Director General de Estadística de Coahuila

AutorAbel Camacho Guerrero
Páginas135-140

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Francisco J. Múgica trabaja en lo que llamaba con júbilo su brillante Cartera de Director General de Estadística del Estado. Habían transcurrido cuatro meses desde el día en que llegó a la capital de Coahuila. La capital era un pueblo grande, de calles angostas, parques provincianos, casas que señalaban en sus constructores la calidad de albañiles, con excepción de las pocas fincas que colindaban con la categoría de monumentos nacionales. En el trato diario de su gente sencilla y de amable franqueza cortés, alternaban la bondad y la sinceridad gentil de clara transparencia.

El ambiente pueblerino, el convivir con sus compañeros de oficina, espontanea amistad, y la relación directa con el formal, serio, solemne, de severidad sin afectaciones, Gobernador Carranza, eran la esfera de movilidad placentera, tranquila, generosa, de Francisco Múgica, quien después de cuatro meses de radicar en la capital coahuilense, encontraba cada vez más grata la permanencia en la tierra que ayer, extraña, poco a poco se le iba pegando al corazón. Múgica había experimentado que el invierno saltillense no castigaba la tierra con el rigor que lo hacía el invierno texano, que se desbordaba en nevascas y ventiscas con rígido estremecimiento de muerte, sobre ciudades y campos. Ese frío no causaba pena y se iba tan pronto de la ciudad y de la región, que después de marzo se viajaba cómodamente, con el propósito de vivir un pasatiempo, a Piedras negras, tan relacionada con los recuerdos de la revolución de Francisco Madero, y sintiendo en su plenitud la vida en la zona norteña de Coahuila, recordaba el recorrido que se volvía fervor patrio, en el histórico sendero hirsuto hacia Acatita de Baján, que un día guio al señor Hidalgo en su esperanza de tocar la frontera con Estados Unidos y que lo condujo sólo al calvario de libertador traicionado. Pero ¿qué decir de los paseos bullangueros en carreteles viejos y polvorientos, que rodaban a saltos por el camino blanco de arena, adornado de cuando en vez con el chopo verde, y a cada rato con el cactus corvo en forma de ancla o de erguido centinela, plantado en la impavidez de la tarde ligeramente teñida con el cielo violeta del amplio desierto?

A don Venustiano Carranza le agradaba pasear de mañana por los valles inmensos que en su horizonte juntaban la tierra con el cielo, montando su brioso

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"Clarín", y era costumbre que lo acompañaran uno o dos de sus ayudantes a los que la gente seguía llamando "asistentes", como lo hacía en los días de la revolución, así como algunos de sus colaboradores, con quienes conversaba de actividades gubernamentales, de política nacional, o de historia patria.

Frecuentemente el Director General de Estadística era uno de los acompañantes del Gobernador, quien poco a poco sentía particular estimación por este colaborador, de ideas claras, limpias, y firmes convicciones revolucionarias; de facundia culta tan diferente a la conversación monosilábica, grata y ranchera, pero analfabeta, de la mayoría de su personal.

En los paseos lo mismo de recordaban hechos acaecidos en San Antonio, Tex., en los días en que aquella ciudad fue la fragua de la revolución, como se hacía referencia a los combates en que destacó el arrojo salvaje de Villa y Orozco, o se comentaba con frases, condenatorias siempre, el Convenio de Ciudad Juárez que dejó, según ellos, inconcluso y por lo tanto en peligro, el movimiento revolucionario.

Una mañana rubia de extenso desierto, refiriéndose al desdichado Convenio dijo don Venustiano a sus acompañantes:

- La astucia de Porfirio, recuerden que lo conozco bien, devoró la bondad de Madero.

- Creo -respondió el "licenciado" capitán, convertido en Director general de Estadística por la buena voluntad de don Venustiano- que el señor Madero estaba seguro de que podría controlar la situación en cualquier...

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