Conclusiones finales

AutorMartha Santillán Esqueda
Páginas319-329

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TRAS EL FINAL de la etapa armada revolucionaria, el país comenzó a experimentar una serie de cambios políticos, económicos, legales y socioculturales que fueron repercutiendo en los comportamientos de los capitalinos, en particular en el caso de las mujeres. En el marco de una sociedad en la que diversos grupos en el poder defendían, a pesar de todo, el mantenimiento de una moral tradicional y conservadora, dichas transformaciones no eran del todo bien vistas, por ejemplo, el divorcio, mujeres estudiando o trabajando, el crecimiento demográfico o la expansión de las industrias mediáticas, culturales y de entretenimiento.

En este escenario de renovaciones y resistencias, la delincuencia femenina resultó un rico territorio de análisis histórico para comprender ciertas facetas de las conductas de las capitalinas que vivieron en la década de los años cuarenta y principios de los cincuenta. Así, entiendo a la criminalidad como un fenómeno que posibilita indagar ciertamente en las transgresiones de orden penal, pero que también permite adentrarse en la vida cotidiana de sus protagonistas y esbozar algunas formas de ser mujer durante aquellos años.

Durante las décadas que siguieron a la lucha revolucionaria se fue reforzando, desde diferentes frentes discursivos como la política, la religión, los medios masivos, la ciencia, la ley o la criminología, la idea de que la función social primordial de las mujeres se cifraba en el hogar y la procreación, de modo que la desobediencia a este mandato presuponía el resquebrajamiento del esquema de la familia tradicional considerada basamento fundamental de la sociedad. Así, la maternidad, la sexualidad, la moralidad y la docilidad debían ceñirse a patrones precisos. Por ello, las mujeres que no expresaron apego al ideal femenino y que cometían delitos contra la integridad de las personas o de sus hijos, la moral pública, la salud,

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el honor y los de tipo sexual, podían llegar a ser tratadas judicial y socialmente con cierta dureza, en tanto que cometían una doble transgresión: la penal y la de género.

En este sentido, el análisis de la delincuencia femenina se realizó en función de temáticas de género que inquietaban sobremanera a diversos grupos en el poder, y que además eran elementos claves en la construcción de la identidad de las mujeres: la sexualidad, los vicios, la maternidad y la violencia. Para ello parto de dos premisas fundamentales. En primer lugar, asumo que las conductas de los sujetos están regidas por diversos patrones de sociabilidad que tienden a establecer las formas de comportamiento deseadas al igual que las reprobables. En este sentido, y en segundo lugar, la delincuencia femenina es el resultado de una serie de factores históricos que encuadran la concepción que se tiene de ésta y las inquietudes que provoca entre los diversos grupos sociales, así como sus prácticas en función de normativas de género. De este modo, el fenómeno delictivo se presenta en el periodo estudiado como el punto de engarce entre la emisión exacerbada de discursos que censuraban la actividad de mujeres fuera del espacio doméstico y una serie de cambios económicos, políticos y sociales que las beneficiaba al ofrecerles oportunidades de desarrollo personal fuera del hogar.

El pensamiento criminológico posrevolucionario abordó el tema de la criminalidad femenina sin dejar de evidenciar cierta ansiedad —compartida por autoridades y diversos sectores de la sociedad—, explicándola con base en dos presupuestos: las mujeres delinquían en razón de las características propias de su sexo (glandulares, hormonales, instintos maternos, emocionales), así como por el impacto de un entorno social adverso y corruptivo. Apoyándose en teorías criminológicas de corte psicologista y biologicista como las de la “imitación del hombre” o de la “emancipación femenina”, se temía que el rechazo a la misión femenina pudiera repercutir en las conductas delictivas de las capitalinas.

Bajo esta misma lógica, con la creación de la cárcel para mujeres se evidencia un cambio en la actitud de las autoridades hacia las criminales. Si bien este centro penitenciario buscaba resolver un problema de espacio en Lecumberri, también es cierto que especialistas y autoridades sustentaban que las mujeres requerían un tratamiento específico en razón de su sexo que permitiera su eficaz regeneración y positiva reintegración a la sociedad como madres y esposas.

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En el mismo tenor, la moral tradicional abanderada por diversos sectores sociales se sentía amenazada por las formas de vida ofrecidas a las mujeres en la capital pues ello, a su parecer, podría provocar el abandono de sus deberes mujeriles, su subsecuente corrupción y la comisión de crímenes, lo que en última instancia significaba un grave peligro para la estabilidad familiar y social. Además, las cifras oficiales marcaban que en el Distrito Federal se encontraba aproximadamente una cuarta parte de la delincuencia femenina nacional, mientras la varonil era alrededor de la sexta.

Pese a ese temor, la delincuencia femenina a lo largo del periodo no aumentaba y se ceñía a patrones muy específicos que incluso presentaban escasas alteraciones desde el poriarato. Aunque llegan a advertirse sutilezas específicas en la comisión de ciertos delitos como lesiones, aborto e infanticidio, las transformaciones acaecidas en el Distrito Federal durante la etapa posrevolucionaria no generaron una modificación sustantiva de los ritmos de la delincuencia femenina.

Respecto a las lesiones destaca una dramática disminución en el número de procesos abiertos. Este delito había aumentado notoriamente tras la Revolución, incluso llegó a representar el 81.91% del total de sentenciadas en la media anual entre las décadas de 1920 y 1930, pero para 1940 la media bajó al 37.23% y alcanzó el 27.45% en 1955. La caída de las agresiones físicas perpetradas por mujeres se debió en gran medida a la estabilidad política y social, así como a que se fueron consolidando y expandiendo los mandatos discursivos referentes a la docilidad femenina. Este proceso de contención de las violencias, patente desde del siglo anterior, estaba teñido a la vez por cuestiones de clase, lo que permitía que la represión de las violencias femeninas se vinculara a la vez con la idea de refinamiento social.

En cuanto al infanticidio, al igual que en el poririato, era cometido generalmente por mujeres que presentaban situaciones de marginación económica y social, como las sirvientas provenientes de provincia que se encontraban solas en la ciudad; sin embargo, conforme avanzaba el siglo XX las acusaciones por este crimen disminuían, al tiempo que las de aborto aumentaban. Para los años cuarenta, la interrupción de un embarazo se podía efectuar con menor dificultad...

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