Democracia posmoderna: ¿virtual o fugitiva?

AutorSheldon S. Wolin
Páginas757-787
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XVII. DEMOCRACIA POSMODERNA:
¿VIRTUAL O FUGITIVA?
Adam Mueller y Friedrich Schlegel son característicos
en lo más alto de un jugueteo general del pensamiento
moderno en el cual casi cualquier opinión puede ganar
terreno temporalmente. Ninguna cosa real, ningún su-
ceso histórico, ninguna idea política estaba a salvo de
la manía que todo abarcaba y todo destruía, median-
te la cual esos primeros literatos siempre podían encon-
trar oportunidades nuevas y originales para opiniones
nuevas y fascinantes. HANNAH ARENDT1
CULTURA POSMODERNA Y PODER POSMODERNO
Marx suponía que las condiciones materiales de la vida y sus relaciones de po-
der se derrumbaban, por lo que el cambio revolucionario era inevitable. Sin
embargo, el teórico posmoderno ve un mundo de economías internacionales,
burocracias trasnacionales y capitalismo multinacional donde el cambio revo-
lucionario es un logro del poder empresarial. En ese contexto los teóricos de la
política se ven cada vez más atraídos hacia la cultura como el lugar desde don-
de pueden comprometerse las nuevas estructuras del poder.
Esa elección implicaría ya fuera rechazar la condición de superestructura
de la cultura al afirmar que ésta, más que la economía, era primordial, o bien
aceptar su condición derivada. En cualquier caso, la cultura podría ser tratada
como el elemento distintivo que abarca todos los aspectos de la vida, incluyen-
do la política, en el que éstos son experimentados en sus formas contemporá-
neas más depuradas: como un cambio. La vida teórica en una versión posmo-
derna prefiere ser lúdica más que contemplativa: vivir, actuar y explotar el
cambio al convertirlo en novedad interminable, aceptando la producción de
cambio como el primum mobile [primer motor], asimilando de manera efecti-
va la revolución con una condición permanente de desestabilización continua,
vaciándola así de cualquier amenaza, representándola como evanescencia,
como una superficie sin realidad concreta.2
Después de todo, al carecer de
1 The Origins of Totalitarianism [Los orígenes del totalitarismo], Harcourt Brace, Nueva York,
1960, p. 167.
2 En esta relación, véase el ataque de Jean-François Lyotard a las “grandes narrativas”, por
ejemplo, se re ere al marxismo y a la teoría crítica diciendo que van “fuera de ritmo con los modos
vitales del conocimiento posmoderno”. The Post-Modern Condition: A Report on Knowledge, Univer-
758 SEGUNDA PARTE
referencias estables, ¿de qué manera puede uno contemplar un cambio inter-
minable?
En algunos periodos, el cambio a una política cultural es estimulado por la
creencia de que interpretar la cultura de manera radical es la forma de cambiar un
mundo cambiante.3 Sin embargo, la dificultad es que en lugar de quedar rezagada
con relación a los cambios científicos, tecnológicos e industriales, la cultura popu-
lar contemporánea, como forma de consumo, comparte los mismos ritmos, quizá
incluso los ha superado. Ese desarrollo marcó un cambio significativo. Antes de
la mitad del siglo XVIII, la cultura se había asociado principalmente con lo que no
cambia: con tradición, costumbre, hábito. Hume y Burke fueron representativos
de una corriente en la mentalidad política que era incapaz de imaginar de qué ma-
nera una sociedad estable podía perdurar si no estaba profundamente fundamen-
tada en la aceptación inconsciente de normas de comportamiento preestablecidas.
La estabilidad social requería de un sistema lento de respuesta.
Dos siglos después, la cultura parece ser rápida, versátil y, sobre todo, preme-
ditada, fabricada o, dicho de manera eufemística, construida. Para la conciencia
posmoderna es más que superestructura. La cultura es el mundo porque
todos
nuestros mundos —político, social, intelectual, artístico, científico y moral— son
mediados por la cultura, conocidos y contactados a través de sensibilidades,
creencias, símbolos y prácticas, culturalmente constituidos y transmitidos a
través de lenguajes construidos culturalmente. No hay nada fuera del lenguaje
y todo se encuentra dentro de él. En la impresionante prosa de Heidegger: “El
lenguaje es la casa del Ser. En su hogar mora el hombre”.4
Así pues, el lenguaje representa para los posmodernos lo que el medio mate-
rial de producción representaba para Marx, la realidad básica, universal, el logos
que es inseparable de la existencia y define sus posibilidades. No debemos olvi-
dar, escribió Nietzsche, que
“basta inventar nuevos nombres, apreciaciones y
probabilidades nuevas para crear poco a poco cosas nuevas.”
5 Para Marx la rea-
lidad material era, en principio, objetiva y transparente para un enfoque científi-
co:
“Las transformaciones materiales de las condiciones económicas de pro-
ducción, susceptibles de ser  elmente apreciadas mediante los métodos de las
sity of Minnesota Press, Massumi, 1984, pp. 13 y 14 [existe traducción al español: La condición
posmoderna: informe sobre el saber, Rei, México, 1990].
3 Esta idea no se reduce a críticas de “izquierda”. Los conservadores han declarado enfáticamen-
te una “guerra cultural” con el propósito de erradicar el liberalismo. Véase mi ensayo “The Destruc-
tive Sixties and Postmodern Conservatism” [Los destructivos años sesenta y el conservadurismo
posmoderno], en Rediscovering the Sixties [Redescubriendo los sesenta], ed. de Stephen Macedo,
Nueva York, Norton, 1997, 129-156.
4
“Letter on Humanism” [Carta sobre el humanismo], en Martin Heidegger: Basic Writings [Mar-
tin
Heidegger: textos básicos], ed. de David Farrell Krell, Harper & Row, Nueva York, 1977, p. 193.
El lenguaje, según Nietzsche, es la “adecuada expresión de todas las realidades”, citado en Megill,
Prophets of Extremity: Nietzsche, Heidegger, Foucault, Derrida [Profetas de extremo: Nietzsche, Hei-
degger, Foucault, Derrida], University of California Press, Berkeley y los Ángeles, 1958, p. 95.
5 La gaya ciencia, F. Sempere y Compañía, Valencia, 1990, II.58, p. 56.

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