Desdenes de Salado Álvarez

AutorAndrés Henestrosa
Páginas58-59
58
ANDRÉS HEN ESTROS A
Desdenes de Salado Álvarez
Uno de los maestros de la prosa mexicana ha sido Victoriano Salado Álvarez. Uno
de los maestros de la erudición, también. Cuentista, historiador, y a sus horas,
crítico, filólogo y periodista, manejaba una prosa ágil, jugosa, llena de destellos,
pero era un espíritu amargo, un ánima enemiga, y una íntima tristeza reac-
cionaria invadía sus páginas, sobre todo de las últimas. Uno de sus postreros
libros, quizás el más bello de todos, y más representativo porque resume
todos sus dones, de hombre y de escritor, lo constituyen sus Memorias, divi-
didas en Tiempo viejo y tie mpo nuevo. Un panorama de nuestras letras, un resu-
men de nuestra historia, rápidas semblanzas, lo informan. Escritas a la vuelta
de muchos viajes y de muchos años, se hermanan aquí la risa, la sonrisa, el
sarcasmo y la ironía; cosas todas propias de los que han vivido y sufrido mucho.
Entre las semblanzas que ocurren a lo largo de las Memorias, hay una preciosa
de intención y de factura, de las pocas que aquella pluma acerba trazó con
amor y sin encono, aunque la redujo poniendo junto a ella otra, despectiva y
desdeñosa. La una, de Ángel de Campo. La otra, de José Tomás de Cuéllar.
Para evocar a “Micrós”, Salado Álvarez recurría a la ornitología. Tenía “Mi-
crós” el andar saltarín, los pies y las manos pequeñitos y que recordaban las
garras de las aves que se posaban en los árboles y en su corteza se mantenían,
la cabecita chica y como triangular, un coup de vent que era como cresta que
se alzara obedeciendo los dictados de la voz, que parecía un piar desapacible;
los ojos redondos y cambiantes, a ratos de color, como los de la alondra de Ju-
lieta, y sobre todo la nariz, una naricilla subversiva que tal vez haya resultado
exagerada para aquel cuerpo, pero que era pequeña para nariz humana, se
complementaba con unos enormes anteojos que daban la idea de perdiz que
acudía al señuelo engañada con un espejo movedizo.
“Micrós” era el más bueno y más honrado de los hombres. Huérfano desde
temprana edad, empezó a trabajar casi niño, y pronto quedó como tete de famille.
Hasta que casó convenientemente a sus hermanas y hasta dio carrera a su her-
mano, no pensó en formar su propio hogar. Años y años duró comprometido
con la que fue su esposa, y hasta que completó su nido, como pajarillo que
era, con las briznas de hierba que recogía –economizando, luchando, trabajan-
do– no creyó tener derecho a reclamar su parte de goce en la vida. Poco le había
de durar esa legítima satisfacción, pues antes de cumplir los cuarenta años

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR