Cuando contemplo el rostro del otro

AutorGerardo Pérez Silva
Páginas101-102
Centro de Estudios 101
Todo ser humano es un centro de
revelación, es un sendero que nos
apela y nos llama. Dentro de cada
hombre reside un misterio que se
expresa en su propio rostro, mirar
el rostro del otro es un relámpago
de luz que hace caer las escamas de
los ojos.
En un mundo como el nuestro en el
que se pretende igualar todo, bajo
la desnudez anónima del igualita-
rismo y de la reducción de los hom-
bres a masas ciudadanas, el rostro
del otro, la huella que expresa su
propia presencia es reducida a una
simple sombra, creando así, un am-
biente en el que todos lo hombres
son intercambiables, homogéneos,
equivalentes. Pero también impera
cierta indiferencia cuando se trata
de mirar hacia el otro.
Sin embargo, el r
ostro de cada ser
humano posee algo singular que
se resiste a ser una simple sombra,
esto es por lo que nos detenemos
ante un rostro, particularmente
en el rostro amado, ése que en el
relámpago de su aparecer rom-
pe el aletargamiento de nuestra
percepción, y así, descubrimos
la visión: el otro es un enigma;
no la forma sensible con la que
se nos presenta cotidianamen-
te, sino un misterio incapturable
que nos abisma y nos saca de no-
sotros mismos, bajo la atmósfera
del estupor y ante el umbral del
misterio. El rostro, como lo señala
Finkielkraut, es “el sitio del cuerpo
donde el alma se revela y se dis-
fraza”, es por ello por lo que nos
fascina, nos atrae y en ciertas oca-
siones nos conmueve.
Esto es lo que provoca el rostro del
otro: esa incalif‌i cable revelación
cuando nos abrimos para salir de
sí hacia los otros, revelación que
también surge cuando contemplo
al otro en sus ojos, y es ahí donde
el otro se expone en la desnudez de
su alma y me provoca en ocasiones
vergüenza por mi frialdad o por mi
serenidad. A la vez que me resiste,
me requiere y pide mi atención, mi
servicio, mi caridad, abriéndome a
lo invisible.
Cuando los ojos de aquel rostro me
mira, eso es suf‌i ciente para cambiar
de mundo, entonces ya no soy sólo
yo, sino que entro en el sendero del
tú, en ese ámbito de comunión en-
tre el “yo” y el “tú” que desemboca
en el “nosotros”, y entonces, es ahí,
donde surge el encuentro, la amis-
CUAN DO CON TEMPLO EL ROSTRO DEL OTRO...
Gerardo Pérez Silva

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