Diez años de Alacenas

AutorAndrés Henestrosa
Páginas774-776
774
ANDRÉS HEN ESTROS A
teligibles algunos pasajes a la generalidad de nuestros niños. “Refundida así, y
hasta cierto punto nacionalizada la obrita…” Vicente García Torres la publicó
en una, como ya se dijo, deliciosa edición, adornada ya no sólo con las láminas
originales sino con orlas y viñetas que nunca se repiten, con lo cual puede de-
cirse que se trata de obra distinta. El texto se distribuye en dos columnas y la
paginación no está en paréntesis como en la edición de Roix, sino ceñida por
una curiosa composición tipográfica.
Los niños p intados por ellos mism os, México, Imprenta del Editor, Calle del
Espíritu Santo núm. 2, 1843, ya era obra escasa hace un cuarto de siglo. Ahora
puede reputarse una de las piezas de la bibliografía mexicana más peregrinas.
De la edición madrileña puede decirse otro tanto, sobre todo a partir de la
guerra de 1936, en que tantos tesoros de España fueron destruidos.
Yo tengo por verdadera fortuna tener entre mis libros estas dos joyas de la
literatura mexicana y española.
4 de junio de 1961
Diez años de
Alacenas
Ahora diez años –el 17 de junio de 1951– comenzó a publicarse esta Alacena de
minucia s. Su título y su intención recordaban deliberadamente a José Joaquín
Fernández de Lizardi. El día de su aparición a otros autores nacionales de
parecidas gloria y fama: Ángel de Campo, Enrique Chávarri, otro clásico olvi-
dado. Semanas alegres, improvisaciones dedicadas a los lectores de El Imparcial
por “Micrós”; Charlas dominic ales, por “Juvenal”.
La primera Ala cena estaba dedicada a Lizardi justamente. Porque “El
Pensador Mexicano”, mejor que ninguno otro, resumía sus propósitos, sus ma-
neras, su estilo. De paso, nos poníamos bajo su sombra: él que fue negado, y
sigue siéndolo, por muchos que no han logrado una página que venza al tiem-
po, que les permita ganar la orilla opuesta.
Me ayudó a buscar el título Juan José Arreola. De los muchos que le pro-
puse, y una vez que oyó las razones en que se fundaban, decidió por el Alacena
de minucias, eco lejano de Alacena de frioleras. En la primera, explicamos su
propósito. Los amigos, aplaudieron. Los otros –yo no tengo enemigos, porque
no correspondo jamás con la misma moneda– le buscaron, y encontraron, las

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