Días últimos de 'El Pensador Mexicano'

AutorAndrés Henestrosa
Páginas567-568
no hay una dirección estatal para proteger la genuinidad, la mejor tradición del
folklore y del arte popular, l a demanda presiona de tal modo que el gusto
del comprador acaba por imponerse y con él, las modalidades bastardas, vulga-
res y superficiales que matan definitivamente aquella fuente de riqueza.
Desde luego, la base del problema está en la economía. Si además de su
guía espiritual y cultural, el Museo cuenta con los recursos necesarios para
financiar a los productores y mantenerlos fieles a la política que a la larga les
conviene, y si además la campaña educativa cala cada día más hondo, México
preservará esta rama de su tradición, de su arte, que en sus líneas tradiciona-
les lleva la garantía de beneficiar a la gran cantidad de familias que lo crean.
15 de junio de 1958
Días últimos de “El Pensador Mexicano”
Según el decir de nuestro pueblo, cuando quiere ponderar la capacidad audi-
tiva de alguien expresa: tiene oído de tísico. Según una creencia casera y fa-
miliar, tener oído de tísico es oír el ruido más leve, el rumor más lejano; es oír,
en fin, lo que la concha de una oreja normal no puede captar. ¿Pero es cierto
que la tuberculosis aguza así el órgano de la audición? Afila, sí, la nariz; afina,
es cierto, el espíritu melancólico; sentimentales, muy dados a la ensoñación,
suelen ser los tuberculosos; lúcidos hasta unos instantes antes de su muerte,
también. Pero esa enfermedad, ¿hace más cóncava, más receptiva la oreja?
Todo esto me viene a la mente cuando leo, advierto y descubro, la inteli-
gencia, la agudeza, la lucidez casi enfermiza con que José Joaquín Fernández
de Lizardi oyó el latido de nuestra patria, tal a una enferma a la que tomara el
pulso. Casi no hay problema actual que “El Pensador Mexicano” no haya vis-
lumbrado, sobre el cual no haya apuntado una reflexión y un consejo; más aún,
problemas que ahora, tras mil tropiezos y caídas, vamos descubriendo; él, con
dolida frente, con trémula mano pensó y dio contornos. Su oreja tuberculosa oía
la corriente subterránea de nuestra vida colectiva, que en eso consiste ser pe-
riodista, poeta o vate, y sobre esto, lo que Fernández de Lizardi dijo, tiene to-
das las trazas de un vaticinio. Su mano agonizante agitó cuantos temas agitan
ahora nuestras manos: el del analfabetismo y la educación, que le era casi un
leit-motiv; el tema del indio, con el que él, un criollo, se sentía hermanado; el
AÑO 1958
ALACE NA DE MINUCI AS 567

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