Constitución política de una república imaginaria de José Joaquín Fernández. México, mayo a julio de 1825

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SACRISTÁN: ¿Conque ya se verificó el receso de
las Cámaras?
Payo: ¿Qué cosa es receso, compadre?
Sacristán: Yo entiendo que es una suspen-
sión de las sesiones.
Payo: ¿Conque no se vuelven a abrir hasta el
próximo enero?
Sacristán: Así dicen.
Payo: Caramba, ¡qué vacaciones tan largas!
Sacristán: Mas son precisas: bastante han
trabajado los señores.
Payo: Quisiera yo saber cuáles son los bene-
ficios públicos y generales que debe percibir la
República, de los desvelos y trabajos que han te-
nido las Cámaras en cinco meses.
Sacristán: Deben de ser muy grandes; pero
como es obra del tiempo, con el tiempo lo sabre-
mos: ello es que se han tratado asuntos de mucha
gravedad, sin descuidarse hasta de señalar pre-
mios a los intraductores de guanacos, camellos y
otras alimañas, lo que debe traer a la República
inmensos bienes.
Payo: Con razón yo he rabiado siempre porque
me hicieran diputado, pues es muy grande cosa
el poder servir uno a su patria con sus talentos.
Sacristán: Cabal que sí; yo también me he
visto acosado de iguales deseos; pero ahora me
ocurre un arbitrio para que entre los dos alivie-
mos esta furiosa comezón que tenemos de ser
legisladores.
Payo: ¿Y cómo puede ser eso, compadre,
siendo como somos unos legos, sacristanes y
rancheros?
Sacristán: Eso no le haga a usted fuerza; la
empresa de reformar el mundo es lo más fácil,
mucho más si las reformas se hacen sin contrario.
Platón hizo su República, Fenelón su Telémaco,
Tomás Moro su Utopía, el padre Causinio su Corte
Santa, y así otros; ¿qué embarazo, pues, encuen-
tra usted para que entre los dos hagamos nuestra
Constitución mexicana, destruyamos abusos y
abramos las puertas de la abundancia y felicidad
general con nuestras sabias leyes?
Payo: Compadre, ¿está usted loco? ¿Qué mayor
embarazo ha de haber que nuestra conocida igno-
rancia? ¿Qué entendemos nosotros de derecho
público, de política, de economía, ni tantas mari-
tatas que se necesitan saber para llenar el difícil
cargo de legislador?
Sacristán: Cierto que se ahoga usted en poca
agua: ¿pues qué usted cree que para ser diputado
se necesita saber tanto? no, amigo, en teniendo
patriotismo y buena intención, con eso basta; y
en sabiendo citar oportunamente a Montesquieu,
Filangieri, Benjamín Constant, Payne, Madame
Stael, Bentham, y otros autores clásicos ¡Ave
María purísima! entonces puede uno pasar por
un Séneca; y si el diputado tiene tal cual noticia
de la Constitución inglesa y del Código de Napo-
león, entonces sí, ¡ya no hay más qué pedir!
Payo: Pues todo eso no me convence, compa-
dre, porque nosotros ni aun eso sabemos.
Sacristán: Pero tenemos patriotismo.
Payo: Esa virtud ayuda, pero no basta para
ser legislador, si falta ciencia. Un charlatán en
medicina, por mucha caridad que tenga, matará a
república imaginaria*
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México, mayo a julio de 1825
1825
TEXT O ORI GINA L
*Fuente: José Joaquín Fernández de Lizardi, “Constitución política de una república imaginaria”, en El pensador mexicano, México,
Ediciones de la Universidad Nacional Autónoma de México, 1940, pp. 133-181.
742 CONSTITUCIÓN DE 1917. FUENTES HISTÓRICAS
cuantos enfermos pueda, con buena intención,
porque le falta la ciencia médica; así también un
charlatán político dictará malas leyes por más
patriotismo que rebose.
Sacristán: Pero a nosotros ¿qué cuidado nos
deben dar nuestras erradas? ¿Acaso se han de
obedecer, ni poner en práctica nuestras leyes ni
nuestros pensamientos? ¿A quién han de perju-
dicar por ridículas y disparatadas que sean? A
ninguno, luego ¿qué mal tenemos que esperar de
nuestra nueva legislación?
Payo: Y si por una casualidad dijéramos al-
guna cosa buena, ¿acaso se admitirá? No: luego
¿qué bienes nos vendrán por esas gracias? Es
gana, compadre; deseche usted ese mal pensa-
miento; advierta que no somos literatos, que
usted no pasa de un sacristán, ni yo de un ran-
chero.
Sacristán: Eso no me espanta: rancheros he
visto yo, que parecen literatos, y literatos que pa-
recen rancheros; conque zas, manos a la obra, y
vamos a organizar la República a nuestro modo.
Usted se llama Cámara de Senadores, y yo, Cámara
de Diputados: entre los dos discutimos nuestras
proposiciones, y luego que estemos acordes, fija-
mos los artículos respectivos.
Payo: Vaya con mil diablos, compadre: usted
ha dado en que me ha de volver loco; pero nomás
una cosa le encargo, y es que no se impriman es-
tas conversaciones.
Sacristán: Y ¿por qué?
Payo: Porque ya estoy considerando que
vamos a rebuznar, tan altamente que será mano
de que nos chiflen y apedreen en la calle.
Sacristán: No tenga usted miedo; en México
son bien prudentes, y no se espantan de rebuz-
nos. Quedáramos bien con que después de traba-
jar en beneficio público, quedaran sepultadas en
el olvido nuestras brillantes producciones.
Payo: ¿Y si son unos brillantes desatinos?
Sacristán: Ésos se imprimen con más tacto y
se venden con más estimación, como lo acredita
la experiencia. Conque, no sea usted cobarde.
Comencemos.
Payo: Pero si no sé por dónde empezar.
Sacristán: Por donde a usted se le antoje:
¿acaso alguno manda nuestra boca? Comenzare-
mos dividiendo el territorio, estableceremos la
forma de gobierno, dividiremos los poderes, arre-
glaremos la milicia, dictaremos el código penal;
y hablaremos de lo que se nos diere la mucha gana:
el caso es que hemos de procurar hablar con algún
aire de novedad, pues; que parezcamos invento-
res, no imitadores, porque para copiar nuestra
Constitución, la de Jalisco o de otra parte, cual-
quiera lo hace; el caso es decir cosas nuevas aun-
que sean desatinos.
Payo: Comencemos. ¿Serán ciudadanos todos
los nacidos en cualquier Estado o territorio de la
Federación mexicana?
Sacristán: ¿Ve usted? ésas son vejestorias, es
un plagio de la Constitución española, de la
nuestra y la de Jalisco. ¿Por qué no han de ser
ciudadanos todos los extranjeros? ¿no es el hom-
bre ciudadano del mundo? ¿pues para qué son esas
distinciones odiosas? después de cuatro días de
residencia, ¿no les da el gobierno su carta de ciu-
dadanía? Pues, ¿qué embarazo hay para dárselas
de luego a luego? Por tanto, yo hago esta proposi-
ción: será ciudadano de la República, todo hom-
bre que de cualquier modo le sea útil.
Payo: Aprobado; pero ¿qué beneficios, qué
distintivo o privilegios han de gozar los ciudada-
nos para distinguirse de los que no lo sean?
Sacristán: Aquí es menester tomar un polvo,
rascarse la cabeza, y mirar al techo, porque es ne-
cesario consultar con el carácter, inclinaciones y
costumbres del país a que se da la ley; y antes que
todo, conocer al hombre, y pues éste, lleno de amor
propio, no deja de hacer el mal sino por miedo de
la pena, ni obra el bien sino por interés del pre-
mio, bueno será que los que merezcan ser ciuda-
danos, perciban las ventajas que deben ser anexas
a tan honroso título; y los que no, tengan en el
público desprecio la pena que merecen sus servi-
cios; pues el nombre de ciudadano sin privilegios
públicos y reales, es un título hueco, que importa
poco tenerlo o no tenerlo, al fin no se conocen los
ciudadanos en la cara, y yo quiero que se conozcan
aun por sobre la ropa.
Payo: Pues ¿qué distinciones y privilegios les
concederemos?
Sacristán: Para no repetir mucho, supuesta la
aprobación de usted, se dirán en su lugar. Es-

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