Hay días en que?

AutorAndrés Henestrosa
Páginas799-800
efusión amistosa, su varonil ternura. Si v iaja, y viaja siempre, manda tarjetas
con saludos que desbordan la abundancia de su corazón.
Un libro suyo leo, y releo, con deleite: La semilla en el vie nto. Se trata de un
género por el que tengo una particular inclinación: la autobiografía, la evoca-
ción de la figura materna, el retorno a la niñez, más dulce mientras más lejana.
Guillén narra con soltura, con ese temblor inseparable de lo bien sentido. Con
qué segura frente se piensa lo sentido, dijo Juan Ramón.
A ratos parece que la página no va a salir, que se va a malograr, pero he
aquí que la sinceridad del sentimiento la salva, le incorpora aquel temblor que
dije. Páginas más perfectas quizás hayan sido escritas en México, pero más
sentidas, tiernas y fervorosas, no. Y tengo presentes las que sobre la figura ma-
ternal han escrito José Vasconcelos, Guillermo Jiménez, José Rubén Romero.
Esto es lo que siempre había querido decir de mi amigo Fedro Guillén.
Ahora que lo dije, desciende sobre mi pecho un gran descanso, una manera de
alivio de un mal de que no me sabía enfermo.
5 de noviemb re de 1961
Hay días en que…
Y, ¿por qué no he de decirlo si es verdad que hay días en que tengo muchas
ganas de llorar? No afrenta a un hombre llorar. Además, sólo los hombres lloran
como dije el día de mis bodas, y como escribió Ermilo Abreu Gómez. Y algo
más: las lágrimas caen de pie, cuando las derrama un hombre. Yo no creo,
como creía Miguel de Unamuno, que son dichosos los hombres que no han
tenido que llorar ante otros hombres. Hay días en que tengo ganas de llorar, y
en otros, necesidad. Cuando alcanzo esa plenitud lloro en presencia de todos,
sin pudor, como no puede haberlo cuando está de por medio una avasalladora
necesidad de consuelo.
Los médicos suelen explicar este llanto. L os poetas no darían crédito a
los doctores. ¿Satisfaría a Ramón López Velarde que algún desequilibrio del
sistema orgánico ponía en su coraz ón y en sus ojos aquella lágrima que no
sabía, que no quería esconder? Y la vieja y última lágrima de Luis G. Urbina,
¿no le llegaba a través de edades y taladrando su oscuro corazón? Y ese niño
que ahora juega en la calle, no lleva ya en el pecho, como una almendra hasta
AÑO 1961
ALACE NA DE MINUCI AS 799

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