Los cubanos en México

AutorAndrés Henestrosa
Páginas457-458
AÑO 1957
ALACE NA DE MINUC IAS 457
de obras inspiradas en las luchas contra la Intervención y el Imperio – como
ya está dicho– encontró una manera de seguir sirviendo a la causa liberal y a
México. Así, tradujo Querétaro de Alberto Hans con notas y rectificaciones en
que su ideario político queda manifiesto, con singular ardor. Una búsqueda
por bibliotecas públicas y particulares, o con los parientes que todavía pudie-
ran quedarle en esta ciudad al poeta olvidado, podría establecer si los Roman-
ces de costumbres fueron reunidos en volumen y si Lorenzo Elízaga dejó otros
trabajos. Ojalá haya quien lo haga, ahora que se está celebrando el centenario
de la Constitución y los acontecimientos que trajo consigo. Lo merece muy
bien el humilde poeta y soldado de la patria.
17 de febrero de 1957
Los cubanos en México
Un libro está por escribirse hace mucho tiempo. Es aquel que sacara a flote el
íntimo resorte de la hermandad y semejanza que siempre hubo entre mexica-
nos y cubanos. Un parentesco que va más allá de las meras circunstancias de
compartir una mitad de nuestra historia, que en eso son hermanos los pueblos
todos de América a quienes España, conquistó y enseñó su lengua y religión,
dos de las cosas más evidentes que nos asemejan. El libro pudiera llamarse Los
cubanos en México no por otra causa sino porque el contacto entre esos dos pue-
blos lo inició Cuba. ¿No de allí salió Hernán Cortés para conquistar a México?
¿No eran ya un poco cubanos aquellos tremendos españoles que vinieron al
valle de Anáhuac a avasallar a los indios de estas tierras? ¿Y no se dijo alguna
vez que la isla de Cuba no era otra cosa que un asomo de tierra en que se finca
México: una montaña que se hundiera y de pronto asomara el hombro?
De entonces data la imantación que los dos pueblos gozan mutuamente,
más visible en los hombres de espíritu, en los de más vigilia, en los que profe-
san culto de la libertad. El primero de esos hombres pudiera ser Bernal Díaz
del Castillo, escritor y soldado como siempre fueron los grandes americanos,
quien en tierras de México destruyó el fierro con que infamaban a los indios.
Él, pudiera decirse, es el tronco del que vienen las ramas que han sido todos
los cubanos que a lo largo de los años, han encontrado en México nueva pa-
tria para sus prédicas, para tribuna de su palabra eterna. José María Heredia,

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