Couto Castillo, raro y exótico

AutorAndrés Henestrosa
Páginas220-221
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ANDRÉS HEN ESTROS A
prima, la cual lo llevaba a vislumbrar “todo el partido que sacará de su libro el
señor Altamirano, con sólo referir lo que pudo ver y oír en palacio la dama de
su creación”. Parece evidente, pues, que Altamirano llegó a poner manos a la
obra. Santacilia, que frecuentaba su trato, y encontraba en sus conversaciones
y en sus escritos apoyo a sus ideas, debió saberlo con certeza. La pequeñez de
la ciudad, y lo reducido del grupo que entonces se ocupaba del renacimiento
de nuestras letras, así como la devoción que la persona del maestro suscitaba,
anulan toda posibilidad de que sus noticias fueran erróneas.
Dada la costumbre del tiempo, hasta pudo ocurrir que capítulos de La
dama de ho nor se hayan publicado como alcance o folletín de algún periódico,
o que en algunas de las tertulias literarias su autor la hubiera dado a conocer
en parte. Y que por una u otra causa no se hubiera registrado la noticia en los
papeles periódicos, o que habiéndolo sido, ninguno haya reparado en ella.
Doña Catalina Sierra C asasús, devota de la obra de A ltamirano, parece
que posee la bibliografía escrita de su propia mano, y así como nos ha revelado
la existencia de otros papeles suyos, pudiera localizar alguna vez el original de
La dama de honor, lo que sería un verd adero acontecimiento en la historia
de las letras patrias.
23 de mayo de 1954
Couto Castillo, raro y exótico
Otro de los autores mexicanos injustamente olvidado es Bernardo Couto Cas-
tillo, “Coutito”, como le decían sus compañeros de letras. Los manuales de
historia literaria cuando no lo olvidan, lo mencionan de paso, equivocando su
nombre alguna vez. Era originario de Orizaba, como su tío, el afamado autor
del Diálogo sobre la historia de l a pintura en México, con quien comparte el nom-
bre y el amor a las letras, si bien no la fama, porque mientras el uno la tiene
repartida por el mundo, el otro yace en el olvido.
Muy niño yo, en las Lecturas literarias de Amado Nervo, me topé con el
nombre y con un cuento de Couto Castillo, aquel que arranca así: “Salto a ca-
yuco estrecho que un pescador echa a volar a voluntad de su remo…” Y recuerdo
el retrato con que el cuento se ilustra: un hombre joven, de bigotito y una
corbata de moño o de mariposa; y al pie una nota muy tierna, muy evocadora

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