Decir amor por amén

AutorAndrés Henestrosa
Páginas151-153
pagó como dádiva hacia los otros pueblos que integran el Istmo. Tan cerrado
localismo no puede ser sino perjudicial a la vieja lucha por borrar las rivali-
dades entre juchitecos y tehuantepecanos, mediante el hallazgo de aquellos
hechos de nuestra historia local que nos presentan como pueblos hermanos,
con una herencia común de aspiraciones, de anhelos, de sueños que bregan
por realizarse. Uno de esos elementos unificadores es justamente la música,
“La Sandunga” en primerísimo lugar, que si bien no hicimos nosotros, sino
que nos vino de fuera, la hemos convertido en nuestra propiedad, imprimién-
dole el sello de nuestro espíritu, tiñéndola con la sangre de nuestra alma,
humedeciéndola con nuestras lágrimas, exaltándola con nuestras alegrías, y,
en suma, amasada con ese dejo melancólico que no puede ser sino istmeño. Si
no fuera así, ¿cómo se explicaría que al compás de esa quejumbrosa armonía,
todos, en la tierra, o ausentes de ella, nos veamos arrastrados a una concordia
y hermandad que las palabras todavía no consiguen?
Verdaderamente han estado muy poco afortunados los que han reclamado
para la sola ciudad de Tehuantepec la gloria de haber sido la cuna de “La San-
dunga”, en un olvido de que la inmortal melodía es un elemento unificador y
de integración del alma no sólo itsmeña, sino oaxaqueña y aun chiapaneca.
7 de junio de 1953
Decir amor por amén
Vivía a fines del siglo XVI en la ciudad de México un judío llamado Antonio Ma-
chado. Por el testimonio de sus contemporáneos, acumulados en el proceso con-
tra Luis de Carvajal, el Mozo, se sabe que Machado era colérico, blasfemo, or-
gulloso, rígido, amante de litigios, de mala lengua y peor condición; pero hombre
de agudo entendimiento y gustador de coplas, canciones, salmos y romances. Su
casa era sitio de reunión de letrados, músicos, sortílegos y adivinos, que logra-
ban disimular sus malquerencias y salidas de tono. Para ocultar su condición de
judío, extremaba sus manías: vivía orando, de hinojos ante el altar cristiano, con
tan gran simulación que no se supo que profesara la Ley de Moisés hasta que
hubo muerto. Era sastre, oficio que enseñó a sus hijas y del que vivió, con gran
penuria. Todos los años, por Navidad, al igual que nuestro poeta Carlos Pellicer,
ponía en su casa un nacimiento de los más concurridos y famosos de la piadosa
AÑO 1953
ALACE NA DE MINUCI AS 151

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