El estado de la técnica a finales de la dominación colonial

AutorJosé Luz Ornelas López - Blanca Chong López
Páginas81-98
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V
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de la dominación colonial
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La situación de la industria española a comienzos del siglo
xviii
era realmente
desoladora en comparación con la evidente super ioridad de la manufactura
de los países de sus alrededores, quienes aprovechando el conocimiento técnico
y científico que estaba alcanzá ndose, su empresar iado comenzaba a ir más allá del
mero intercambio de mercancías para mercados regionales reducidos al interior de
su continente, y mejor fijó la mirada hacia los mercados coloniales produciendo
un mayor volumen de mercancías gracias al desarrollo de su s fuerza s productivas,
proceso que como ya se vio ha sido denominado como de la protoindustrialización.
Dado su reconocimiento el Rey Felipe V (1700-1746) intentó el restablecimiento
del antiguo auge industr ial que la península había tenido alguna vez. Por medio del
visitador Gaspar Nara njo y Romero encargado de la c omisión, se encontró con que
los pueblos de Burgos, Calahorra, Osma y Palencia conservaban su inclinación por
el arte de la lana, aunque en u n estado de precariedad. Pensa ndo que se pod ría
impulsar ese arte a la altura en que se hallaba Holanda e Inglaterra se pusieron en
ejecución diversas medidas para estimular a la iniciativa privada, pero ante los escasos
resultados el monarca aceptó la propuest a de que el Estado instalara var ias fábricas
importantes. Así, se esta blecieron las fábricas reales de paños de Guadalajara, San
Fernando, Chinchón, Segovia y Brihuega, la de sedas de Talavera, la de cristales de
La Granja, y otra de tapicería en Madrid. Se contrataron los servicios de 50 maestros
holandeses, y los de varios operarios ingleses y de otras nacionalidades, buscando
que se enseñara el oficio a los españoles (Arcila II: 6-7).
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Un acercamiento histórico sociológico del desintéres cUltUral
Sin embargo este proyecto se vio obstaculizado por una parte, debido a las serias
diferencias políticas de la burocracia estatal, que se reflejó en el cuestionamiento de
por qué se había designado a un extranjero al frente; u n comportamiento no casual
sino constante a lo largo de cuando menos dos siglos atrás, cuando las designaciones
del rey podían hacer peligrar los intereses de los diferentes gr upos burocráticos, sin
importar que esas oposiciones afectaran el posible beneficio al Estado español.
Contribuyó en todo esto el que la producción de los paños de las fábricas reales no
fueran de mejor calidad en comparación con los paños extranjeros a los que los
comerciantes habían estado acostumbrados a comprar, y que por ese hecho estos
seguían prefiriendo los tejidos ingleses, y mejor continuaron vendiendo la s lanas
españolas al exterior más bien como materia pri ma (: 8).
Se considera también que parte del constante fracaso de este tipo de proyectos se
encontraba en que, además de la abrumadora inf luencia de la Iglesia católica con su
hostilidad en muchas formas al progreso económico español, se agregaba culturalmente
la manía de los títulos y las comisiones gubernamentales con su desvío de las energías
y los capitales hacia usos improductivos, extendiéndose por toda España la mentalidad
del rentista y la del funcionario, a expensas de la del comerciante, del artesano y del
industrial; situaciones que impedían el fortalecimiento de una endeble burg uesía
española, a diferencia del proceso cultural empresarial burgués en los países vecinos
inmediatos por su proclividad a la aceptación de nuevos principios filosóficos no
exclusivamente religiosos, sino t ambién pragmáticos y abiertos a las novedades
técnicas y científicas que se manifestaba en su avance industrial manufacturero.
Otro de los motivos que impidieron el fomento de las industr ias en España t uvo
que ver con las ideas muy arraigadas en la cultura de su sociedad, la cual estaba
persuadida de que los oficios envilecían a quienes los ejecutaban, por lo que aquellos
sectores con cierta capacidad económica se resistían a invertir en esas actividades
“para no mancharse ni curtirse con labores plebeyas” (Arcila, Tomo II: 8-9). Los
esfuerzos de Carlos II en su Pragmática de 1682, y de Felipe V, que fue el primero
de los monarcas españoles de la dinastía de los borbones, no fueron suficientes para
erradicar ese pensamiento; y Carlos III volvió al problema al declarar todavía en
1783 que no sólo el oficio de curtidor sino también los demás, debían ser tenidos por
honrados y honestos, y que el empleo de ellos no envilecía a la persona o familia que
los ejerciese, ni incapacitaba para los empleos municipales, ni causaba prejuicio a las
prerrogativas de la hidalguía (: 9).
El mismo Felipe V pretendió poner en práctica las ideas que iban surgiendo del
pensamiento de la Ilustración francesa del siglo
xviii
(al fin miembro de la Casa de
Borbón de origen francés), con la finalidad de transformar la ad ministración
peninsular en sus aspectos políticos y económicos, pero se toparía con las dificultades
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