Los diputados renovadores incorporados a la Revolución se dirigen a sus compañeros

AutorIsidro Fabela
Páginas51-68
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LOS DIPUTADOS RENOVADORES
INCORPORADOS A LA
REVOLUCIÓN SE DIRIGEN A SUS
COMPAÑEROS1
la Cámara de Diputados de la XXVI Legislatura:
El Congreso General de los Estados Unidos Mexicanos
tiene ante la historia de nuestra patria una grave responsabilidad:
la aceptación de las renuncias del Presidente y Vicepresidente
de la República, don Francisco I. Madero y don José María
Pino Suárez.
Ni por razones de necesidad nacional, ni legalmente, ni ante
los principios de la justicia absoluta, puede fundarse el expre-
sado acto parlamentario.
Don Francisco I. Madero ha sido en nuestra historia polí-
tica el Presidente de la República mejor electo. Ninguna elec-
ción democrática en nuestros anales puede compararse a la
suya. La oportunidad de su obra apostólica, la sinceridad de
sus doctrinas, sus energías de luchador y revolucionario, el des-
interés de su conducta y su noble magnanimidad le abonaron
A
1 En Arengas revolucionarias, discursos y artículos políticos, Madrid, 1916. Don Isi-
dro Fabela señala: “Esta excitativa fue formulada por mí y fi rmada por los
señores diputados doctor Luis G. Unda, Alfredo Álvarez, Carlos Esquerro y
Serapio Aguirre, quienes la aprobaron en todas sus partes. A efecto de darle
mayor fuerza, se agregaron a dicho documento los nombres de los señores
Eduardo Hay, Manuel Pérez Romero, Francisco Escudero y R. González,
quienes enviaron para ello su autorización telegráfi ca…”.
LEGISLACIÓN Y DIPLOMACIA
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con largueza ante un pueblo oportunamente preparado para
recibir con todo el entusiasmo de su alma al redentor de una pe-
sada dictadura. Así fue; y por eso, ante los preceptos escritos
de la ley y ante los principios de la democracia, la elección casi
unánime del señor Madero fue inatacable.
Subió al poder por la voluntad soberana del pueblo.
¿Quién tenía derecho a arrebatarle su augusta investidura?
Nadie, ni el pueblo mismo.
Sólo él, por virtud del artículo 82 de nuestra Constitución, tenía
facultades para renunciar su alto cargo ante la Cámara de Dipu-
tados, que podría aceptar tal renuncia sólo por una causa grave.
Ahora bien: las renuncias presentadas a la Cámara la tarde
del 19 de febrero de 1913, por los ciudadanos Presidente y
Vicepresidente de la República, ¿eran admisibles, debían ser
admitidas?
No, en absoluto.
Ninguna de las personalidades que se atrevieron a pedir al
señor Madero que renunciara la presidencia tenían derecho algu-
no para tan absurda demanda.
Algunos de sus secretarios de Estado, antes de su prisión y
durante el cuartelazo, cometieron la debilidad de aconsejar al
Primer Magistrado de la Nación que renunciara por razones de
salud pública, sin comprender que el movimiento rebelde era ais-
lado y producido, no por un acto plebiscitario, sino por la reacción
conservadora representada por los fuertes intereses creados, de
los grandes responsables llamados “Científi cos”; por la ambi-
ción y la rabia de algunos militares favoritos del dictador Díaz,
y por el despecho y el rencor de los herederos de una especie
de dinastía que se creía inacabable.
Porque el cuartelazo de la Ciudadela no fue una revolución
sino una asonada militar; y nunca en la historia del mundo

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