La difusión de la cultura humanista

AutorQuentin Skinner
Páginas207-225
207
VII. LA DIFUSIÓN DE LA CULTURA HUMANISTA
LA MIGRACIÓN DE LOS HUMANISTAS
Rabelais nos cuenta que cuando el joven Pantagruel entró a estudiar en la
Universidad de París, recibió una severa carta de su padre Gargantúa, en que
le urgía a dedicar toda la energía que fuese posible a una vida de estudio. El
principal propósito de Gargantúa al escribir era hacer un relato del heroico
curso de instrucción que deseaba que siguiera su hijo. Pero también aprove-
chó la oportunidad para ofrecer ciertas observaciones apropiadamente sen-
tenciosas sobre las grandes mejoras de “sana cultura” que se habían logrado
en Francia en el curso de su propia vida. Cuando era joven, “los tiempos
aún eran sombríos, y a la humanidad continuamente se le recordaban las
miserias y desastres causados por los godos que habían destruido toda
sana cultura”. Pero ahora brillaba por doquier la luz de la ilustración. La
invención del “elegante y preciso arte de la imprenta” había hecho posible
diseminar tan bastamente la nueva cultura que “todo el mundo” ha que-
dado “lleno de hombres cultos, de preceptores muy eruditos y de extensísi-
mas bibliotecas”. Y la propia nueva cultura había implicado una restaura-
ción de “cada método de enseñanza”, un renacimiento del “estudio de las
lenguas” y un espléndido rapprochement a la no superada civilización del
mundo antiguo.1
El momento en que esta nueva cultura hizo su primera aparición en la
Universidad de París puede fecharse con cierta precisión. El primer erudito
que trató de combinar la enseñanza del latín y el griego con el estudio de las
humanidades parece haber sido Gregorio da Tiferna (c. 1415-1466), llegado
de Nápoles a ocupar la primera cátedra de griego en 1458 (Renaudet, 1953,
p. 82). Es evidente que sus conferencias tuvieron un éxito sensacional, y
pronto fue seguido por toda una procesión de otros humanistas italianos,
todos igualmente ávidos de poner en duda el tradicional programa de es-
tudios universitarios. El primero en repetir el desafío fue Filippo Beroaldo
(c. 1440-1504), que en su primera conferencia en 1476 proclamó que, aun
cuando París ya era “el centro más ilustre de todas las artes” aún quedaba
“una valiosa tarea” por desempeñar, y que se proponía emprender él mismo.
Se trataba de conferencias “sobre las artes de la poesía y los studia humani-
tatis”, para revelar “cuán íntimamente se conecta este tipo de estudio con la
1 Rabelais, Gargantúa, p. 194. Cf. también Rabelais, Epístola dedicatoria en Los cinco libros,
vol. II, p. 499.
208 EL RENACIMIENTO EN EL NORTE
losofía”, y explicar “cómo el estudio y la fi losofía puede benefi ciarse de esta
conexión” (Renaudet, 1953, p. 116 y n.). El siguiente erudito que profi rió este
grito de batalla fue Girolamo Balbi (c. 1450-1536), llegado a París en 1484
como catedrático de griego y humanidades en el Colegio de Navarra (Renau-
det, 1953, p. 121). Pero la campaña más decisiva en favor de las humanidades
fue emprendida por Fausto Andrelini (c. 1460-1518), quien comenzó su carre-
ra de catedrático en París en 1489 (Cosenza, 1962, pp. 82-83). Se quedó allí
durante casi treinta años, dando conferencias infatigablemente sobre Tito Li-
vio y Suetonio, así como sobre los poetas y retóricos latinos, y obteniendo gran-
des elogios de Budé y de Erasmo por su erudición clásica (Renaudet, 1953,
pp. 123-125). Más que nadie, fue él quien aseguró que, pese a la creciente
hostilidad de los escolásticos, el estudio de las humanidades llegara a quedar
rmemente arrai gado en el programa a comienzos del siglo XVI.
Una recepción similar a las ideas humanistas empezó a ocurrir en Ingla-
terra por la misma época (Weiss, 1964, pp. 90-92). El más destacado pionero
fue, en este caso, Pietro del Monte (m. 1457), quien llegó en 1435 a ocupar el
puesto de recolector de ingresos papales, y ahí se quedó durante más de cin-
co años. Del Monte era un erudito considerable por derecho propio, autor de
un análisis de La Diferencia entre las virtudes y los vicios, que puede aspirar a
la distinción de ser el primer tratado humanístico escrito en Inglaterra
(Weiss, 1957, p. 25). Pero desempeñó su papel más importante como conse-
jero literario del duque Humphrey de Gloucester, primer patrono inglés del
humanismo. Fue Del Monte quien persuadió a Humphrey de dar el nuevo
paso de introducir un dictator italiano en su hogar en 1436 (Weiss, 1957, p. 26).
El puesto fue dado a Tito Livio Frulovisi (c. 1400-1456), cuya principal obli-
gación fue componer un pagenírico al reino del hermano de Humphrey, el
rey Enrique V. Los frutos de esta comisión fueron de considerable importan-
cia para el desarrollo del humanismo inglés, ya que Frulovisi respondió con
una Vida de Enrique V en que toda la gama de las técnicas retóricas —incluso
discursos del rey en vísperas de sus principales batallas— apareció por pri-
mera vez en las páginas de una crónica inglesa (por ejemplo, pp. 14-16, 66-
68). Del Monte también fomentó la pasión de Humphrey por coleccionar li-
bros, enviándole muchos volúmenes de Italia después de retornar allí en
1440, y poniéndolo en contacto con otros destacados estudiosos —incluso
Bruni y Decembrio— que le dieron consejos sobre la compra de manuscritos
(Weiss, 1957, pp. 46, 58, 62). Esto capacitó a Humphrey a reunir una consi-
derable biblioteca, que contenía no sólo las habituales obras de teología y fi -
losofía escolástica, sino también las mejores traducciones de Platón, Aristó-
teles y Plutarco, todos los textos conservados de Tito Livio, la mayor parte de
las obras clave de Cicerón, y un gran número de modernos tratados humanis-
tas que incluía obras de Petrarca, Salutati, Poggio, Bruni y Decembrio (Weiss,
1957, pp. 62-65). Este aspecto de la actividad cultural de Humphrey resultó
aún más importante para la propagación de los studia humanitatis en Inglate-

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