El eco de las canciones

AutorAndrés Henestrosa
Páginas179-181
citar y preparar lo que en medio de las tinieblas pueblerinas vislumbraba para
las futuras señoras juchitecas: hilar y guardar la casa. Y esas cosas las hizo muy
bien durante cincuenta años, sin descansar, ni desmayar un solo instante.
A la tarde, cumplida la jornada que nunca hubo modo de esquivar, sacaba
su butaque a la puerta de su casa y recibía el saludo de los vecinos y amigos que
acertaban a pasar frente a su casa rumbo al centro y al mercado. Fiel a las cos-
tumbres y a la tradición de su tierra, Doña Rosa asistía a convites, matrimonios,
fiestas y velorios, rumoroso el blanco olán de sus enaguas, alegres los colores
de sus listones, el pañolón de seda sobre los hombros. Y cumplida la obligación,
volvía a su casa, atenta sólo a enseñar tal como siendo muy niña se lo propuso.
Otros alcanzaron honores, se les tributó la hoja de laurel, otros que no ella.
Qué más, si por no tener escuela ni grado normalista no llegó a trabajar en las
escuelas oficiales. Pero de seguro ninguno como Doña Rosa se afanó, sin casi
retribución, en dar a las niñas de Juchitán la luz del alfabeto, armada de un
ánimo que tenía mucho de tenacidad si se recuerda que la lengua india era
un baluarte contra los impulsos de una enseñanza en lengua extraña. Pero a
todo venció Doña Rosa Escudero. Dar letras a gentes así, entraña una tarea y
una paciencia imponderables. Horas y días, semanas y meses, se la vio trabajar
con una sola alumna en aquella tarea, dulce y delicada, de hacer habitar en el
alma de una alumna la simiente de una letra. Hasta que Doña Rosa no enseñó a
leer a las niñas indígenas no fue cierta la sentencia de que la letra con sangre
entra, aunque en ella hubiera sido igualmente verdadero decir que la letra con
sangre sale.
Cuando Doña Rosa Escudero murió hace algunos años, una cosa se pudo
ver en Juchitán, y es que la casita en que enseñó a leer y contar, recitar y bor-
dar, se fue cayendo poco a poco.
1o. de noviembre de 1953
El eco de las canciones
Los libros modestos, escritos sin ánimo de opacar a otros o deslumbrar a los
lectores inocentes que son los únicos buenos lectores que existen, sino forja-
dos con el solo y levantado fin de serles útil, suelen esconder en sus páginas
datos preciosos, hallazgos nunca pensados por nadie, a veces ni por sus propios
AÑO 1953
ALACE NA DE MINUCI AS 179

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