Constitución del Estado de México. Texcoco, 26 de febrero de 1827

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A los habitantes del Estado de México, su Con-
greso Constituyente
Habitantes del estado: por tercera y última vez os
dirige la voz vuestro congreso al poner en vuestras
manos el depósito sagrado de la constitución y
las bases fundamentales de las libertades públi-
cas. Tres años han tenido sus miembros el honor
de dictar leyes al primer estado de la república, y
otros tantos han consagrado al servicio de la patria
y al desempeño de las altas funciones que les han
sido cometidas. Ni los largos, penosos y difíciles
trabajos que trae consigo la naturaleza de seme-
jante ocupación, ni las críticas y apuradas circuns-
tancias en que lo ha constituido la desgracia, ni
finalmente las persecuciones que ha sufrido, han
sido bastantes a detener su marcha majestuosa, o
paralizar el curso de las importantes operaciones
emprendidas en beneficio del estado.
Al abrir sus sesiones, no se le entregó sino
una extensión considerable de territorio poblada
de hombres sin otros vínculos de unión que los de
su coexistencia accidental. Los gérmenes de la
discordia se hallaban esparcidos por todas par-
tes: las pocas autoridades que estaban al frente
de la administración, eran del todo nulas por la
falta de medios para hacerse obedecer, y de
manos subalternas que auxiliando sus operacio-
nes, hiciesen al gobierno presente en todas par-
tes, y uniesen al último habitante del territorio
con el centro de la autoridad y del poder. El go-
bierno municipal que debía ocuparse en el fo-
mento de la prosperidad interior, poniéndose de
acuerdo con las autoridades políticas, secun-
dando sus providencias, y procurando la unión
íntima de los habitantes de cada lugar, tenía aban-
donados estos sagrados deberes, y se hallaba tan
lejos de ocuparse de ellos, que las disensiones
entre los vecinos, las ruidosas competencias con
las demás autoridades y la insubordinación al go-
bierno, traían su origen de los cuerpos municipales,
y reconocían por principio su absoluta indepen-
dencia y viciosa organización. La administración
de justicia no existía, no había jueces ni medios
para pagarlos; los que hacían sus veces eran des-
atendidos y aun pública e impunemente insulta-
dos: los salteadores y bandidos, cuyas cuadrillas
tomaban un carácter político, atacaban al ciuda-
dano pacífico, así en lo abierto de los caminos,
como en el centro de las poblaciones: el honor de
la casada y el pudor de la doncella no estaban li-
bres de los ataques del disoluto, ni de las arterías
del seductor, que triun faban a merced de la im-
punidad. El desorden y desarreglo de la hacienda
eran tales, que no se conocía la unidad, único
principio para sistemar la administración: las
turbas de contrabandistas, y la falta total de res-
guardo, hacían tan nulas las rentas y tan escasos
sus productos, que no alcanzaban a cubrir ni aun
las atenciones más precisas del gobierno, tales
como la satisfacción de los sueldos a los funcio-
narios públicos, que con absoluta inseguridad de
su subsistencia se veían en la dura necesidad
para proveer a ella, de abandonar sus obligacio-
nes y desentenderse de dar el lleno a sus debe-
res; enervando con esto la acción del gobierno,
*Fuente: Colección de Constituciones de los Estados Unidos Mexicanos. Régimen Constitucional 1824, t. I, México, Grupo Editorial
Miguel Ángel Porrúa, 2004, pp. 402-473 (edición facsimilar a la de don Mariano Galván Rivera, 1828).
Estado de México*
Texcoco, 26 de febrero de 1827
1827
TEXT O ORI GINA L
702 CONSTITUCIÓN DE 1917. FUENTES HISTÓRICAS
paralizando a cada paso las providencias más
ejecutivas, y reduciéndolo de este modo a una
total nulidad. La división del territorio era tan he-
terogénea y tan fuera de todo arreglo y sistema,
que para cada ramo había una particular, cuyo
resultado necesario era la confusión y el desor-
den. Había partidos de territorio y población tan
escasa, que podían ser iguales a un barrio del
más pequeño lugar, y no faltaban otros de exten-
sión tan considerable, que no era bastante la vi-
gilancia más activa y constancia más infatigable
en el trabajo de la autoridad subalterna para
atenderlos, dirigirlos y sujetarlos. La educación
pública se hallaba en el mayor abandono: las es-
cuelas de primeras letras eran muy escasas, mal
dotadas y peor dirigidas, sin estímulo para los
preceptores ni fomento para los niños: un celo
indiscreto que reconocía por principio la buena
fe, pero que no por esto era menos perjudicial,
impedía la circulación de los libros, secando con
esto las fuentes de la ilustración pública. Los de-
rechos del santuario, mal explicados y peor en-
tendidos, daban motivo a ruidosas competencias
y desagradables contestaciones entre las autori-
dades política y eclesiástica, que chocaban a cada
paso en sus puntos de contacto por no estar bien
deslindados los términos de su respectiva juris-
dicción. Nuestro ramo principal de industria, la
minería, se hallaba por falta de capitales obstruido
para las clases menos acomodadas, cuyas espe-
ranzas descansaban en los fondos de rescate casi
arruinados, o del todo extinguidos. Los caminos
públicos no merecían el nombre de tales; más pro-
pios para destruir el tráfico y la comunicación que
para fomentarla, desalentaban al hombre más in-
dustrioso y emprendedor, cortando el curso de mil
empresas benéficas a que daba lugar el resorte del
interés individual. Finalmente, la memoria de los
héroes de la patria que sacrificaron su vida en ob-
sequio de las libertades públicas, y sellaron con su
sangre las glorias de la nación, después del efí-
mero triunfo fúnebre consagrado a sus cenizas,
estaba para ser de todo punto olvidada por falta de
monumentos que recordasen sus hazañas y virtu-
des, e inmortalizasen su nombre.
El cuadro que se os ha puesto a la vista es
suficiente para dar una idea en grande, aunque
confusa, del estado infeliz y lastimoso en que
vuestro congreso recibió todos los ramos de la ad-
ministración pública. Las sombras que oscure-
cían su hermosura sólo han podido disiparse a
merced de la actividad y celo infatigable de los
miembros que componen esta asamblea. El es-
tado se ha formado, crecido y levantado a la som-
bra de sus benéficas leyes. Este cadáver exánime
se halla no sólo restituido a la vida, sino también
lleno de vigor, de salud y lozanía. Todo ha sido
sistemado y puesto en arreglo.
La ley orgánica dividió y clasificó los pode-
res políticos, fijó las atribuciones de cada uno de
ellos y los límites dentro de los cuales debían
contenerse: creó un gobierno que no existía: con-
centró el poder, y lo redujo a la unidad por la
institución de los prefectos y subprefectos: su
sanción puso término a la arbitrariedad a que
están tan expuestos los con gresos constituyentes,
y enfrenó el poder del gobierno, siempre pro-
penso al despotismo y mando absoluto, cuando
no hay leyes que lo encierren en el círculo de sus
atribuciones, impidiéndole obrar el mal. El go-
bierno municipal recibió impulso y actividad por
la ley publicada para el arreglo de los ayunta-
mientos. Estos cuerpos que a causa de la profu-
sión con que se habían multiplicado, se hallaban
exhaustos de fondos y destituidos de personas
capaces de funcionar en ellos por su nueva orga-
nización, quedaron en estado de promover la
prosperidad interior en todos sus ramos: las cali-
dades que se exigen de las personas que deben
componerlos, los fondos con que se les ha dotado,
aplicándoles los cuantiosos productos de las tierras
de comunidad, y más que todo la acción que se
ha concedido sobre ellos a los agentes del go-
bierno para obligarlos a dar el lleno a sus debe-
res, y la vigilancia y cuidado que deben tener
para que la inversión de sus fondos sea legítima,
son una garantía segura de que no quedarán frus-
tradas las lisonjeras esperanzas que se han con-
cebido de tan benéfica y saludable institución.
Las rentas del estado han adquirido un aumento
considerable y progresivo: sin haber recibido un
peso la asamblea constituyente, deja en arcas, a
pesar de los cuantiosos gastos erogados en la
traslación de sus poderes, más de doscientos mil.

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