Comercio: alas del progreso

AutorVicente Quirarte
Páginas169-183
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Comercio: alas del progreso
Entre muchas expresiones
revolucionarias que señalaron el
progreso, estancamiento o definitiva
destrucción, fue el comercio una de
las más importantes. Sin embargo, a
pesar de lo que se ha escrito a través
de muchos años de historiografía,
la actividad comercial no detuvo
completamente su avance. Ciertamente
tuvo periodos de bajas considerables
que llegaron a poner a la mismísima
capital de la República al borde del
colapso, pero también hubo regiones en
donde la avenencia entre productores
y consumidores fue continuada, o
más bien subsistida, en el estado que
guardaba en los mejores años del
porfirismo.
¿Qué vemos en los años que transitan
hacia la Constitución? Puertos con
modestos barcos de carga y aguas
tranquilas sólo inquietadas por el
vendaval de temporada. Carretas
vacías en espera de ser cargadas
por los hombres vestidos con calzón
de manta y sombrero redondeado.
Caminos hendidos por las ruedas de las
carretas tiradas por mulas y caballos
azuzados con el lenguaje propio de los
carretoneros. Rutas polvorientas que
lejos ven las luchas entre hermanos; vías
paralelas de los trenes que atraviesan el
país, metáfora de la lucha de facciones
que no saben encontrar un punto de
encuentro ni siquiera a la distancia.
Hay hombres, mujeres y niños. Todos
haciendo una actividad. Labores que
no cesaron con el trauma revolucionario
y cuyas energías no se agotaban ni
siquiera por el trajín de los tiempos
que todo lo complicaban. Ahí están
los estibadores, carretoneros, lecheros,
leñeros, aguadores, vendedores,
tejedoras, fruteras, tortilleras y niñeras.
En el ámbito urbano caminan, nerviosos
por la escasez los abogados, choferes,
banqueros, tenderos, profesores,
albañiles y delincuentes igualados por la
necesidad ante la Revolución.
Desfile pintoresco de estilos, tipos
populares que hoy ya no existen. Sólo
perduran las imágenes de inmuebles
con bancos, correos, oficinas, plazas,
avenidas y paredes con las huellas de los
tiroteos y los balazos que ajusticiaron
a los que irrespetaron la ley, como los
falsificadores y demás audaces que ante
la muerte sólo tuvieron una sonrisa para
recibirla. Este es un espacio imaginario,
asequible a través de escalas de grises,
iluminado por los silenciados destellos
de las cámaras que retrataron ese
México que ya se fue y que no volverá,
sino sólo montados en las alas de la
imaginación para que los trenes corran,
las monedas suenen y la gente camine
hacia la muerte.

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