelutt i en su mític a conferenc ia en el Colegio
de Notarios de Madrid, allá por 1950, pero en palabras que mant ienen per enne vigenc ia
“Los hombre s, frecuentem ente, son más locos de lo que la br újula sea cierta s veces porque,
mientras n o navega, viven s in mirar las estrel las; y no piensan que la vid a es un viaje y sería
absurdo que al fin al se encontrasen donde han pa rtido, esto es que venido s de la nada a la
nada volviesen. También el Notario, si quiere ve rdaderamente ayudarlo a ne gociar, que es
a su vez un nave gar debe conocer no sólo los cam inos de la tierra, si no los del cielo”. Y por
esos camino s, por los que andamos los profesionales del derecho notarial, tambi én se hace
ciencia, y se aporta al menos un grano en la c onstruc ción de ese pro ducto cultural de la
humanidad que es el d erecho. Se agradec e que se haya pensado en el g remio notarial para
traduc ir las claves ju rídicas en las que nos conduci mos, a fin de cuentas somos cronistas
sociales , forjadores d e la historia —en ocasiones no contada—, del derecho. Y como dicen
los alemanes —s in que les falte razón—, Rechtswahrer, o sea, sus c autelosos guardianes.
EDITORIAL
editoRial

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