De la dignidad a la moral

AutorRonald Dworkin
Páginas315-333
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XI. DE LA DIGNIDAD A LA MORAL
AUTORRESPETO Y RESPETO POR LOS OTROS
¿Universal o especial?
Nuestra esperanza, recuérdese, es integrar la ética con la moral, no a
través de la mera incorporación de esta a aquella, sino por conducto de
una integración de apoyo mutuo en la que nuestros pensamientos sobre
el vivir bien nos ayuden a ver cuáles son nuestras responsabilidades
morales: una integración que responda al desafío del fi lósofo tradicio-
nal acerca de la razón que tenemos para ser buenos. Comenzamos por
considerar las implicaciones para la moral del primero de nuestros dos
principios de la dignidad, a saber, que debemos tratar el éxito de nues-
tra vida como una cuestión de importancia objetiva. En el capítulo I
describí el principio de Kant. Este sostiene que una forma debida de
autorrespeto —el exigido por ese primer principio de la dignidad— en-
traña un respeto paralelo por la vida de todos los seres humanos. Si
hemos de respetarnos a nosotros mismos, también debemos considerar
que la vida de aquellos tiene importancia objetiva. Muchos lectores en-
contrarán inmediatamente atractivo ese principio, pero es importante
detenerse en sus fuentes y límites.
Si usted cree que el modo en que transcurre su vida es objetiva-
mente importante, debería tener en cuenta esta trascendente pregunta.
¿Valora su vida como objetivamente importante en virtud de algo espe-
cial en ella, de modo que sea del todo coherente para usted no tratar
otras vidas humanas como poseedoras del mismo tipo de importancia?
¿O valora su vida de esa manera porque cree que toda vida humana es
objetivamente importante?
La relación entre usted y su vida es, en efecto, especial: el segundo
principio, de autenticidad, le asigna responsabilidad por ella. Pero esa
es otra cuestión. Mi pregunta se refi ere al primer principio. ¿Tiene us-
ted una razón para preocuparse por si la vida de todos es un éxito o un
fracaso, o solo la suya importa? Es cierto, pocas personas se preocupan
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tanto por la situación de usted como usted mismo: su propio destino
quizás atrape su atención como no lo hace el de casi nadie más. Pero
eso puede explicarse por la responsabilidad especial que acabo de men-
cionar. De modo que usted debe concentrarse aún más en la cuestión
de si la importancia objetiva de su propia vida refl eja una importancia
universal —su vida solo tiene ese valor porque es una vida humana— o
una importancia especial porque usted tiene algún atributo que otras
personas no tienen.
En su naturaleza, el valor subjetivo es especial. El café tiene valor
únicamente para aquellos a quienes les gusta, y aunque quepa imaginar
que en un momento dado ese grupo incluya a todas las personas vivas,
eso solo podría ser cierto por accidente. Pero la importancia objetiva es
independiente del gusto, la creencia o el deseo y, en consecuencia, de
cualquier relación emocional específi ca, incluida la que se base en la
identidad. Como no hay partículas de valor metafísicas, el valor obje-
tivo no puede ser un hecho desnudo: debe haber alguna alegación que
plantear en su defensa. ¿Qué alegación podría hacer alguien en el sen-
tido de que su importancia es especial?
Muchas personas sostienen el punto de vista opuesto, de carácter
universal. Muchas religiones enseñan que un dios hizo a los seres hu-
manos a su imagen y tiene en igual consideración a todos ellos. Los
humanitaristas seculares creen que la vida humana es sagrada y que el
fracaso de cualquier vida es el desperdicio de una oportunidad cósmi-
camente valiosa.1 La mayoría de la gente reacciona de manera emotiva
a las tragedias reales y hasta fi ccionales de completos extraños, sea en
pequeña o en muy vasta escala. Lloramos por Adonis y por las víctimas
extranjeras anónimas de terremotos y tsunamis. La concepción univer-
sal encaja admirablemente con este grupo de opiniones y reacciones
familiares.
¿Qué alegación podría plantear una persona en favor de la otra con-
cepción, la especial: que solo la vida de personas como ella tiene impor-
tancia objetiva? Quien la plantee no puede apoyarse en ninguna forma
de escepticismo global, porque acepta que su propia vida tiene impor-
tancia objetiva y no meramente subjetiva. Necesita una alegación posi-
tiva. No bastaría, como ya he dicho, señalar su responsabilidad especial
por su vida. Los conservadores tienen distintas responsabilidades en
cuanto a la protección de determinadas pinturas, pero aceptan que las
pinturas alojadas en otros museos también tienen valor objetivo.

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