Lo cotidiano en la prostitución

AutorElvira Reyes Parra
Páginas113-218
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T ANTO LA DEFINICIÓN clásica tradicional del verbo prostituire
como su construcción en el imaginario colectivo dejan de
lado muchas realidades. Ello ha permitido la formación de mitos
y tabúes y el enmascaramiento del problema. Decir que hay
mujeres de la “vida fácil” que se dedican “al oficio más antiguo
del mundo” y que por eso son llamadas “meretrices”, “rameras”,
“hetairas”, “golfas”, “prostitutas”, “putas”, “sexoservidoras”, et-
cétera, no ha hecho sino a encasillar un problema en el que
convergen otras muchas personas y muchos otros problemas
sociales. A grado tal, que parece poco importar a las “buenas
conciencias” que en las últimas décadas la prostitución incluya
a niñas, niños y adolescentes. Este tipo de razonamiento impide
hacerse preguntas tan obvias como: ¿Por qué pueden ser conver-
tidos en propiedad privada sexuada mujeres, niñas y niños?, ¿y
sus familiares?, ¿quiénes están detrás?, ¿y la policía?, ¿quién
cuida a las y los niños que están en la calle?, ¿comen?
Existe al menos una centésima de preguntas que corre en
derredor de un problema que gran parte de la sociedad prefiere
no hacerse, ¿y las instituciones públicas?
La prostitución, infantil o adulta, es una institución que se
organiza y es organizada, por al menos, cinco grandes grupos
sociales:
1. instituciones gubernamentales como procuradurías y se-
cretarías de seguridad pública, de salud, delegaciones, poli-
cías, patrulleros, etcétera, y algunos organismos no guberna-
mentales;
CAPÍTULO 3
Lo cotidiano en la prostitución
114 ELVIRA REYES PARRA
2. empresas de turismo, hoteles, bares, centros nocturnos,
bebidas alcohólicas, restaurantes, piqueras y loncherías, en-
tre otros;
3. de manera informal, están las personas y grupos que
coadyuvan y mantienen el negocio de la prostitución como
proxenetas: enganchadores, lenones, padrotes, madrotas y
redes de tráfico de mujeres, de infantes, de drogas y hasta de
armas, en fin, el crimen organizado;
4. quienes ofertan, bajo coacción o no, los servicios sexuales:
mujeres, hombres, adolescentes, niñas y niños por un lado,
y quienes demandan los servicios, por el otro: la variabilidad
de clientes;
5. el quinto elemento que hace que engranen estos grupos y
exista la prostitución, es la ausencia de leyes que sancionen
y prevengan este tipo de delitos.
Podría decirse que un sexto, muy importante, es el detrimento
de nuestra economía que, conjuntado con la corrupción del Es-
tado tolera y fomenta este y otros delitos.
Por la vía legal, la prostitución, entendiéndola como una
actividad que sólo la ejercen personas adultas, es tipificada como
una infracción administrativa en el Distrito Federal. La explota-
ción sexual de menores es un delito mayor y se sanciona de
acuerdo con las especificaciones de cada caso. El Código Penal
local y federal incluye las variantes de pornografía, prostitución,
el abuso y la violación sexual con sus grados de violencia e in-
cluye el grado de cercanía entre la víctima y el perpetrador, para
lo cual especifica una pena mínima y máxima.
Pero urge decretar una ley que cubra todos los frentes si ver-
daderamente México quisiera erradicar este problema. Pues si
bien es cierto la prostitución que ejercen las mujeres adultas es
entendida como la transacción o convenio que establecen dos
personas adultas, dada su complejidad, permea y cobija otro
tipo de delitos, entre ellos y de manera contigua e inmediata, es
el delito de lenocinio, el segundo es la sanción y el procedimien-
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to de queja, además de los consabidos arrestos arbitrarios y se-
lectivos y cobros de cuotas por parte de la policía.
Asimismo, independientemente de que existan voces en el
plano internacional que pugnan por abolir la prostitución –adul-
ta– y otras por reglamentarla, ya que, en efecto, es una forma
intolerable de explotación del ser humano, y que otras opten por
reconocerla en virtud de ser un medio por el cual muchas muje-
res, jefas de familia mantienen a sus hijas e hijos, reconocerla
como cualesquiera otra actividad laboral, con derechos y obliga-
ciones, traduciría acciones legislativas y políticas públicas que
logren desestructurar la situación de la doble violencia y la doble
explotación que viven quienes ejercen la prostitución, tanto de
los proxenetas como de agentes policiales y autoridades corrup-
tas. En este caso, es a los lenones a quienes debería castigarse
duramente, por lucrar con la venta de otra persona; ese hecho
por mismo representa, obligadamente, el ejercicio de otras
acciones punitivas: amenazas, chantajes, seducción o engaño
contra la víctima.
Con base en lo anterior, nuestro país, como siempre, da un
mayor castigo a la víctima que a sus victimarios.
En efecto, en lo cotidiano, son las trabajadoras y trabajado-
res sexuales a quienes se les castiga todo el tiempo y no así a los
lenones y lenonas, ni mucho menos a los clientes. Ambos, en el
anonimato, son impunes. Muchas mujeres desaparecen o son
muertas por unos o los otros y en la práctica jamás se ha visto a
alguno de ellos en la cárcel o muerto; quienes son asesinadas son
las mujeres y hombres que ejercen esta actividad, basta con leer las
notas rojas de algunos periódicos para comprobarlo. Tampoco se
sanciona a los hoteleros, a quienes les genera grandes ganancias
cuando permiten la entrada de menores a su establecimiento; ni
a algunas autoridades policiales, que exigen su cuota a lenones
(pago que hacen nuevamente las víctimas), so pena de arremeter
contra los grupos.
Desde ese lugar segregado y estigmatizado, las víctimas no
sólo enfrentan extorsiones y violencia de proxenetas; del cuerpo

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