La crítica humanista del humanismo

AutorQuentin Skinner
Páginas256-274
256
IX. LA CRÍTICA HUMANISTA DEL HUMANISMO
HASTA aquí hemos examinado la manera en que los humanistas del Norte
apoyaron y desarrollaron la visión moral y política característica del Renaci-
miento italiano. Esto nos ha capacitado a plantear una tesis de la que en
ocasiones se ha dudado, pero que nos parece inevitable: que, en realidad, es
apropiado considerar la teoría política del Renacimiento del Norte esencial-
mente como extensión y consolidación de una gama de argumentos origi-
nalmente elucidados en la Italia del quattrocento. Sin embargo, no menor
importancia tiene subrayar que estos argumentos nunca fueron sencillamen-
te reiterados de manera mecánica o sin espíritu crítico. Como ya lo hemos
observado, un buen número de asuntos centrales del debate político italiano
casi no recibieron ninguna atención en el norte de Europa. Para completar
nuestra revisión, fi nalmente necesitamos añadir que algunas de las teorías
creadas por los humanistas del Norte deben ser interpretadas no tanto como
continuación, sino antes bien, como crítica de temas humanistas anteriores.
EL HUMANISMO Y LA JUSTIFICACIÓN DE LA GUERRA
Un punto de importancia en que buen número de los humanistas del Norte
tendieron a criticar a sus precursores italianos, en vez de seguirlos, fue su
análisis del papel de la guerra en la vida política. Como hemos visto, el ideal
aristotélico del ciudadano armado había desempeñado una parte preponde-
rante en muchas teorías de Estado del quattrocento. La voluntad de combatir
por la propia libertad había llegado a ser considerada como parte de los de-
beres cívicos del ciudadano ordinario, mientras que el negocio de la guerra,
correspondientemente, había sido considerado poco más que como conti-
nuación de la política por otros medios. En contraste, muchos humanistas
del Norte hicieron gran hincapié en el concepto estoico de que, siendo her-
manos los hombres, toda guerra ha de ser, en realidad, un fratricidio. La
afi rmación más elocuente de esta idea corrió por cuenta de Erasmo, en su
oración de 1517 intitulada La queja de la Paz.1 La Paz habla en primera per-
1 La queja fue el pronunciamiento defi nitivo de Erasmo sobre los horrores de la guerra en la
sociedad cristiana, y llegó a ser una de sus obras más leídas, con treinta y dos ediciones fechadas
en el curso del siglo XVI; cf. Bainton, 1951, p. 32. Sin embargo, hay otros muchos lugares en que
Erasmo describe su odio a la guerra en términos similares. El más importante es su discusión del
adagio “Dulce Bellum Inexpertis”, “la guerra es dulce para quienes no la conocen”. Para el principal
LA CRÍTICA HUMANISTA DEL HUMANISMO 257
sona de “los insultos y repulsas” que continuamente sufre a manos de la “in-
justicia del hombre” (p. 1). Empieza insistiendo en que la guerra es total-
mente opuesta a los ideales de la hermandad cristiana. Es “tan impía que se
ha vuelto el veneno más mortífero de la piedad y de la religión” y por doquier
estalla (p. 2). Más adelante añade que la guerra no es menos enemiga del go-
bierno virtuoso, ya que “la voz de la ley nunca se oye entre el fragor de las
armas” mientras que “los peores entre los hombres” siempre alcanzan “la
mayor parte del poder” cuando se pisotea la paz (p. 81). Declara después
que, siendo el objetivo supremo en cualquier república, como bien se sabe,
fomentar la camaradería cristiana y el gobierno virtuoso, de allí se sigue que
“por necesidad la guerra debe ser tenida en el mayor aborrecimiento conce-
bible” (p. 82). Arruina nuestras mejores esperanzas, dejándonos en “el podri-
do pozo del pecado así como en la miseria” (p. 82). Así pues la oración con-
cluye con un vibrante llamado “a todos los que se llaman cristianos”, a
“unirse en un solo corazón y una sola alma en la abolición de la guerra y el
establecimiento de la paz perpetua y universal” (p. 98).
Sugerir que este ataque a los ideales de la gloria marcial simplemente
debía comprenderse como repudio de anteriores actitudes humanistas no
sólo sería una simplifi cación excesiva. Varios humanistas del Norte también se
hallaban en rebeldía contra la venerable doctrina de la guerra justa, que
solían ver como fuente y justifi cación aún más peligrosa para la prevalecien-
te violencia de su época. El exponente de esta doctrina que mayor infl uencia
alcanzara había sido san Agustín. Aunque frecuentemente había pedido la
abolición de la guerra en la Ciudad de Dios, también había aceptado dos ex-
cepciones muy importantes, que habían sido aceptadas después por la Igle-
sia, e incorporadas por santo Tomás a su defensa clásica de la guerra justa
(cf. Adams, 1962, pp. 6-12). san Agustín había establecido ante todo en el li-
bro IV que como “sería peor que los malhechores gobernaran a los justos” a
que los justos se sometieran a los malhechores, de allí se sigue que una gue-
rra de los justos contra los malhechores puede no sólo ser un “mal nece-
sario” sino que también se le puede “llamar apropiadamente, un hecho afor-
tunado” (II, 59). Y en el libro XIX había añadido que, aun cuando “el hombre
sabio” siempre “deplorará verse obligado a emprender guerras justas”, no
obstante habrá ocasiones en que “la injusticia del bando opuesto” le obligue
a reconocer “la necesidad de emprender guerras justas” (VI, p. 151).
Es evidente que cuando los llamados humanistas cristianos —particular-
mente Colet y Erasmo— lanzaron sus ataques incondicionados a los horrores
de la guerra, era principalmente esta peligrosa ortodoxia la que estaban tra-
tando de derrocar. Como lo explica Colet en su Exposición de la Epístola de
ensayo que Erasmo añadió bajo este título a la edición de 1515 de sus Adagios, véase Phillips,
1964, pp. 308-353. Para una discusión completa de este ensayo, y de la Queja, véase Adams, 1962,
pp. 86-109.

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR