La edad de los príncipes

AutorQuentin Skinner
Páginas130-155
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V. LA EDAD DE LOS PRÍNCIPES
EL TRIUNFO DEL GOBIERNO PRINCIPESCO
Franceso Guicciardini, al escribir su Historia de Italia poco antes de 1540,
dividió el Renacimiento tardío en dos periodos distintos y trágicamente
opuestos de desarrollo político. Como lo explica al principio de la Historia, la
línea de demarcación cae en 1494, año en que “tropas francesas, convocadas
por nuestros propios príncipes, empezaron a provocar aquí muy grandes di-
sensiones” (p. 3). Antes de este momento fatal, “Italia nunca había disfru-
tado tanta prosperidad ni conocido una situación tan favorable” (p. 4). Los
largos años de confl icto entre Florencia y Milán fi nalmente habían termina-
do en 1454, después de lo cual “por doquier reinaron la mayor paz y tranqui-
lidad” (p. 4). Sin embargo, con la llegada de los franceses, Italia empezó a
padecer “todas aquellas calamidades que habitualmente afl igen a los misera-
bles mortales” (p. 3). Cuando Carlos VIII invadió el país en 1494, sometió a
Florencia y Roma, se abrió paso luchando hacia el sur, hasta llegar a Nápoles,
y permitió a sus vastos ejércitos saquear los campos. Su sucesor, Luis XII,
organizó tres nuevas invasiones, atacando Milán repetidas veces y generando
una guerra endémica por toda Italia. Por último, el mayor desastre de todos
llegó cuando el emperador Carlos V, a principios del decenio de 1520, decidió
arrebatar Milán a los franceses: esta decisión convertiría todo el Regnum Ita-
licum en un campo de batalla durante los próximos treinta años (Green,
1964, pp. 94-99).
A pesar de todo, una corriente siguió ininterrumpida durante estos perio-
dos de cambiante fortuna: la extensión y consolidación de formas cada vez
más despóticas de gobierno principesco. A veces —como en Nápoles y Mi-
lán— esto simplemente implicó la imposición de amos nuevos y más podero-
sos, y no de nuevos estilos de gobierno. Pero en ciudades con activas tradi-
ciones republicanas —como Florencia y Roma— el resultado fue un largo
confl icto entre los partidarios de la “libertad” republicana y los defensores de
prácticas supuestamente “tiránicas”.
Para un relato de esta lucha en Roma pocas cosas mejores podemos ha-
cer que seguir el análisis ofrecido por Maquiavelo en su capítulo “De los
principados eclesiásticos” en El príncipe. Como empieza por observar, la de-
bilidad fatal de los papas de comienzos del quattrocento había sido su inca-
pacidad de contener a las facciones rivales de los “barones romanos” encabe-
zados por los Orsini y los Colonna (p. 75). Estas dos familias se habían
dedicado a fomentar disturbios populares, siendo su principal ambición im-
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pedir que el papado llegara a adueñarse del gobierno de la ciudad. Los Colon-
na apoyaron un levantamiento republicano en 1434, obligando a Eugenio IV
a abandonar Roma, durante nueve años, en tanto que una conjura similar de
los republicanos, en 1453, llenó de terror los últimos años del pontifi cado
de Nicolás V (Armstrong, 1936, pp. 169, 174). Pero como procede a relatar
Maquiavelo, la situación cambió radicalmente en la última parte del siglo XV.
Primero llegó Sixto IV, “un papa enérgico”, que atacó las camarillas republi-
canas y empezó a restaurar su autoridad temporal por todos los Estados
papales (p. 75). Vino después Alejandro VI, a quien Maquiavelo, lleno de ad-
miración, felicita por haber mostrado “como nunca lo había probado ningún
pontífi ce”, hasta dónde podía llegar el prestigio del papado mediante la apli-
cación resuelta de “el dinero y la fuerza armada” (p. 85). Finalmente llegó el
brillante reinado de Julio II, que “llevó todo a cabo, con tanta más gloria
cuanto que lo hizo para engrandecer la Iglesia”, y “triunfó en todas sus em-
presas” (p. 76). Encontró “una Iglesia engrandecida”, con “los nobles roma-
nos dispersos por las persecuciones de Alejandro”, pero no sólo “mantuvo las
conquistas de su predecesor”, convirtiendo el papado en un principado des-
pótico y una formidable potencia militar precisamente en la forma que Ma-
quiavelo consideraba esencial para erradicar la corrupción de la vida polí-
tica (p. 76).
Una extensión similar pero más insidiosa de las prácticas “tiránicas”
ocurrió en Florencia durante el mismo periodo. Los comienzos de esta trans-
formación se remontan a 1434, cuando Cosme de Médicis retornó del exilio
y empezó a formar una poderosa oligarquía política, encabezada por él mis-
mo.1 En 1458 se dio un paso más hacia el establecimiento de una signoria,
cuando un nuevo Consejo de los Cien —mucho más abierto a la manipula-
ción electoral que los numerosos consejos tradicionales— recibió facultades
de asesorar y legislar en toda una variedad de asuntos fi nancieros así como
políticos (Rubinstein, 1966, pp. 113-116). Pero el paso más decisivo en direc-
ción del despotismo mediceano se dio en 1480, cuando el nieto de Cosme,
Lorenzo il Magnifi co, ayudó a establecer un nuevo y permanente Consejo de
Setenta, integrado básicamente por sus propios partidarios, y al que se asig-
nó entonces un dominio casi completo sobre los asuntos de la República
(Rubinstein, 1966, pp. 199-203). Como declaró un enemigo de Lorenzo du-
rante el decenio de 1480, el resultado de todas estas “reformas” fue la crea-
ción de un régimen en que “ningún magistrado se atrevía, ni aun en las cues-
tiones más nimias, a decidir nada” sin asegurarse primero de la aprobación
de Lorenzo (Rubinstein, 1966, p. 225).
1 Véase Rubinstein, 1966, pp. 11-18. Aunque mi información, en este párrafo, ha sido toma-
da del libro de Rubinstein, debe notarse que él ha decidido cuestionar la suposición tradicional
—que yo me inclino a aceptar— de que estos acontecimientos pueden interpretarse como pa-
sos deliberados hacia el establecimiento de una signoria.

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