Congreso Constituyente

AutorVicente Quirarte
Páginas201-212
354 355
El Congreso Constituyente
Una convocatoria expedida en el mes
de octubre, llamó a los mexicanos
interesados en el futuro de su país a
postularse como candidatos a diputados
para reformar la Constitución de 1857.
Los villistas habían sido derrotados.
Obregón era extremadamente certero
en sus golpes a los enemigos. Nunca
falló ninguno y así pasó a la historia
como el general invicto de la Revolución
mexicana. Zapata, reducido a los
límites de las tierras de sus ancestros
y a sus peticiones localistas, estaba
prácticamente nulificado.
La Convención de Aguascalientes
estaba ya lejos del panorama histórico
y el gobierno de Carranza quería ser
un resumen de la historia del México
autónomo. Consumó una “segunda”
independencia al lograr echar a los
norteamericanos de Veracruz y se alzó
con un ejército en el que se nombró,
como Agustín de Iturbide, Primer Jefe.
Quiso ser como Juárez, y al descender
de una dinastía septentrional se
cubrió de cierta sombra republicana al
viajar como él a través de los caminos
mexicanos y formular, como queriendo
coronar su actuación, una propuesta de
reforma al Estado mexicano. Balanceó
con maestría la autoridad emanada del
poder, muy al estilo de Porfirio Díaz
y conjugó esos ánimos con los ideales
democráticos de Madero que dieron paso
a la fase legislativa cuyo fruto sería la
Carta Magna promulgada en febrero de
1917. Carranza fue el último reformador
venido del porfiriato y el primero de la
era democrática del siglo xx.
Los mexicanos de aquel tiempo no
han cambiado sino su actitud frente a la
democracia, algo nuevo, nunca ejercida
en tiempos del héroe liberal venido
a menos; que se forman para votar,
que se reúnen en las plazas para oír el
nuevo bando de la promulgación que ha
salido en público pregón. Se informan
leyendo o escuchando lo que otros leen
en voz alta: los diputados, levantando la
mano en señal de juramento, prometen
sesionar por la igualdad, la justicia, la
paz. Comisiones, juntas, embajadores,
generales y pueblo protagonizan la
escena. Allanan las calles, abarrotan
las avenidas, gritan en los centros de
las ciudades y los pueblos para aclamar
a quienes han elevado la dignidad de
las leyes a obligación irrenunciable
y marcado el definitivo rumbo luego
de las actividades del Congreso
Constituyente, epítome de la democracia
revolucionaria.

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