Democracia, representación y derechos

AutorLuis Salazar Carrión
CargoDoctor en Filosofía, Facultad de Filosofía y Letras (ffyl)-UNAM. Profesor-investigador, Departamento de Filosofía, Universidad Autónoma Metropolitana (uam)-Iztapalapa
Páginas11-34
Andamios 11
DEMOCRACIA, REPRESENTACIÓN Y DERECHOS
Luis Salazar Carrión*
RESUMEN. La democracia vive en nuestros días una situación
asaz paradójica. Conoce una extensión sin precedentes y, sin
embargo, parece existir un difundido malestar con la democracia.
Un malestar generado por una globalización capitalista anár-
quica, dominada por los poderes salvajes de las f‌inanzas y
de los modernos medios de comunicación, que obligan a los
gobiernos a someterse a las demandas de esa entidad metafísica
denominada “los mercados”. Por ello, resulta pertinente tratar de
restablecer y precisar los principios y valores de la democracia en
tanto forma ideal de gobierno, para tomar en serio los derechos
fundamentales en tanto precondiciones esenciales para que las
reglas del juego democrático sean algo más que la fachada
de sociedades injustas, autoritarias y gobiernos básicamente
autocráticos.
PALABRAS CLAVE. Democracia, representación, derechos funda-
mentales, poderes salvajes, autocracias electivas.
INTRODUCCIÓN
La democracia vive en nuestros días una situación asaz paradójica. Por
una parte conoce una extensión sin precedentes, sobre todo después
de la llamada tercera ola que vio desplomarse dictaduras militares y
personales, totalitarismos y regímenes autoritarios en Europa del Este
y en América latina, y surgir democracias más o menos verosímiles en
buena parte del mundo. De pronto, como señalara Norberto Bobbio,
* Doctor en Filosofía, Facultad de Filosofía y Letras (FFYL)-UNAM. Profesor-investigador,
Departamento de Filosofía, Universidad Autónoma Metropolitana (UAM)-Iztapalapa.
Correo electrónico: lsalazarc49@ hotmail.com
Volumen 9, número 18, enero-abril, 2012, pp. 11-34
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LUIS SALAZAR CARRIÓN
la democracia pareció quedarse sola como la única forma de gobierno
realmente deseable, a pesar de la permanencia ominosa de sistemas
autocráticos, policíacos, en China, Corea del Norte y Cuba, y a pesar
de la persistencia de dictaduras y regímenes teocráticos en algunas
sociedades musulmanas. Más aún, hoy parece irrumpir en estas mis-
mas sociedades una especie de cuarta ola democratizadora, refutando
la generalizada opinión de que la religión islámica es incompatible con
cualquier democratización real.1 Es cierto que el futuro de este incipiente
movimiento es más que incierto y repleto de desafíos inéditos, pero no
deja de mostrar, contra todos los culturalismos, el atractivo universal
y universalista de los ideales que identif‌ican a la democracia moderna,
política, representativa, formal y pluralista.
Atrás parecen haber quedado las pesimistas previsiones que en el
siglo pasado anunciaban la derrota o la crisis terminal de esta forma
de gobierno, sea por su incapacidad de defenderse de sus enemigos
totalitarios o autoritarios, sea por una “ingobernabilidad” congénita
que le impediría enfrentar exitosamente las crecientes demandas so-
ciales.2 Habiendo derrotado ampliamente a sus alternativas fascistas y
comunistas, las democracias se han mostrado, como ya indicaba Bobbio,
perfectamente capaces de defenderse (1986a). Y a pesar de fuertes crisis
económicas y de grandes desafíos sociales, en la mayor parte de los
casos han sobrevivido en las condiciones más difíciles y adversas, así
sea en ocasiones reducidas a “mera” democracia electoral, es decir, a
gobiernos y parlamentos surgidos de elecciones que, manipuladas o no,
otorgan algún barniz de legitimidad a los mismos.
Por otra parte, sin embargo, parece existir un muy difundido malestar
en (pero también con) las democracias, tanto en las supuestamente
consolidadas, como en las recientes. Un malestar en buena medida
generado por una globalización capitalista anárquica, dominada por
los poderes salvajes de las f‌inanzas y de los modernos medios de
1 De hecho, en principio, todas las religiones son incompatibles con la democracia,
por su dogmatismo y por su intolerancia hacia los inf‌ieles, herejes y apóstatas. Por eso
precisamente es necesario separar claramente la esfera política de la esfera religiosa.
2 Como es sabido, el tema de “la ingobernabilidad” de las democracias fue puesto en
circulación por un grupo de intelectuales abiertamente conservadores.

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