Cultura política y democracia en la era de la globalización

AutorPamela Lili Fernández Reyes
Cargo del AutorDoctora en Derecho Universidad Complutense de Madrid
Páginas175-196

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El profesor de la Universidad de Buenos Aires Oscar Landi se ha ocupado de trazar las líneas maestras de la definición común de cultura política, concepto que para él es aplicable al conjunto de actitudes, normas y creencias compartidas más o menos ampliamente por los componentes de una determinada unidad social y que tienen como objeto fenómenos políticos. En consecuencia Landi entiende que las culturas políticas definirían su núcleo principal en determinadas problemáticas y campos de ideas como por ejemplo: liberalismo, marxismo, nacionalismo, populismo. Esta definición común de cultura política pueda acoger incluso corrientes de pensamiento, estilos de vida y orientaciones que tienen como referencia a sectores del aparato económico- social o a ciertas ubicaciones geográficas o espaciales o a determinadas configuraciones demográficas de un determinado país.

El propio Landi, sin embargo, considera que esta definición supondría reducir la noción de cultura política en los límites de una concepción representacionista del lenguaje,1 ya que estaríamos hablando tan solo de las formas con que los individuos y los grupos sociales representan subjetivamente ciertas realidades referidas al sistema institucional político, las relaciones sociales, territoriales y demográficas, y de tal modo, se acentúan unilateralmente sus aspectos cognitivos, quedando situados en el análisis en la contraposición, ideología/ciencia, verdad/falsedad.

De aquí que el profesor Landi de un paso adelante y se atreva por ofrecer una noción de cultura política más amplia que defina un discurso social como un discurso de carácter político, no solamente porque trate de política, sino también en el caso en que, sin señalar referentes directamente políticos, como el Estado, los partidos o los grupos de presión, realice actos transformadores de las relaciones intersubjetivas de las relaciones entre los individuos: “otorgar un lugar a los sujetos sociales autorizados (con derecho a la palabra), instaurar deberes, construir esperas y ciertas nociones del tiempo social, generar creencias, obtener la creencia de determinados

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sistemas, etc.”2 Este enfoque asocia las funciones de representación de la realidad que tiene el lenguaje con las funciones pragmáticas, aquellas en las que están en juego las relaciones intersubjetivas de los individuos y clases entre sí, los juegos de posicionalidad de simbólicas e imaginarias que sostienen el funcionamiento de la sociedad y que tienen su núcleo en las redes que conforman el poder político.

Desde esta perspectiva, no solo forman parte de las culturas políticas, los conceptos, las ideologías o las doctrinas que se refieren directamente a hechos políticos, sino que también pueden abarcar un campo semiótico más amplio: las creencias religiosas, el sentido común, el influjo informativo, las identidades sociales, regionales, las líneas y estilos estéticos, las memorias individuales y colectivas, los símbolos, rituales, etc. Estos elementos constituyen una trama de significantes que se articulan, compiten, asocian y yuxtaponen en los conflictos por el sentido del orden con que los individuos vivimos nuestras relaciones sociales. Estamos situados entonces en una concepción de la cultura en general, en tanto conjunto complejo de sistemas significantes a través de los cuales un orden social se comunica, se investiga, se reproduce o cambia. Ahora bien, las decisiones, los gestos, las actitudes políticas, no movilizan siempre por igual a todo el heterogéneo conjunto de prácticas significantes a las que hemos hecho referencia.

Reservamos la noción de culturas políticas para aquellos componentes que sí intervienen en la constitución política de la realidad social en un momento histórico dado; y con ello aludimos las relaciones no lineales entre universo cultural y político en sentido específico, que van desde la referencia directa a posiciones políticas de una creencia, un recuerdo o una obra de arte, hasta la relación diríamos inversa, aquella que se produce cuando un sistema político necesita para su reproducción desprender ciertas prácticas culturales del sistema de socialización política de los individuos, mediante su conversión en consumos privados o su confinamiento a la vida de subgrupos o subculturas, presentes en la sociedad pero sin capacidad de influir sobre el clima de ideas más generales vigente. De tal modo, el atributo de político o de ideológico que pueda adquirir determinada práctica significante presente en la sociedad en un momento dado (religioso, estético, etc.), es polivalente, cambiante; ciertas simbologías, por ejemplo, pueden estar situadas en el centro de la vida política en un momento dado, pero en otros, transformarse, ser reutilizadas de manera de convertirse en contraseñas que hacen a la identidad de subgrupos al contacto entre sus miembros, en maneras de vestirse, decorar las casas. Por ello, la cultura general no puede ser identificada de por sí con las ideologías políticas.

Las culturas políticas según lo venimos desarrollando, contiene siempre un conjunto heterogéneo de elementos (creencias, conceptos, etc.), y desde el punto de vista de las problemáticas teóricas o doctrinarias que les otorgan un sentido general son

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mixtas: no existe una corriente de pensamiento pura, preservada desde su origen hasta su declinación, dentro de ciertas fronteras conceptuales; las doctrinas surgen desde ciertos campos de ideas previos, en los que se nutren inevitablemente aún en el caso de producir rupturas de tradiciones y de campos teóricos en su emergencia, y compiten y confrontan contra sí en una lógica que pasa más por la desarticulación de la problemática adversaria y la apropiación de varios de sus elementos que por una confrontación cerrada doctrina contra doctrina.

Las configuraciones de significantes y de problemáticas doctrinas que conforman las culturas políticas, pueden ocupar una posicionalidad relativa cambiante al ritmo de los conflictos por la hegemonía política en la sociedad: ser residuales, arcaicas, emergentes, dominantes, tradicionales, etc. Finalmente, desde otro ángulo de enfoque, podríamos decir que las culturas políticas constituyen una trama en la que se combinan elementos simbólicos e imaginarios, entendiendo por esto último no los componentes fantaseados o inventados sobre la realidad social, el origen de los movimientos políticos, etc., que por cierto contienen culturas políticas, sino fundamentalmente un registro que hace a la identificación especular de los actores sociales, a la interiorización como atributos propios de rasgos de otros actores previos basado en la imagen que ellos representan. El componente imaginario captura a los grupos sociales en ciertas formas de reconocerse a sí mismos y a los otros, genera un principio totalizador, un nosotros recortado que tiñe las construcciones simbólicas con que estos actores explican y definen sus identidades y proyectos en la vida social y política.3La cultura política proviene del resultado de procesos históricos y de la respuesta a los acontecimientos pasados, a la forma en que se manejan estos acontecimientos y a su elección para proceder a la acción a nivel grupal. El estudio de cada uno de los fenómenos sociales que conforman la cultura política demanda igualmente diversas aproximaciones, diferentes confluencias interdisciplinarias, así como, distintos enfoques metodológicos, a las múltiples disciplinas que concurren al estudio de la cultura política o las culturas políticas: historia de la cultura, sociología política, semiología, antropología política, psicología social, ciencia política, lingüística y los estudios de comunicación de masas. 4

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La noción de cultura política remite algunas tesis que tienen su origen en formulaciones de Platón y Aristóteles, y tiene continuidad en algunas argumentaciones de autores clásicos y filósofos de la política contemporánea como Montesquieu, Rousseau y Tocqueville.5 El proceso de la ilustración avanzó dejando de lado algunas ideas y comportamientos culturales de manera que el momento del surgimiento de la moderna investigación en la cultura política, tuvo lugar después de la segunda guerra mundial. La cultura política ha sido definida desde diversos ámbitos como la antropología, sociología, psicología y ciencia política. La influencia de la sociología europea ha destacado de la mano de Weber, que consideraba que sus tipos ideales de autoridad estaban compuestos de símbolos y creencias subjetivas al igual que la cultura política.6

La emergencia del concepto cultura política en el ámbito de las ciencias sociales, se produce en la década de los cincuenta del siglo XX. Se trataba de un concepto que ilustraba acerca de la relación existente entre los tipos de cultura social y la estabilidad de los sistemas políticos, con el predominio de un enfoque básicamente psicologista que hacia depender la aprehensión de los objetos políticos en función de las características, perceptivas de los individuos. Muy pronto, sin embargo, el enfoque psicologista fue desplazado por perspectivas más próximas a la psicología social que ponían el acento sobre los complejos de significado que encarnaba una determinada cultura política.

La cultura política a partir de entonces viene entendiéndose más como un subuniverso de normas, valores, creencias, códigos y modos de comportamiento integrados en el conjunto del sistema cultural, y que tienen una función orientativa para las personas, los grupos y las instituciones en la vida política de una sociedad deter-minada. Bien, es cierto, que la acción política de los individuos configura una cultura política, pero la cultura política no deja de ser una forma de conciencia social.

La cultura política informa de una manera determinante las formas de comprender y practicar la vida política de la comunidad, al tiempo que una socialización

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específica produce perfiles políticos e individuales característicos...

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