Maimónides: la cura del cuerpo por el alma

AutorAle, Pedro Salvador
Páginas119-130

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Moisés Ben Maimón (Maimónides, la cura del cuerpo por el alma)

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COMISIÓN DE DERECHOS HUMANOS DEL ESTADO DE MÉXICO

La inf‌luencia de la obra de Moisés Ben Maimón (Maimónides), se dejó sentir con la misma fuerza en el mundo islámico, cristiano y judío. Los sabios mahometanos la estudiaron detenidamente, y, a través de las versiones latinas, se leía en las universidades de Montpellier, Padua y París. Alberto el Magno y Tomás de Aquino la tomaron como modelo para el desarrollo de algunos motivos teológicos.

Podemos considerarlo como uno de los grandes clásicos de la humanidad, por su aportación a que mediante el conocimiento de lo que es la fe, el hombre encontrara un asidero poderoso para ayudarse a vivir, de igual manera que a través del uso y la práctica de la razón pudiera comprender el mundo y la realidad de una manera profunda y verdadera.

En esta conversación, el diálogo gira sobre el mismo saber, el pensamiento alrededor de la muerte o el morir, el signif‌icado de la teología, lo que conocemos como el mal, el bien, la felicidad y la palabra sagrada.

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Moisés Ben Maimón

Conocido como Maimónides según la versión latinizada de su nombre, nació en Córdoba en 1135 y murió en Fustat (El Cairo) en 1204. Es el f‌ilósofo judío más trascendente de la Edad Media, pues supo asimilar en su momento histórico crucial la información científ‌ica, religiosa y f‌ilosóf‌ica existente, y darle la forma adecuada para imprimir a sus textos el carácter sincrético.

Su obra, tanto f‌ilosóf‌ica y teológica, como médica y epistolar, adquirió gran importancia en el mundo mediterráneo de las tres religiones monoteístas. Su Guía de los Perplejos, tiene el propósito de esclarecer uno de los problemas esenciales de su época: el enfrentamiento entre razón y fe.

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Maimónides ¿El hombre está tan perdido, como en su tiempo, entre la fe y la razón?

Esos dos caminos hoy como siempre se hallan en pugna. El hombre continúa fragmentado, separado, ya lo han dicho antes otros colegas. La palabra de la f‌ilosofía religiosa persiguiendo la unidad se afana por alcanzar la precisión y con ella traza un camino que no puede atravesar entre la inagotable riqueza que le sale a su encuentro.

Por otra parte, la fe y su irracionalidad, no traza camino alguno, porque todo lo encuentra. En apariencia la fe marcha perdida, pero tiene su propio sentido.

En el fondo, la época que usted vive reside en una sola def‌inición abierta: querer ser. Aquellos que intentan matar la idea de Dios, lo hacen por querer ser, esta tal vez es la batalla más fuerte de la voluntad humana.

Ahora, todo conocimiento puede reducirse a dos formas que, en castellano, se expresan con verbos diferentes: ‘saber y conocer’. Conocemos objetos o personas, sabemos que los objetos tienen ciertas propiedades, pero no sabemos objetos ni sabemos personas. Conocemos algo o a alguien, sabemos algo acerca de algo o de alguien. Si esto ya tiene complejidades para el pensamiento, imagínese usted, seguir indagando sobre la existencia o no de Dios, en vez de vivirlo.

¿Cuál es entonces la ética a desempeñar, o bajo que parámetros se pueden aplicar esos conceptos?

La f‌ilosofía quiere convertir el secreto en verdad, pero en esa tarea el f‌i lósofo pierde al mundo entero, todo lo que se le había dado es el precio por conseguir la verdad, porque él vive en su conciencia y la conciencia es cuidado y preocupación. Por eso, creo que no se debe pensar tanto, sino ref‌lexionar sobre la experiencia concreta, objetiva, según la aprecie cada quien.

A lo mejor este ejemplo es útil: ‘Están dos hombres en distintos lugares, se hallaban sentados cada uno de ellos debajo de una palmera. A ambos les cayó un coco sobre la cabeza. El primer hombre gritó de dolor, se quejó amargamente por su cruel destino, y dejó el lugar llorando. El segundo hombre, cuya hinchazón no era menor que el del primero, luego de gritar de dolor, observó que lo que le había caído sobre la cabeza era un coco. Todavía frotándose donde había recibido el golpe, se alegró de su destino: abrió el coco, tomó su leche, comió la pulpa, lo cortó en dos mitades y con cada una de ellas se hizo un cuenco’.

Como usted comprende, lo que le sucedió a los dos fue lo mismo, pero cada uno lo tomó de manera diferente. Lo que el primero consideró un destino cruel, para el otro fue una bendición.

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¿Cuál es la idea que usted tiene de un sabio?

Se lo debe considerar como alguien que señala un tesoro escondido al hombre inteligente que puede reconocer las impurezas que tiene y llevarlo a trabajar sobre ellas.

Creo que las cosas pueden mejorar para quienes se encuentran con un hombre que tiene disciplina, que instruye y señala lo que es correcto. Lamentablemente, esta actitud ofenderá a mucha gente. Por lo mismo, se dice que son pocos los hombres que han cruzado hasta la otra orilla, mientras el resto de la humanidad corre a lo largo de la ribera.

Sin embargo, aquellos que practican el bien, que es lo justo, cruzarán hasta la otra orilla, que es vencer a la muerte. Un sabio, abandonando el principio de la oscuridad, debe cultivar lo que es puro. Abandonando el hogar por una vida sin hogar...

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