Crisis revolucionaria

AutorJosé C. Valadés
Páginas295-363
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Capítulo XXIX
Crisis revolucionaria
HALAGO A LAS MUCHEDUMBRES
Los mexicanos asistían, casi en suspenso, sin saber cual era el más
conveniente camino a seguir: o el del optimismo o el del pesimismo,
a las tareas ejecutivas y legislativas del gobierno nacional presidido
por el general Plutarco Elías Calles. Tanto en el fondo como en la
forma, tal gobierno constituía un teatro novedoso; quizá un singular
espectáculo. Era inusitado, en efecto, el hecho de que el primer ma-
gistrado de México concurriese, con sus ideas y manifestaciones
personales, a estudiar y analizar los conflictos todos de la República.
Un presidente pareciendo o queriendo resolver lo grande y lo pe-
queño del país tenía las proporciones de lo extraordinario y por lo
mismo, simultáneamente, se hacía temer y se hacía amar.
Para los mexicanos, lo más difícil era fijar a quién o quiénes favo-
recía, con certidumbre, la política callista, pues tan pronto ésta ser-
vía a los intereses proletarios, como a continuación se presentaba
con las mejores disposiciones hacia la clase propietaria —a la pro-
pietaria, porque dentro de la clasificación económica universal, en el
país no podía hablarse, de no ser onomatopéyicamente, de una clase
capitalista.
En efecto, los capitales de inversión, que nunca constituyeron, por
corresponder a las riquezas migratorias, un capitalismo nacional, o
estaban mermados, o eran expulsos, o se habían incorporado al mer-
cado mexicano. El único capital que se presentaba como de inversión
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era el concerniente a la industria petrolera. Sin embargo, en su tronco,
las compañías petroleras significaban meras oficinas de contabilidad,
subsidiarias de un capitalismo ajeno —a excepción del aprovecha-
miento de frutos mexicanos— a la vida económica del país.
Dado ese ambiente, que más llevaba a perplejidades que a consi-
deraciones de racionabilidad, los proyectos del presidente Calles,
aunque inspirados en el patriotismo y la responsabilidad, así como
en el deseo de dar progreso y bienestar al país, con todo lo cual se
trataba de probar que el gobierno de la nación mexicana no era un
mero lujo o capricho; dado ese ambiente, se repite, los proyectos de
Calles no siempre hallaron el apoyo nacional.
La fama que se daba a Calles de hombre impulsivo, voluntarioso y
enemigo de la tradición constituía un obstáculo de mucho peso para
el desarrollo de los planes oficiales, de manera que aquel mundo de
iniciativas y realidades sólo hallaba, casi cotidianamente, amena-
zantes títulos como si se tratara de un enemigo de la sociedad.
Olvidando la siembra de odios y angustias que las luchas intestinas
habían dejado en el alma y cuerpo de México, el presidente, siempre
atento a todas las manifestaciones que se presentaban a la vista del
Estado, no podía comprender el porqué de aquella actitud hacia él, no
sólo desdeñosa, sino también hostil de los connacionales, sobre todo
por que esa actitud pública se reflejaba con grandes caracteres en la
prensa periódica tanto de la Ciudad de México como de los estados.
Los periódicos principales del país, ya por ganar lectores y anun-
ciantes, ya por escasez de nacionalidad, ya por servir a los intereses
del pasado, ya por estar organizados con plantas de antiguos servi-
dores del porfirismo y de la contrarrevolución, movían una fuerte
corriente de opinión contraria al Estado, pero especialmente de opo-
sición a Calles.
Tan vehemente era la agresión literaria del periodismo y tan gra-
ves perjuicios estaba ocasionando a la estabilidad de la República y
a los intereses del Estado, pues desviaba la función de la autoridad,
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intentaba controvertir con las fuentes del mando y gobierno del país
y pretendía dirigir la opinión pública de México, que Calles acudió al
apoyo popular, sirviéndose al caso de las organizaciones sindicales y
ejidales. De esta suerte, la política de simpatía y atracción de las mu-
chedumbres que en un principio tuvo los tintes de un mero roman-
ticismo político se convirtió en una realidad.
Para esto, el gobierno ya tenía las bases y sólo requería calcular
el desenvolvimiento y poder de sus puntos de apoyo popular: el
obrerismo oficialista y el agrarismo. Sin embargo, había un factor
oscuro que el presidente quiso esclarecer. Tal factor fue el peligro
de que los agraristas y obreristas se convirtiesen en un partido de
gobierno capaz de violar la doctrina constitucional sobre la impar-
cial oficial.
Por otra parte, antes de abrir las puertas a esa política de extre-
mo populismo, el presidente no dejó de reflexionar acerca de las
degeneraciones que podía ocasionar la fuerza de las multitudes
como parte del Estado. En efecto, el gobierno se colocaba a un paso
de las tentaciones de líderes y caudillos pueblerinos. Un amenazan-
te caciquismo político, más dañino que el caciquismo social que era
miembro de la naturaleza mexicana, quedaba en reserva, de manera
que se le otorgaba la posibilidad de desenvolverse y hacer faccional
todo lo que emanara del gobierno.
Sin embargo, como los tropiezos morales y sociales que halló
Calles en su primer año de gobierno iban en aumento y la tempestad
de los agravios al poder público se acrecentaban, el presidente se
vio obligado a acudir al auxilio de las organizaciones sindicales y
ejidales, no sin que al mismo tiempo otorgase a las mismas privile-
gios de condición electoral. De aquí se originaron, primero, los sub-
sidios oficiales a los organismos obreros y agrarios; después, las
complacencias a lo que se llamó liderismo, y de las cuales se originó
un novedoso y productivo oficio que atrajo a una juventud ávida de
triunfos fáciles y prontos.

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